Con la llegada al poder de Pedro Sánchez y la dimisión de Mariano Rajoy como líder del Partido Popular, esta formación se ha visto abocada a una “renovación” a toda prisa que ya hasta los más fieles al inmovilismo del expresidente han asumido como inevitable.
Ciertamente, la herencia que recibirá el próximo presidente del PP dista mucho de la que se encontró en su día Mariano Rajoy. Si éste recogió una organización cohesionada en torno a unos principios políticos claros y reconocibles que representaban a las distintas familias de la denominada “casa común” del centro-derecha español (liberales, conservadores, democristianos y centristas), hoy el Partido Popular es una casa con graves problemas estructurales de credibilidad y representatividad en su espacio político natural.
El legado que Rajoy deja como líder del PP puede de hecho resumirse en dos ideas, estrechamente relacionadas. Por un lado, se procedió a un vaciamiento ideológico de la formación. Esa pérdida progresiva de identidad ha provocado -junto a los escándalos de corrupción- que cada vez menos electores se sintieran representados por un partido que se limitaba a la mera gestión administrativa del poder, evitando entrar en los debates políticos y en las batallas culturales planteadas por la izquierda y el nacionalismo. Como consecuencia -y ésta es la segunda idea-, el espacio de centro derecha se encuentra hoy fragmentado y sus electores desorientados entre distintas fuerzas políticas que han ido surgiendo para llenar ese hueco voluntariamente abandonado por el Partido Popular.
La tarea que va a tener que afrontar la dirección resultante del próximo Congreso Extraordinario es ingente y, además, urgente. El PSOE ha recuperado la agenda ideológica que inició José Luis Rodríguez Zapatero y cuyas consecuencias son conocidas por todos los españoles: la puesta en cuestión y el socavamiento de la reconciliación, los consensos básicos y la arquitectura institucional nacidos de la Transición. El Gobierno de Pedro Sánchez, el presidente con menos votos y escaños de nuestra historia democrática, está reactivando una política de lo simbólico que combina el buenismo mediático con la búsqueda de la polarización social.
El pasado vuelve a nublar el presente y el futuro de los españoles bajo el prisma moral de un Gobierno decidido a imponer un proyecto de ingeniería social en los órdenes político, cultural y judicial. A ello hay que sumar la voluntad expresada por miembros del nuevo Gobierno de dar continuidad a la fracasada Operación Diálogo que lideró la ex vicepresidenta, y hoy candidata a la presidencia del Partido Popular Soraya Saénz de Santamaría, para apaciguar al secesionismo catalán; así como la asunción de la tesis –también compartida por la hoy diputada- de que el problema “catalán” es fruto del recurso de inconstitucionalidad que presentó el Partido Popular en el Tribunal Constitucional contra el Estatuto. No podían hacerse esperar los “gestos” hacia aquellos que auparon a Pedro Sánchez al Palacio de la Moncloa.
Al contrario de lo que parece preocupar a los actuales dirigentes del PP, lo relevante de la sucesión de Rajoy no es tanto el “quién” sino el “para qué”1, es decir, qué proyecto político va a presentar el Partido Popular si es que quiere lograr la confianza del electorado de centro derecha -todo aquello que está a la derecha de la izquierda y que hoy encuentra cobijo en Ciudadanos y en VOX, además de en el PP- y congregar de nuevo a una amplia mayoría social. Esto pasa por una auténtica refundación sobre la base de un ideario claro, coherente e identificable (como hemos defendido siempre en Floridablanca) en torno a los principios políticos liberal-conservadores:
La persona como sujeto de derechos y libertades, o lo que es lo mismo, una concepción humanista del individuo en plena igualdad con sus conciudadanos, que ponga su dignidad por encima de cualquier condición personal -raza, sexo, orientación sexual, ideología, creencia religiosa…- y que defienda el derecho a la vida; un Estado de derecho que esté basado en la limitación del poder y de la arbitrariedad (frente al uso del Estado en beneficio propio), y que sea capaz de garantizar una verdadera separación de poderes y la cohesión de la unidad nacional (recordemos aquel lema inaugural de AP: “España, lo único importante”).
Y con todo ello, una idea de la continuidad histórica de España y de su papel protagonista en la configuración del mundo occidental, que determine los principios rectores de la política cultural y exterior en Europa o Iberoamérica, sin olvidar los desafíos que se presentan en regiones como Asia-Pacífico; así como una economía que se funde en la iniciativa individual, en facilitar el emprendimiento, en una menor carga fiscal sobre familias y empresas, en mercados más eficientes y transparentes, y que haga partícipes de la prosperidad a todos los sectores sociales.
En nuestra opinión, estos son algunos de los puntos básicos -en ningún caso se trata de una lista cerrada- sobre los que el Partido Popular debería abrir una profunda reflexión si quiere ser la fuerza representativa del centro-derecha.
Por Fígaro.
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