jueves, 23 de agosto de 2018

La economía ante el posible fin del exceso de liquidez



La larga crisis económica internacional que hemos vivido –que aún padecemos residualmente en términos de desempleo, especialmente en España- tuvo como detonante la crisis de las hipotecas basura iniciada en agosto de 2007. Sin embargo, ésta fue la consecuencia de una mezcla entre financiación barata, malos –que no pocos- controles regulatorios y una ausencia de prudencia absoluta en el análisis del riesgo de muchas personas, tanto físicas como jurídicas, por parte de las entidades financieras.
Todo ello, llevó a una desconfianza absoluta entre los distintos bancos, pues ninguno confiaba en los balances que presentaban los otros y temían los riesgos latentes que podían albergar en ellos. Por eso, pese a la acción coordinada de una docena de bancos centrales para dotar de liquidez al sistema, el dinero no fluía simplemente porque no había confianza para prestarlo. A raíz de esta circunstancia, las expectativas empeoraron rápidamente, se deshicieron inversiones, y otras muchas previstas no llegaron nunca a ejecutarse, y el empleo, lógicamente, se destruyó a grandes ritmos, especialmente en las economías con baja productividad, como en España, ya que esa característica hace que con leves caídas de actividad económica, se pierda un número importante de puestos de trabajo.
Pues bien, dentro de toda esa larga crisis, el año 2012 fue especialmente complejo, pues tras la caída de Irlanda, Grecia y Portugal, los mercados parecían empujar a España e Italia hacia un rescate como el de los anteriores –aunque no había dinero suficiente para ello-. La reordenación del sector financiero en España obligó a firmar un MOU financiero –probablemente por la gestión, bastante mejorable, que se hizo el ministerio de Economía- y encareció la financiación en los mercados de manera exponencial: recordemos que el Tesoro llegó a pagar un 7% por los bonos a diez años.
Ante esta situación, ese año, el señor Draghi copió las medidas introducidas tiempo antes por la Reserva Federal e inundó de liquidez la economía europea, a razón de una inyección de 60.000 millones de euros al mes, aceptando como colaterales bonos soberanos de grandes instituciones e incluso subsoberanos. Es decir, la política monetaria se volvió completamente laxa, con el precio oficial del dinero a cero y la facilidad marginal de depósito –aquel nivel al que los bancos pueden depositar sus excedentes en el Banco Central Europeo (BCE)- en 45 puntos básicos negativa, como incentivo para que no acumulasen excedente y prestasen y canalizasen, así, el dinero por la economía.
Sin embargo, paralelamente, los errores del pasado llevaron a que el propio BCE fuese, posiblemente, más allá de lo que debería en el endurecimiento de los requerimientos exigidos a los bancos para salvaguardar su capital, elemento que, paradójicamente, frenaba operaciones de las entidades financieras y limitaba la canalización del efectivo hacia la actividad económica, entrando en contradicción con la política monetaria laxa imperante por parte del mismo organismo.
¿Qué ha provocado todo esto? Un exceso de regulación en las entidades financieras, con limitaciones para conceder operaciones, al tiempo que se les mantiene una financiación en forma de respiración asistida debido a esa inundación artificial de liquidez, mientras que el margen ordinario de su negocio, el de intermediación, caía a plomo debido a los bajos tipos de interés, teniendo que refugiarse en una elevación importantísima de las comisiones cobradas a los clientes como opción alternativa para cuadrar la cuenta de resultados.
Además, esta anestesia general que supone la inyección tremenda de liquidez que vivimos, hace que no se note mucho la parte de intereses del servicio de la deuda pública, con lo que no genera un desincentivo a la limitación de endeudamiento público. Paralelamente, las empresas y familias, en este período de recuperación y con esta política monetaria expansiva, están comenzando a endeudarse de nuevo, impulsado, sobre todo en el caso de las familias, por una nueva guerra de hipotecas entre las entidades financieras, que tiene el peligro de volver a repetir errores del pasado cuando la economía cambie de tendencia y caiga, ya que muchos préstamos no podrán ser devueltos entonces, o no podrán pagarse puntualmente en un escenario de subida de tipos de interés.
Y ése es el gran problema. El BCE no puede seguir por mucho más tiempo con esta política monetaria laxa, debiendo volver a una ortodoxia que implica una subida de tipos. Sin embargo, igual que inundar el mercado de dinero podía ser relativamente sencillo, retirarlo requiere de una precisión y prudencia extremas para no perjudicar a la actividad económica: una subida brusca de tipos podría hundir las inversiones de las compañías, con pérdida de actividad económica y empleo, que dificultaría el pago de los préstamos de las familias, por menor renta, además de por una mayor carga de intereses en sus deudas, impulsaría el déficit público por un mayor gasto en prestaciones por desempleo y, sobre todo, por un encarecimiento del capítulo III del presupuesto público, el de gastos financieros donde se recogen los intereses de la deuda, elevando, todavía más, el desequilibrio presupuestario y acrecentando el problema, pues pondría en riesgo la capacidad de repago de la misma por parte de los estados soberanos.
Pese a ello, debe retornarse a una política monetaria ortodoxa, no tan expansiva, pero la forma de hacerlo, para evitar los riesgos anteriores, será clave y no está tan claro que el BCE tenga definido cómo ejecutarlo. De su manera de proceder, dependerá el impacto que tenga en la economía y sus consecuencias en términos de actividad económica y empleo. Por eso, y para ayudar a que dichas medidas tengan el mejor impacto posible, paralelamente todos los países deberían profundizar mucho más en las reformas estructurales de oferta, tales como el mercado de trabajo, sus sistemas impositivos o sus procedimientos burocráticos en la actividad económica, entre otros, dotándolos de mayor flexibilidad reduciendo la carga tributaria. Ésa debería ser la ruta a seguir.
Por Fígaro. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario