sábado, 25 de agosto de 2018

La gran revolución americana de Pedro F.R. Josa

En la cuarta temporada de la serie de Aaron Sorkin, The West Wing, tiene lugar este curioso diálogo entre un asesor del Presidente y un alto cargo del Departamento de Estado:
– “How long have you been in Public Affairs at State?
(¿Cuánto tiempo ha estado en Departamento de Estado?)
– Under the last three Presidents.
(Con los últimos tres Presidentes).
– You worked for both parties.
(Ha trabajado para ambos partidos)
– You know the difference? Republicans want a huge military but they don’t want to send it anywhere. The Democrats wants a small military and they want to send it everywhere”.
(¿Sabe la diferencia? Los Republicanos quieren un ejército enorme pero no quieren enviarlo a ninguna parte. Los Demócratas quieren un ejército pequeño pero quieren enviarlo a todos los sitios)
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Sorkin es capaz de condensar, con tan solo una frase, la política exterior de los Estados Unidos en la última centuria. Por supuesto, la reflexión es muy simplificada y requiere matices pero no se aleja tanto de la realidad: republicanos y demócratas llevan manteniendo durante décadas un afanoso debate, iniciado ya durante los primeros compases de la independencia (cuando ni tan siquiera existían ambos partidos), acerca de la implicación que la nación americana ha de tener en el contexto internacional.
Raro es que en una conversación sobre política internacional no se comente, criticando o alabando (suele predominar lo primero), la actitud estadounidense frente a cualquier conflicto. En España tenemos el dudoso honor de contar con tantos “expertos” como problemas hay en el mundo, a los que solemos aproximarnos con prejuicios y lugares comunes. Ahora bien, ¿conocemos, más allá de lo que aparece en los periódicos, cuál ha sido la evolución de la política exterior americana a lo largo de su historia? ¿Sabemos qué principios ha seguido? Si somos sinceros, seguramente ambas preguntas serán contestadas con sendos noes. Por esta razón son de agradecer obras como la de Pedro F.R. Josa, La gran revolución americana. Raíces ideológicas de la política exterior de Estados Unidos (Ediciones Encuentro, 2015) que nos acercan, bajo una perspectiva académica y rigurosa, al proceso de construcción de la política exterior estadounidense desde sus orígenes hasta nuestros días.
Como acertadamente señala el profesor Florentino Portero en el prólogo de la obra, “La política exterior norteamericana no es solo el resultado de la visión de emigrantes cristianos que dejaron Europa hace siglos, ni siquiera de las experiencias diplomáticas y bélicas a lo largo del siglo XX. Es la expresión de una cultura política que se ha forjado a lo largo del tiempo”. Por lo tanto, para poder comprender los mecanismos que rigen la actual política americana es necesario acudir a sus raíces y estudiar los principios que la han inspirado durante las dos últimas centurias. Pedro F. R. Josa acomete esta tarea centrándose en el aspecto teórico de las tradiciones ideológicas subyacentes en las relaciones internacionales. Advertimos al lector que si únicamente busca una mera relación de hechos, la obra de Pedro F.R. Josa puede terminar por frustrarle dado el carácter predominantemente teórico de su contenido.
Ya desde el inicio de la Independencia estadounidense, y muy enraizadas en la propia concepción de la joven república, se enfrentaron dos formas de entender la acción exterior: el idealismo de raíz jeffersoniana, que abogaba por mantener una pequeña nación para salvaguardar el proyecto democrático; y el idealismo de raíz hamiltoniana, partidario de la expansión territorial de la república. Ambas posiciones son imprescindibles para comprender los debates que se produjeron durante las siguientes centurias entre internacionalistas y aislacionistas.
Durante los primeros años la visión hamiltoniana se impuso, favorecida por la compra de la Luisiana en 1803 o la guerra contra Inglaterra de 1812. El resto del siglo XIX, como explica Pedro F.R. Josa, “puede entenderse como una búsqueda de ese interés nacional en la expansión continental, en cuyo transcurso los Estados Unidos debieron crear nuevas tradiciones políticas para no perder su raíz democrática y republicana, al mismo tiempo que aseguraban su preeminencia en el continente americano”. El resultado de llevar a la práctica estas ideas fue el surgimiento del denominado “unilateralismo aislacionista”, que se vería reflejado en la Doctrina Monroe o en la teoría del Destino Manifiesto.
A finales del siglo XIX, sin embargo, dos acontecimientos alteraron profundamente la política seguida hasta entonces: por un lado, la publicación de la obra de Alfred Mahan Influence of Sea Power upon History, 1660-1783 (1890) y, por otro, la guerra hispano-estadounidense que va a dotar por primera vez a Estados Unidos de un imperio ultramarino. Ambos sucesos condujeron a la aparición de una nueva modalidad de política exterior: el Internacionalismo Conservador, que de la mano de T. Roosevelt fue paulatinamente imponiéndose al unilateralismo aislacionista previo. Los principios de la nueva doctrina postulaban la existencia de una nación a la altura de las grandes potencias mundiales pero conocedora de sus limitaciones, lo que llevó al ejecutivo americano a intervenir más en los asuntos europeos y en el continente americano. La llegada al poder de Woodrow Wilson, la guerra civil de México y la I Guerra Mundial implicarían, por su parte, la adopción de una nueva política exterior.
La doctrina Wilson defendía un “universalismo unilateral basado en la piedad y generalización de los valores estadounidenses, la necesidad imperiosa de democratizar los regímenes políticos de los Estados vecinos, la ausencia de egoísmo en la política exterior estadounidense, basada en el bien de la humanidad, y la ineludible participación armada americana para lograr dichos objetivos”. Ahora bien, el idealismo del presidente estadounidense hubo de enfrentarse (y admitir su derrota) a un Congreso dirigido por el Partido Republicano que hizo suyas las premisas del realismo y el aislacionismo. La década de los años veinte y treinta supuso volver a la Gran Regla que había defendido George Washington, la de no enredar al país en alianzas permanentes.
Ronald Reagan y Mikhail Gorbachev (Foto: White House Photographic Office / Creative Commons)
La victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría obligaron, una vez más, a replantear las estrategias. Estados Unidos ya se había convertido en una gran superpotencia mundial y el presidente Truman se vio forzado a construir una nueva doctrina, más realista, que permitiese a todas las naciones “desarrollar un modo de vida libre de la coerción” frente a la amenaza totalitaria y que, por tanto, suponía la implicación americana allí donde la democracia se viese coaccionada (su gran logro fue la creación de la OTAN). La conformación de dos grandes bloques comenzaba a perfilarse. Pedro F. R. Josa realiza una valoración muy positiva de la política de Truman, a quien considera responsable de crear una estrategia exterior madura que “aceptó el fardo del mando democrático, legando a la nación el marco estratégico para el resto del siglo XX”.
Los dos últimos capítulos de la obra, los más extensos, abordan la Guerra Fría y el período comprendido entre la caída del Muro y nuestros días. El análisis que realiza Pedro F. R. Josa es meticuloso y pocas cosas se le escapan. Analiza el pragmatismo de Eisenhower, la flexibilidad de Kennedy, el continuismo de Lyndon B. Johnson, el realismo de corte rooseveltiano de Nixon, el paréntesis de Ford, el idealismo de Carter y la contundencia de Reagan. Todos optaron por una estrategia propia para hacer frente a la Unión Soviética pero, como señala el autor, “Durante la Guerra Fría los líderes de Estados Unidos fueron incapaces de mantener una línea de política exterior estable a pesar de contar con una estrategia de seguridad coherente como la contención”.
Desde el derrumbamiento del bloque comunista los Estados Unidos han intentado, sin mucho éxito, establecer una política coherente que les permita adaptarse a la reciente realidad. El Nuevo Orden Mundial de G. H. Bush, la globalización de Clinton, el neoconservadurismo de G. W. Bush y el “liderazgo indolente” (palabras del autor) de Obama no han logrado dar respuesta a los nuevos retos a los que ha de enfrentarse la única superpotencia del planeta. Desde 1989 Estados Unidos se ha embarcado en distintos conflictos (Somalia, Irak, Yugoslavia o Afganistán) cuyos resultados o bien no han sido del todo satisfactorios o bien han acabado en sonados fracasos. Por otro lado, la rivalidad entre republicanos y demócratas en materias de política exterior cada vez es más intensa, de lo que dan fe los recientes debates parlamentarios sobre el acuerdo con Irán. La consecuencia, como señala, Pedro F. R. Josa, es que Estados Unidos se ve “incapaz por el momento de presentar un nuevo proyecto que pueda ser aceptado interna y externamente”.
En el prólogo del primer tomo de sus extensas Memorias (que cubre sólo los años 1969 a 1973) Henry Kissinger, el todopoderoso asistente del presidente Nixon para asuntos de seguridad nacional y después Secretario de Estado con el propio Nixon y con Ford, reflexionaba sobre las dificultades existentes para escribir la historia de las relaciones exteriores en el siglo XX. Afirmaba que “una de las paradojas de la era de los memorándums y de las máquinas Xerox [aún no existían los ordenadores], de la proliferación de las burocracias y la compulsión por registrarlo todo, es que escribir la historia se haya convertido tal vez en una tarea casi imposible”. Pues bien, libros como el de Pedro F. R. Josa nos ayudan a levantar la mirada sobre aquellos documentos y centrarnos en las líneas directrices de la presencia internacional de los Estados Unidos, potencia mundial indiscutible en la historia del siglo XX.
Por Fígaro. 

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