El interés por la figura y el legado político de John Fitzgerald Kennedy sigue gozando de buena salud cinco décadas después de su magnicidio. Su poliédrica figura y los numerosos puntos ciegos de su presidencia -corta, pero intensa- han contribuido a fomentar el interés por el personaje político. Uno de estos ángulos ciegos, en donde aún persisten diferentes interpretaciones, es el relativo a su sesgo ideológico; un sesgo ambivalente en algunos casos y cambiante según el ámbito pero que, en su conjunto, puede clasificarse mayormente como conservador. Kennedy, por ejemplo, fue en su juventud, y durante su trayectoria política previa, un “halcón” en la lucha contra los soviéticos. También fue lo que hoy llamaríamos un “liberal-conservador” en lo que respecta a su política económica.
Cuando Kennedy llega a la Casa Blanca en enero de 1961, la economía americana mostraba claros síntomas de agotamiento. La última gran crisis había tenido lugar en 1958. Durante la década de 1950, la producción industrial había crecido a tasas medias del 2,5 y 3%. Desde el advenimiento de la crisis, la tasa de desempleo se había mantenido peligrosamente alta en torno al 6,8%, habiéndose destruido 1,2 millones de empleos durante los meses previos a su toma de posesión. Había que “poner al país de nuevo en marcha” como prometió el entonces senador Kennedy en su reñida campaña electoral contra el candidato republicano Richard Nixon.
Pese a tener a priori una formación económica de corte keynesiano -su padre ejerció de embajador en Londres y su mandato se encuadra dentro del apogeo de los neokeynesianos liderados por Paul Samuelson o James Galbraith, entre otros-, lo cierto es que en el ámbito económico y fiscal podemos clasificar a Kennedy dentro de la definición clásica de liberal conservador. Como señala su biógrafo Robert Dalleck, Kennedy fue siempre defensor de un dólar fuerte, estando durante toda su presidencia preocupado por el déficit comercial y la inflación. Siempre abogó por la contención del gasto público y el equilibrio presupuestario. La pieza central de su política económica sigue siendo la bajada de impuestos más importante en la Historia de Estados Unidos, más relevante incluso que la de Ronald Reagan en los años 80.
Estos objetivos de política económica, dólar fuerte, control del presupuesto y bajadas de impuestos, impulsó a Kennedy a nombrar como Secretario del Tesoro a Douglas Dillon, conservador y hombre de confianza de Wall Street partidario de mantener bajo control el binomio deuda-déficit como única manera de favorecer un dólar fuerte en el largo plazo. Este nombramiento se complementó con otras voces netamente keynesianas como la de Walter Heller, Presidente del Council of Economic Advisers, economista de demanda más preocupado por alentar la producción y el consumo; David Bell, economista formado en Stanford y con experiencia en la administración, como responsable del presupuesto; James Tobin, premio Nobel de economía en 1981 y los citados Galbraith y Samuelson.
Pese al completo elenco de asesores, Kennedy acabará imponiendo su criterio personal en las decisiones clave. La mayor preocupación de JFK era la espiral del déficit, que rondaba ya los 7 millardos a principios de 1961 en un presupuesto público que superará, por primera vez, los 100 en el ejercicio siguiente. Ante este escenario, el presidente era partidario de una fuerte bajada de impuestos como principal política en materia económica.
En diciembre de 1962, el presidente señaló su determinación de bajar impuestos con una ley que haría más simple y liviana la carga fiscal en todos los tramos. Ésta era la mejor manera y la más sólida, argumentaba Kennedy, de reanimar la economía en el largo plazo. La proposición fue recibida con escepticismo por parte del Congreso. Este rechazo inicial venía motivado por dos razones. En primer lugar, por miedo a que las finanzas públicas quedasen comprometidas en un entorno de escalada militar con la Unión Soviética y con un déficit ya abultado. En segundo lugar, porque los líderes de la mayoría en la cámara no veían con urgencia la necesidad de ampliar los objetivos de crecimiento de la nación -si la economía no crecía, pero tampoco presentaba el cuadro recesivo de 1958, ¿porqué correr riesgos innecesarios? -.
Sin embargo, JFK consideraba fundamental que la economía recuperase la musculatura y la vitalidad perdida para que EE.UU. consolidase su posición de líder global moral frente al bloque comunista. La supremacía del sistema democrático y capitalista tenía que demostrarse de manera contundente, con hechos y no únicamente con palabras.
Después de un periodo de intensas discusiones, Kennedy impuso su criterio y anunció una fuerte rebaja impositiva en el discurso sobre el Estado de la Unión de 1963. La propuesta de ley incluía la rebaja del tipo marginal máximo del impuesto sobre la renta de las personas físicas del 90% al 65%, para pasar del rango del 20-90% vigente hasta entonces al 15-65%. El impuesto de sociedades se rebajaba del 52% al 47% y se ampliaban algunas deducciones.
Kennedy, además, estaba convencido de que su propuesta fiscal fortalecería las finanzas públicas. En un discurso en la Cámara de Comercio de Nueva York, remarcó de manera contundente: “la paradoja es que los impuestos son muy altos y la recaudación muy baja, y la mejor manera de incrementar los ingresos fiscales en el largo plazo es bajar los tipos marginales ahora.” Kennedy se avanzaba dos décadas a la lógica lafferiana: las bajadas de impuestos incrementan la recaudación fiscal, tal y como explicaría en 1974 el propio Arthur Laffer a unos jóvenes Donald Rumsfeld y Dick Cheney, a la sazón staffers del presidente Gerald Ford, en el restaurante Two Continents de Washington donde el economista dibujaría por primera vez su popular curva en forma de seno (“Laffer curve“) en una servilleta de papel.
Kennedy no vivió para ver confirmada su intuición. La Revenue Act (1964) no se promulgó hasta meses después de su asesinato en Dallas, con Lyndon Johnson ya como presidente. Los resultados de dicha bajada de impuestos han sido estudiados con posterioridad mostrando un efecto positivo en términos de recaudación fiscal, crecimiento económico y empleo. El propio Laffer demostró en un estudio (Heritage Foundation) cómo la media en el incremento de los ingresos fiscales saltó del 2,6% (1960-1964) al 9,0% (1965-1968); el crecimiento del PIB, del 4,6% al 5,1%; y la tasa de desempleo se redujo del 5,8% a un 3,9%.
No sabemos qué hubiese sido de la historia si Kennedy hubiera disfrutado de un segundo mandato. Muchas de sus iniciativas quedaron en el aire y hoy, en muchos casos, sólo nos quedan sus inspiradoras palabras y su imagen de líder joven y enérgico. Lo que sí podemos concluir es que su acción en política económica estuvo anclada en firmes convicciones de corte liberal-conservador.
Por Fígaro.
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