Carlos III comenzó su reinado en España cuando ya tenía una experiencia, como rey de Nápoles, de veinticinco años. Es decir, que sumados a los veintinueve como titular de la Corona española (1759-1788), alcanzó el récord de cincuenta y cuatro años en el oficio, más que ningún otro monarca español en toda la historia.
Pero, además de tal experiencia, Carlos III fue un gran rey, ilustrado y refor1rmista, modernizador y secularizador, cuyo reinado experimentó un renacimiento –el último- del inmenso imperio español, gracias a la expansión territorial en la América del Norte, en virtud de los Pactos de Familia con Francia: desde 1763, la adquisición de las Luisianas (Norte y Sur), y desde 1783 la recuperación de La Florida, aparte de la expansión y colonización en California desde 1769. Entre ambas fechas, precisamente, tiene lugar el proceso fundacional de los Estados Unidos de América, iniciado tras el Tratado de París (10 de febrero de 1763), que puso fin a la Guerra de los Siete Años, con la agitación política contra los abusos del Parlamento británico, y culminando con el nuevo Tratado de París (3 de septiembre de 1783), tras una prolongada guerra civil y de independencia frente a Gran Bretaña.
Aunque España había sido aliada “de facto” de los rebeldes americanos desde el 21 de junio de 1779, el reconocimiento “de iure”, oficial, de la nueva nación de los Estados Unidos de América no se producirá hasta el 24 de marzo de 1783.
El objeto de este ensayo es evocar brevemente a dos personajes históricos, aparte del propio rey, que tuvieron un papel destacado en este gran episodio nacional e internacional. Naturalmente, hubo otros personajes, algunos en la distancia y otros en la sombra relacionados con la independencia, como el conde de Aranda, el embajador Diego de Gardoqui, José de Gálvez, Juan de Miralles, Luciano de Herrera, incluso el misterioso e intrigante “Agente 13” general James Wilkinson, etc. En la lejana costa del Pacífico también deben mencionarse la extraordinaria labor fundacional y colonizadora de las misiones en California por fray Junípero Serra, canonizado en 2015. Pero a mi juicio, los dos personajes destacados y determinantes de la política española en la escena norteamericana fueron el “primer” ministro de Carlos III, conde de Floridablanca, y el general Bernardo de Gálvez.
Floridablanca
El 19 de febrero de 1779 José Moñino y Redondo, primer conde de Floridablanca, es nombrado, en sustitución de Jerónimo Grimaldi, Secretario del Despacho de Estado (especie de ministro de Asuntos Exteriores), orientando la política exterior de Carlos III hacia un fortalecimiento de la alianza con Francia (Pactos de Familia) frente a Inglaterra, lo que tendrá como consecuencia la intervención –aunque no declarada- en el mismo año de 1779, junto a Francia, en la guerra de Independencia de las colonias británicas rebeldes de América del Norte -denominadas oficialmente, desde la Declaración de Independencia el 4 de julio de 1776, Estados Unidos de América- hasta la firma del tratado de Paz en París en 1783.
Cuando comienza la rebelión en 1774-75, todavía durante el ministerio de Grimaldi, según revela la correspondencia del ministro francés de Asuntos Exteriores Charles Gravier, conde de Vergennes, los gobiernos de Francia y de España estaban muy interesados en la situación americana, y con intenciones no precisamente pacíficas. En agosto de 1775 Vergennes da instrucciones a su embajador en Madrid para negociar la posibilidad de un reconocimiento de la Independencia de América, abriendo oficialmente los puertos a los barcos de los rebeldes, y a principios de 1776 –según el historiador Stanley J. Idzerda- el mismo Vergennes escribe directamente a Carlos III solicitando una contribución económica secreta para la causa americana.
Floridablanca apoyará a los rebeldes americanos, continuando los iniciales acuerdos Grimaldi-Lee con los acuerdos Floridablanca-Lee en 1779, con ayuda económica tanto secreta como pública, agentes de inteligencia, armas y tropas militares comandadas por Bernardo de Gálvez, un general español en La Luisiana, aliado de los rebeldes y considerado asimismo un héroe de la Independencia por los estadounidenses. Pero el ministro español era consciente del peligro que entrañaba tal apoyo, ya que podía cundir el ejemplo en las colonias españolas de América; de hecho, aparte de Méjico y América Central y del Sur, la inmensa mayoría del territorio de lo que hoy son los Estados Unidos –La Luisiana, Florida, Tejas, Nuevo Méjico, Arizona, California… y los vastos espacios entre el río Mississippi y el océano Pacífico- pertenecían en la época de Carlos III a la Corona española.
El gran ministro ilustrado adoptó una táctica de retrasar el reconocimiento oficial de los Estados Unidos hasta poco antes del Tratado de París (1783) para asegurar los intereses nacionales en cuestiones polémicas y fundamentales relativas a las fronteras de la nueva nación con los territorios españoles de las Luisianas (Norte y Sur) y las Floridas (oriental y occidental), las tribus indias, el comercio, los derechos de navegación del río Mississippi, etc., y al mismo tiempo evitar un seguidismo exagerado de la política exterior de Francia como consecuencia de los Pactos de Familia. Su posición inicial fue buscar una mediación con Inglaterra y evitar la guerra con ella, dada su superioridad militar y naval. Todo ello, sin duda, sacó de quicio a John Jay, uno de los líderes Federalistas, que había sido presidente del Congreso Continental (virtual Jefe de Estado de la nueva nación) en 1778-1779, antes de ser embajador oficioso en España durante 1779-1782.
Este primer periodo de las complejas relaciones España-Estados Unidos durante el reinado de Carlos III ha sido investigado por los españoles A. Ferrer del Río (1856), M. Conrotte (1920), J. F. Yela Utrilla (1925), F. Morales Padrón (1952), M. del Pilar Ruigómez (1978) y J. Hernández Franco (1984), así como por los norteameicanos S. F. Bemis (1926), S. P. Whitaker (1928), y más recientemente T. E. Chávez (2002).
Gálvez
En 1776 José de Gálvez, ministro de Indias en el gobierno de Carlos III, ante la indecisión del Consejo en lo relacionado con intervenir o no contra Inglaterra, ordenó al gobernador de La Habana que enviara agentes secretos a Pensacola, Jamaica y a otras áreas bajo control británico, y con seguridad influyó o decidió que, a partir del 1 de enero de 1777, su sobrino Bernardo de Gálvez asumiera el cargo de gobernador en funciones de La Luisiana. Como ha escrito el historiador Joseph G. Tregle Jr., “Gálvez llega a ser Gobernador en funciones e Intendente de La Luisiana el primero de enero de 1777, iniciando lo que va a ser el período más brillante y exitoso de la administración de la colonia bajo el Imperio español”.
Los historiadores T.V. Dupuy y G.M. Hammerman sostienen que entre 1777 y 1779 Bernardo de Gálvez trabajó en secreto y con éxito debilitando las posiciones británicas en el Sur. Cuando finalmente, en el verano de 1779, en virtud de los Pactos de Familia con Francia, España entra en la alianza contra Gran Bretaña, Gálvez toma distintos puestos militares británicos en la ribera del Mississippi (Manchac, Baton Rouge, Natchez), asedia Mobile (marzo de 1780) y consigue la rendición de Pensacola (9 de mayo de 1781), poniendo fin al control británico de West Florida y sentando las bases para la recuperación para España de toda La Florida y la desembocadura del río Mississippi (Tratado de Paz de 1783).
En 1781 Carlos III nombra a Gálvez Capitán General de Cuba y Gobernador de La Luisiana y La Florida Occidental. Durante su mandato se fundaron dos colonias españolas: Gálvez Town (distinta de Galveston, Tejas, fundada en su honor en 1785) y New Iberia. El Rey le honrará asimismo con los títulos de vizconde de Galveston y conde de Gálvez. En 1785 Bernardo sucederá a su padre Matías de Gálvez como virrey de Nueva España, con autoridad sobre Cuba, Las Luisianas y La Floridas, pero morirá prematuramente un año después en la Ciudad de Méjico.
Con motivo del 200 aniversario de la Independencia de los Estados Unidos, tuve el privilegio de editar y presentar un librito colectivo de conferencias, en el que Julián Marías, citando unas palabras del conde de Aranda (“España va quedar mano a mano con otra Potencia sola en todo lo que es Tierra firma de la América septentrional…”), le llevaba a la reflexión de que los Estados Unidos podrían definirse desde su fundación como “Occidente funcionando como tal” (…) “No se ha visto bien todavía cómo los Estados Unidos llevan dentro, desde el primer día, el hallazgo de su vecina España. Quizá porque España se ha dedicado desde entonces a olvidarse de sí misma”. (J. Marías, “La vocación occidental de los Estados Unidos”, en M. Pastor, ed., Los orígenes del sistema político norteamericano y España, Cultura Hispánica, Madrid, 1979).
Por Fígaro.
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