jueves, 23 de agosto de 2018

Siete lecciones y tres consejos de Balmes para los políticos de hoy





En la introducción de la serie que con este texto concluimos, indicamos que Jaime Balmes puede ser considerado un liberal-conservador “avant la lettre”. Los artículos de Alejandro ChafuenJosep María Castellá y León Rivas han desgranado diferentes aspectos económicos, políticos, jurídicos y filosóficos del pensamiento balmesiano que han venido a corroborar esta afirmación. Pero mala justicia haríamos al legado del vicense si nos limitáramos a verlo como quien ve un jarrón en un museo, enarca las cejas ante el cartel explicativo—“Dinastía liberal-conservadora. Siglo XIX”—y continúa sin más su recorrido. La actualidad de Balmes es innegable. Permítasenos, pues, coger el jarrón, llevárnoslo a la casa común del centro-derecha, y ver qué siete flores podrían coronarlo para inspiración de sus inquilinos.

1. Los principios y valores son importantes…
El gobierno debe apelar a los grandes principios de la sociedad, dice Balmes, “a aquellos principios que no son exclusivamente de ninguna escuela, que no son nuevos, sino antiguos como el mundo, existentes desde la eternidad en el tipo de toda perfección, comunicados a las sociedades como un soplo de vida (…) Razón, justicia, buena fe; estas son las palabras que debe escribir el gobierno en su bandera”. Trasluce el escolasticismo, ¿verdad? Decía Menéndez Pelayo que don Jaime llegó a saber de memoria la Suma de Santo Tomás. Las tesis de Balmes sobre el origen del poder civil, sus atribuciones y límites, así como el planteamiento del derecho de resistencia frente a gobiernos tiránicos, proceden de miembros de la Escuela de Salamanca como Francisco Suárez, los escolásticos que ponen las bases del liberalismo moderno. Siguiendo al Aquinate, Balmes insiste en la necesidad de que el poder legítimo esté sometido a la ley y de que esta ley lo esté a la razón. Como si analizara la crisis a la que hoy nos enfrentamos en Cataluña, alerta también de que el incumplimiento de las normas (constitucionales) supone “acostumbrar a los pueblos y a los gobiernos al menosprecio de las leyes; es establecer los hábitos de un mando puramente discrecional y de una obediencia forzosa; lo que equivale a asegurar al país el vivir de continuo con despotismo o anarquía”. Con lo que concluye que “[a]sentar por principio que la sociedad ha de ser regida por la voluntad del hombre y no por la ley, es establecer una máxima de donde nace por precisión la arbitrariedad”. Y el tres por ciento, podríamos añadir.
2. …como también lo es la realidad
Balmes considera que, para aspirar al bien común, gobierno y ley deben asimismo estar apegados a la realidad, a lo que en verdad ocurre entre los individuos de una sociedad. Por ejemplo, se sentía muy español y muy catalán, de ahí que buscara una salida al problema territorial que ya entonces anticipaba. Tendía la mano pero hablaba con claridad, marcando las líneas; buena lección para los políticos de hoy: “Sin soñar en absurdos proyectos de independencia (…); sin perder de vista que los catalanes son también españoles, y que de la prosperidad o de las desgracias nacionales les ha de caber por necesidad muy notable parte; sin entregarse a vanas ilusiones de que sea posible quebrantar esa unidad nacional comenzada en el reinado de los Reyes Católicos (…) Cataluña puede alimentar y fomentar cierto provincialismo legítimo, prudente, juicioso, conciliable con los grandes intereses de la Nación”.
3. Hay que ser coherente
Con el fin de evitar abusos de la razón y ensoberbecimientos intelectuales, el pensamiento de Balmes busca así cerciorarse de que los principios teóricos son aplicables en la práctica—precede a Cánovas en su definición de la política como el arte de lo practicable y a Hayek o Popper en su “humildad epistemológica”. De ahí que critique a los partidos políticos de su época por el mismo error en el que hoy incurren PSOE o Podemos: ideologizan extremada y presuntuosamente su discurso político y luego quedan en evidencia al enfrentarse a la realidad. Ya se sabe, el capitalismo es muy malo, pero me compro una mansión a las afueras de Madrid. El buenismo humanitarista está por encima de la ley, y creo una crisis migratoria. El abuso de poder es un escándalo, pero con 84 diputados y los meses contados coloco a mis amigos en los mejores puestos de la Administración. Seamos honestos, “cabalgar contradicciones” no es más que tomar por tontos a los votantes.
4. Busquemos la verdad (incluso en los argumentos del adversario)
La manera en la que Balmes trata de tender puentes entre liberales moderados y tradicionalistas para reconciliar a una España salida de una cruenta guerra civil, es buen ejemplo de la aplicación práctica de su posición intelectual: búsqueda de las mejores soluciones y de la verdad haciéndose “cargo de todos los datos, de todas las circunstancias, tanto contrarias como favorables”. Sin embargo, su pragmatismo no le lleva al utilitarismo; al contrario, insiste en el papel protagónico que los principios y la moral han de jugar en la política. Cree en el progreso de la humanidad y mira esperanzado el desarrollo de la ciencia sin por ello caer en el utopismo o el determinismo. Balmes camina por una delgada línea, ecléctica y sin excesos, con el fin de reconciliar posturas que podrían parecer antagónicas en una innovadora síntesis liberal-conservadora.
5. Prudencia: los cambios han de ser graduales
La voluntad conciliadora de Balmes no le impide ser un duro crítico de cambios y revoluciones “sin mediar ninguna gradación que pudiera influir en las ideas y costumbres”, sin apego a la realidad social, meros frutos del empuje e influencia de arrogantes minorías que creen saber mejor que nadie lo que le conviene a la mayoría de los ciudadanos. Una crítica tan válida en la España del siglo XIX como en la de hoy. El pensador de Vich no se cierra al cambio, pero pone condiciones: “En cada época, los hombres que han de dirigir la sociedad es necesario que comprendan cuál es el espíritu que la anima, cuáles son sus tendencias; y en vez de empeñarse temerariamente en luchar con la naturaleza de las cosas, deben tratar de remediarlas en lo que tengan de malo, de aprovechar y fomentar lo que encierren de bueno, todo con acción lenta, suave, acomodada al siglo en el que viven, dejando siempre una larga parte a uno de los principales agentes en la formación de las grandes obras: el tiempo”. Burke no lo podría haber expresado mejor.
6. Las instituciones y los hombres
Balmes considera las instituciones como pieza clave para la estabilidad de una sociedad. Son sabiduría decantada a lo largo de generaciones, tierra fértil para una prosperidad ordenada, para el bien común. No obstante, nos hace considerar el clásico dilema del gobierno de las leyes vs. gobierno de los hombres desde otro punto de vista, pues “tiempos y circunstancias hay que las mismas instituciones guían a los hombres; pero también hay tiempos y circunstancias en que los hombres han de guiar las instituciones. Esto se verifica después de una revolución, porque entonces son las instituciones demasiado débiles”. Desde una perspectiva liberal contemporánea, desde la Europa de hoy, podría esto sonar anacrónico. Pero pensemos ahora en las instituciones y las graves crisis a las que se enfrentan ciertos países en desarrollo y empezarán a aflorar las preguntas. Balmes no pretende justificar absolutismos ni dictaduras—a lo largo de sus escritos políticos insiste en la necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos, en la importancia del poder civil frente al militar, y en el papel de las Cortes, entre otras instituciones—. Lo que reivindica es el liderazgo de los mejores en tiempos difíciles, un cierto elitismo, y que “se establezca una comunicación franca, tranquila, suave, entre el gobierno y los pueblos” para que haya orden, pues “sin orden no hay obediencia a las leyes, y sin obediencia a las leyes no hay libertad”—una máxima de 17 palabras que valen por 155—.
7. Defensa del derecho de propiedad
Además de a la ley, Balmes presta especial atención a la otra institución fundamental de las sociedades abiertas: el derecho de propiedad. Por ejemplo, en lo que hace a la votación de los impuestos por parte de las Cortes, es decir, al control que éstas ejercen ante la presión fiscal del gobierno sobre los ciudadanos, señala que “es una de las mejores garantías de la prosperidad de los pueblos y un freno muy saludable para la codicia, la prodigalidad y dilapidaciones de los gobiernos malos”, y añade que “uno de los más bellos distintivos de la civilización europea fue el que ya desde su cuna tendió a precaver que el poder público dispusiese de la hacienda de los ciudadanos sin que estos interviniesen en el negocio de una u otra manera”.  Al hilo cabría hacerse al menos dos preguntas: ¿protegen hoy las Cortes los bolsillos de los españoles? ¿Están los intereses de los ciudadanos realmente bien defendidos en las negociaciones que gobierno y partidos políticos entablan a la hora de aprobar el techo de gasto o los Presupuestos Generales del Estado, o se anteponen en ellas intereses particulares al interés general?
En el 170 aniversario de la muerte de Jaime Balmes, siete son las lecciones políticas que hemos querido destacar de entre las muchas que nos ofreció el pensador catalá. A éstas, añadiremos tres consejos para concluir. Primero, seamos abiertos y conciliadores: un buen político debe “adelantarse a proponer, a ejecutar, cuando le sea dable, todo lo bueno que encerrarse pueda en el sistema de sus adversarios. Cuando una cosa esté en abierta oposición con las necesidades o intereses de España, no conviene empeñarse en sostenerla; cuando una cosa es evidentemente útil, no obstinarse en combatirla”. Segundo, seamos optimistas: “¿Por qué no le estarían reservados también a nuestra patria días grandes y esplendentes? ¿Por qué de ese choque mismo que lamentamos no podrían surgir torrentes de luz y de vida? No caigamos, pues, en desaliento, ni nos entreguemos a excesiva confianza”. Y tercero, seamos trabajadores: “Para todos los grandes triunfos hay una condición necesaria que ningún hombre puede declinar: el trabajo. Cuenten poco las buenas ideas con el apoyo de los gobiernos; y cuenten mucho con la fuerza propia”.
Por Fígaro. 

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