“La libertad de empresa y la globalización, en el corazón del conservadurismo estadounidense, son responsables de la mayor reducción de la pobreza desde que la humanidad comenzó su larga subida hacia las estrellas.”
Arthur C. Brooks
Algún ingenuo se extraña, aún hoy, de la aparición de Donald Trump en la escena política americana. Con todo, el surgimiento de este nuevo y sorprendente liderazgo en el Partido Republicano viene a confirmar por la vía de los hechos lo que en Washington ha sido un clamor durante décadas: primero, que los conservadores, convencidos de antemano de que la batalla cultural está perdida, han decidido salir a empatar, apostando por un antipolítico que se jacta –o se jactaba- de no haber sido conservador; segundo, que hartos de sacudirse el sambenito de Ebenezer Scrooge, los republicanos han resuelto aceptarlo y convertir el papel impuesto por la progresía en su verdadera identidad. La inteligencia conservadora asume, entre el desahogo y la autocomplacencia, que en el tapete político le ha tocado hacer de nasty party; una cueva de desengaño que da cobijo a pragmáticos sin corazón y a ricos con sed de venganza de clase.
Arthur C. Brooks, presidente del think tank American Enterprise Institute y, hasta la fecha, uno de los activistas más influyentes en las filas republicanas, trata en The Conservative Heart de citar a sus correligionarios a un combate distinto. En su papel de economista pop, a medio camino entre el académico y el lobista, ofrece contraargumentos a la falacia progre del conservadurismo sin corazón. Reniega, de hecho, del marco del “conservadurismo compasivo”, hecho suyo por George W. Bush y David Cameron, entre otros, por considerarlo redundante y cínico. “El conservadurismo americano es compasivo por naturaleza”, esgrime, “y la historia y la estadística me dan la razón”.
En una narración unidireccional, entretenida y preñada de anécdotas personales -sin recurrir al storytellinghoy es imposible vender un solo libro en Estados Unidos-, el autor reivindica la tradición intelectual conservadora, de Edmund Burke a Barry Goldwater, pasando por Russell Kirk y su “The Conservative Mind”, y la presenta como una propuesta antropológica totalizadora. Las posiciones económicas no son más que aplicaciones concretas de esa concepción holística asentada, como la Constitución de los Estados Unidos, sobre tres principios: vida, libertad y búsqueda de la felicidad. Arthur Brooks aprovecha este último objetivo, la búsqueda de la felicidad, para evaluar el éxito de las políticas sociales implantadas por los últimos moradores de la Casa Blanca.
El objetivo de la libertad de empresa es el florecimiento humano, no el materialismo. Brooks se declara enemigo de los postulados cientificistas de aquellos economistas obsesionados con que el mundo se parezca a sus modelos predictivos. Enemigo, por igual, del socialismo científico de Engels y del enfoque científico de la administración pública de Robert McNamara. A su juicio, las diferentes versiones de este pensamiento materialista son las responsables del aumento de la pobreza en los Estados Unidos. Frente a ello, la aspiración política de los padres fundadores no fue otra que la de ofrecer las condiciones humanas propicias para el florecimiento individual. En este sentido, Brooks construye su particular “Happiness Portfolio” para una vida lograda o eudaimonía: fe, familia, trabajo y comunidad. La Administración, en consecuencia, ha de limitarse a garantizar que todos puedan alcanzar el éxito en condiciones de igualdad; nada que ver, por tanto, con la distópica Great Society alumbrada por Lyndon Johnson. Así las cosas, la red de seguridad del Estado restringiría su ámbito de protección a los realmente necesitados, puesto que nadie elige como opción de vida la dependencia existencial y asistencial del poder público pudiendo no hacerlo.
Libre mercado, propiedad privada, emprendimiento, estado de derecho y globalización; recetas poco intuitivas y difíciles de digerir pero que, en opinión del autor, han servido para sacar de la pobreza a ochocientos millones de personas durante los últimos treinta y cinco años. Recetas, al tiempo, que hunden sus raíces en una filosofía moral compleja con el ser humano en la médula. Arthur Brooks cree que ha llegado la hora de que los conservadores vuelvan a hablar de justicia y de pobreza en una suerte de movimiento conservador para la justicia social porque, aunque cueste aceptarlo, combatiendo en ese terreno, a la postre combaten en casa.
Por Fígaro.
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