Veinte años después de la muerte de Isaiah Berlin, su obra sigue vigente. Sus advertencias sobre el poder de las ideas en la acción humana y, por tanto, en la política, se tornan más actuales aún a la luz del siglo XXI. Los viejos fantasmas del siglo pasado nunca llegaron a irse y siguen presentes. Occidente dio por superada la contienda de las ideas y subestimó la fortaleza de éstas para sobrevivir: “Hace más de cien años, el poeta alemán Heine advirtió a los franceses que no subestimaran el poder de las ideas; los conceptos filosóficos engendrados en el sosiego del despacho de un profesor pueden destruir una civilización", escribía Berlin en su afamado ensayo Dos conceptos de libertad (1958) parafraseando al poeta y autor de Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania (1833), obra de la que extrajo el pensador oxoniense la idea original. La advertencia del poeta era, sin embargo, mucho más directa: “Anotaos esto, orgullosos hombres de acción: no sois más que peones inconscientes de los hombres del pensamiento, los cuales, en humilde silencio, han predeterminado a menudo todo vuestro hacer del modo más exacto”. Hay un poema de Heine, Doctrina (1844), aún más descriptivo sobre la importancia e influencia de las ideas y la capacidad de éstas de moldear la acción humana, así como del servicio que éstas pueden prestar a favor de una causa:
“¡Tú toca el tambor y no tengas miedo,
y besa a la cantinera!
Ésa es toda la ciencia, el sentido
profundo de los libros.
Con tu tambor despierta a la gente,
toca diana con juveniles ímpetus,
avanza tocando siempre el tambor,
esa es toda la ciencia.
¡Ésa es la filosofía hegeliana,
el sentido profundo de los libros!
Yo lo he entendido porque no soy tonto
y porque soy un buen tambor”
Isaiah Berlin era plenamente consciente del poder de las ideas y de sus peligros. Pero su convicción y preocupación no respondía a cuestiones meramente teoréticas, pues su propia biografía así se lo había demostrado. Ruso, judío e inglés, Berlin fue testigo directo de la Revolución Rusa y de sus efectos sobre la intelligentsia y la cultura, con la que siempre mantuvo contacto –Boris Pasternak le confió los primeros manuscritos de Doctor Zhivago-. Trabajó para el Servicio Exterior británico en Nueva York y Washington entre 1940 y 1945 haciendo análisis de prensa y del estado de la opinión pública norteamericana ante la Segunda Guerra Mundial. Sus informes para el Foreign Office eran leídos por Winston Churchill, quien le envió los primeros seis capítulos de The Gathering Storm para conocer su opinión antes de que fueran publicados. Durante su estancia en Washington, Berlin siguió de cerca y mantuvo contacto, como lo haría a lo largo de toda su vida, con el sionismo “como condición necesaria, no para el sentido de pertenencia judía, sino para la libertad judía”. Su vida y, por tanto, sus obras no son ajenas a su siglo.
Pero si algo aprendió a la luz –sería más propio hablar de oscuridad- del siglo que le tocó vivir, era que el mejor modo de dominar las ideas consiste en comprenderlas: “aquello que no es comprendido no puede ser controlado: domina a los hombres en lugar de ser dominados por ellos” (Apuntes sobre el nacionalismo, 1972). En estos mismos términos se expresaría sobre el marxismo en una carta que envió al editor de The New York Times con el objeto de aclarar la información de un corresponsal de este mismo periódico acerca del discurso que dio Berlin en el Instituto de las Naciones Unidas del Mount Holyoke College sobre la Revolución Rusa: si se trata de refutar el marxismo, algo que creo posible y deseable, primero debemos comprenderlo. La idea de comprender para dominar, de no ser dominado por las ideas, le indujo a sumergirse en los períodos históricos en los que se habían forjado las ideas que prevalecieron –y siguen prevaleciendo- en el siglo XX: en la Ilustración (y su reverso, la Contra-Ilustración) y en el Romanticismo. Sin embargo, la comprensión de Berlin no era un simple “dominio”, era también una defensa de sus propias convicciones.La experiencia le enseñó que las ideas pueden liberar y esclavizar; que no es lo mismo la búsqueda del ideal que la aplicación de la idea, la idea como valor orientativo que la idea como valor en sí. La primera nos sirve de guía, la segunda, como fin en sí mismo, puede hacer el mal en nombre del bien al que apela; porque no todos los valores son compatibles y en eso consiste la grandeza (o miseria) del ser humano: el drama de elegir, la libertad no exonerada de responsabilidad.
Por estos motivos, y los expuestos en los distintos artículos de esta serie, Floridablanca no podía pasar por alto el vigésimo aniversario del pensador oxoniense. Su pensamiento y amor por la libertad y su aversión a todo tipo de coerción y manipulación de los proveedores de la “felicidad organizada” hacen de Sir Isaiah Berlin un referente para este proyecto.
Por Fígaro.
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