La educación está íntimamente ligada al sentido mismo de la vida. Solo si uno se pregunta para qué está vivo y aventura una respuesta podrá determinar qué pasos tomar y cómo formarse para alcanzar su objetivo vital, para realizarse. El liberal-conservadurismo responde a esta pregunta apuntando como meta el perfeccionamiento de las virtudes humanas, intelectuales o morales, pues facilitan la “bienaventuranza” de la persona (Aristóteles), la búsqueda de la felicidad en esta vida (Locke) y su salvación en la que ha de seguir (Santo Tomás).
La educación juega un papel crucial en el desarrollo de nuestras virtudes, pues gracias a ella obtenemos el conocimiento y las herramientas necesarios para hacernos y descubrirnos a nosotros mismos, y convivir en sociedad. Utilizamos lo que aprendemos tanto para ganar nuestro pan como, para directa o indirectamente, contribuir a la prosperidad colectiva. Los principios y valores que nos son inculcados robustecen nuestra persona al tiempo que influyen en cómo interactuamos con otros. En definitiva, si el equilibrio entre autonomía individual y cooperación social es la clave de bóveda del liberal-conservadurismo, la educación es la fuerza que las une.
Grandes pensadores de nuestra tradición intelectual han reconocido la trascendencia de este equilibrio. Hayek no propuso un sistema educativo anárquicamente libre, sino que admitió la necesidad de que el gobierno facilitara cierto grado de acceso al bien público que es la educación (Los fundamentos de la libertad, cap. 24). Por su parte, y en buena lógica con “el problema del conocimiento”, Hayek propugna que las instituciones estén lo más apegadas posible a los problemas concretos de los individuos, ya que son ellos los que mejor conocen sus circunstancias. No es por lo tanto de extrañar que, siguiendo a Milton Friedman, defendiera el“cheque escolar”, sistema a través del cual el Estado entrega a los padres una cantidad de dinero o bono para que estos puedan matricular a su hijo en el centro educativo de su elección.
Así pues, el Estado puede y debe asegurar el acceso a la educación, reforzando el principio de igualdad de oportunidades, sin interferir en la libertad de elección de centro por parte de los padres. También debe exigir ciertos mínimos en los currículos educativos y ejercer la inspección, algo necesario dado el creciente nivel de tecnificación de los conocimientos. Estas prerrogativas deben ir acompañadas de garantías legales que eviten que partidos políticos o administraciones estatales lleven a cabo procesos de ingeniería social educativa. Un modelo educativo liberal-conservador, introduciría la competencia en el sistema, haciendo que los centros de enseñanza mejoraran su oferta (profesorado, instalaciones, metodologías) y eliminando intereses particulares que defienden anacrónicas parcelas de poder, perjudican a los alumnos e impiden la creatividad y la innovación en la enseñanza.
Solo poniendo en valor a la persona y alentando sus virtudes se promueve un verdadero dinamismo y prosperidad sociales. El liberal-conservadurismo defiende la libertad educativa porque, como Salinas en La voz a ti debida, quiere “sacar / de ti, tu mejor tú”.
Por Fígaro.
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