La obra regeneradora tiene que ser de todos
He tenido muchas ocasiones de agradecer efusivamente en el fondo de mi alma una fervorosa excitación de amigos cariñosísimos, estimabilísimos que decían: <<Póngase usted al frente; cuente usted con nuestra adhesión (seguramente con el ánimo de no escatimarla, ni regatearla, ni medirla), y haga usted la obra: salve a España.>>.
Y yo, repito, dentro de la gratitud, cuando me he despedido, he dicho: <<Pero ¡qué error, qué ilusión! Estos creen que basta que yo haga lo que ellos dicen para que las cosas sucedan. No>>.
La ciudadanía, el cumplimiento de las obligaciones que uno tiene con su Patria, que es una faceta de la vida como aquella otra que mira a los hijos y a la familia toda y a todos los semejantes, todos los órdenes de la moral y de la vida, no es transmisible por endoso, ni hay manera de sustituir a los que se ausentan de esos deberes; lo que hay que hacer es invitarlos hasta lograr que los cumplan, que, en cumpliéndolos, todo se habrá resuelto. Porque también dicen que es ilusorio y utópico eso del acto de voluntad nacional. ¡Ah! No. El acto de voluntad nacional que aisladamente se intenta en una aldea o en varias aldeas de un distrito, ¡oh!, eso se sofoca con mucha facilidad, porque el cacique tiene en su mano muchos medios, de la Guardia civil para abajo, y es claro que con el ejercicio de todos los abusos y de los desmanes se inutiliza la protesta excepcional. Pero el movimiento colectivo, resuelto, la reivindicación de una voluntad que viene escarnecida, que viene suplantada, que viene explotada y deshonrada, eso, generalizándose, no hay poder humano que lo contrarrestre, ni que intente siquiera levantar la vista del suelo; no se podrían consumar ni se intentarían las tropelías a que estamos abocados al hacerse ahora una nueva representación nacional. Eso sucederá porque los pueblos lo consientan; si no lo consintieran, no sucedería, y no tendrían que hacer nada más que mantener su dignidad y reivindicarla para impedirlo.
Ni yo ni nadie, aunque otro tuviera cien veces (cosa fácil) los medios que me podéis atribuir en vuestra cariñosa benevolencia, tiene por sí solo el poder de realizar aquella transmutación, aquel saneamiento, aquella mudanza sistemática y general, sin la que es segura la esterilidad, porque no existirá poder legislativo, ni gubernativo, ni administración pública. Nadie es capaz de esto, ni siquiera por sí solo el grupo que formamos; nosotros no podemos estar obligados sino al esfuerzo que alcanza nuestra buena voluntad.
El maurismo y la revolución desde arriba: discurso pronunciado por D. Antonio Maura en la inauguración del Centro Obrero Maurista de Buenavista el 21 de diciembre de 1922.
No hay comentarios:
Publicar un comentario