El tricentenario de Carlos III es buena oportunidad para poner sobre el tapete una de las grandes preocupaciones del monarca ilustrado, que en nuestros días vuelve a reclamar con fuerza el compromiso de los responsables políticos y del conjunto de la sociedad.
Lo diré con esta cita dieciochesca, extraída de un bando que Onofre Melazo, proto-médico del Reino de Sicilia, dictó en Palermo en 1762:
“Al modo que los jardines del Rey quedarían bien presto yermos si a las plantas viejas que perecen todos los días, no se substituyesen otras nuevas (…); a éste modo, la especie humana y el Estado no pueden reparar las continuas pérdidas por los que se lleva la muerte todos los días, si los nuevos hombres que están todavía dentro del seno de sus madres, no salen al mundo, o si quando empiezan a salir, tienen la desgracia de perecer por la ignorancia y poco cuidado, o por la malignidad agena”.
Carlos III fue plenamente consciente del reto que para el progreso de sus reinos suponía la despoblación de los territorios por la imposibilidad de compensar la mortandad con los nacimientos. Lo que hoy llamamos “crecimiento vegetativo negativo”, que España alcanzó el año pasado por vez primera en dieciséis años, representó para Carlos III un reto mayúsculo desde su reinado en Sicilia y Nápoles.
Por esta razón, apoyó la difusión de las medidas en favor de los niños no nacidos contenidas en el que es considerado el primer tratado moderno de obstetricia: la “Embriología Sagrada”, del jesuita Francesco Emanuel Cangiamila (1702-1763), publicado en Palermo en 1745.
Otros autores ya habían demostrado que el feto podía sobrevivir a la muerte de la madre. Pero la obra de Cangiamila ayudó a extinguir los profundos recelos que existían entre médicos y cirujanos ante la cesárea postmortem, ya que muchos la consideraban un acto de impiedad y profanación.Antiguo arcipreste de Palma de Montechiaro (feudo de los gattopardianos príncipes de Lampedusa), canónigo de la catedral de Palermo y después inquisidor general de Sicilia, Cangiamila había volcado en su tratado un compendio de argumentos teológicos, exhaustivas instrucciones médicas y avanzadas técnicas quirúrgicas a favor de la salvación de los niños no nacidos, como la césarea postmortem.
La cesárea postmortem se convirtió en un asunto de Estado gracias a una pragmática aprobada por Carlos III en 1749. Fue la primera ley de la historia que obligó a realizarla para salvar a los no nacidos “de la muerte eterna y aún de la temporal, a que la ignorancia los condenaba antes de ahora”. Obligaba a médicos, cirujanos y comadres, incluso a curas y familiares de las fallecidas, a liberar por cesárea a los nonatos de los cadáveres de sus madres bajo pena de ser acusados de homicidio si no lo hacían.
Cangiamila, hombre de fe y de ciencia, ya no era el tipo de inquisidor del intolerante siglo XVII. Es una figura acorde con el cambio ilustrado que Carlos III tratará de imprimir al Santo Oficio en una época de apertura, debate de ideas, lucha contra la superstición y la ignorancia, así como de crítica e inconformismo ante lo heredado de la tradición. La fama de Cangiamila y su “Embriología Sagrada” traspasaría las fronteras de toda Europa y llegaría al otro lado del Atlántico.
La admiración que Carlos III profesa a la obra de Cangiamila se verá confirmada después de subir al trono de España en 1759. En 1761 encargará a su consejero Leopoldo de Gregorio, el famoso marqués de Esquilache, que difunda en sus nuevos reinos la cesárea a las mujeres fallecidas en estado. El éxito de la difusión de esta técnica quirúrgica llevará al propio monarca a patrocinar en 1785 la traducción al castellano de la “Embriología Sagrada”.
La difusión de la operación de cesárea a las mujeres muertas en estado fue una de las grandes aportaciones ilustradas del rey Carlos III, aunque quizá sea una de las más desconocidas. El monarca supo ver clara la vinculación de la humanidad, progreso y felicidad de sus reinos con la defensa de la vida, que convirtió en asunto de Estado. Una prueba de la modernidad de su legado que hoy se convierte en ejemplo insoslayable ante la desgraciada y acuciante realidad de esta nación yerma.
Por Fígaro.
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