miércoles, 29 de agosto de 2018

John McCain o la dignidad del patriota


Como aviador naval, como prisionero de guerra torturado, como congresista o como senador, John McCain no tuvo en su vida otro objetivo que servir a la patria. Fueron sesenta de sus ochenta años los que dedicó a esa tarea y a lo largo de los mismos fue dejando invariable constancia de su carácter y de sus convicciones: la lucha por la democracia dentro y fuera de su país,la búsqueda del acuerdo y del consenso por encima de las fronteras ideológicas, le prosecución del bien común más allá de cualquier otra consideración, el cuidado por el débil y el desamparado.
No ocultó sus credenciales conservadoras ni rehuyó la batalla política pero en el momento de la verdad supo anteponer lo que entendía como bien del país a sus propias conveniencias personales. Ello le llevó en los últimos años de su vida a ser el centro de un pequeño grupo bipartidista de senadores que el parecer de muchos y en el sentir de tantos otros, sin renunciar a sus ideas, encarnaba la razón y el progreso ante la parcelación tribalista de partidos, grupos de interés o proclamas identitarias.
Hombre de genio rápido y florido, y de permanente sentido del humor, estuvo siempre al alcance del ciudadano grande y pequeño y de los medios de comunicación importantes o menos. Poco le faltó en varias ocasiones para llegar a la cima de la representación política, bien como Vicepresidente o como Presidente de los Estados Unidos. En el año 2000 tuvo que ceder la candidatura presidencial republicana a George W. Bush y en el 2008 no tuvo más remedio que plegarse a la oleada imparable que llevó a Barack Obama a la Casa Blanca. En esta última ocasión, y según su propia memoria, no le favoreció el haber elegido como candidata a la Vicepresidencia a la que fuera Gobernadora de Alaska, Sarah Pallin, carta feminista tan atractiva como inconsistente.
Impermeable al éxito o al fracaso, a la Kipling, encontró en la presidencia de la comision senatorial de Defensa su mejor refugio y desde allí canalizó la gestación de la ley recientemente aprobada sobre la mejora y ampliación de los presupuestos para la Fuerzas Armadas que lleva su nombre. Se le recordará por muchas y variadas cosas, de diverso brillo, pero muchos prefieren hacerlo en aquella respuesta que dirigió a una enfervorizada anti obamista durante la campaña presidencial: «Señora, usted se equivoca, mi contrincante es una persona decente y un buen hombre de familia, con el que tengo algunas discrepancias sobre asuntos varios». El entristecido fervor con que los americanos han lamentado su fallecimiento bien explica el alcance de su figura: un hombre digno que dedicó su vida a mejorar la de los demás. Es el mejor epitafio que su figura merece en estos tiempos de tribulación e inconsistencia.
Por Fígaro. 

La filosofía económica de Leonardo Polo


La filosofía económica de Leonardo Polo: enfocarse en la oferta, no en la desigualdad
En Filosofía y economía, el filósofo español Leonardo Polo (1926-2013) ofrece pensamientos profundos que pueden servir como base para cambiar el debate sobre la desigualdad. Durante su carrera académica, sobre todo en la Universidad de Navarra pero también en otras universidades, Polo inspiró a miles de estudiantes. Sus obras suman casi 20 volúmenes. Institutos y centros de investigación han sido establecidos en al menos siete países para estudiar sus obras y su impacto, Polo dirigió más de 40 tesis doctorales.
Aunque mucho más conocido como filósofo, Polo abordó también la economía. Polo incorpora algunas de las ideas de las figuras más influyentes en este campo, como John Maynard Keynes y Milton Friedman. Así como en filosofía, también aquí Polo va más allá de los argumentos y métodos tradicionales. Trata, por ejemplo, de la “economía espacial” o la influencia de la geografía en el desarrollo económico. Consideraba Bruselas, estratégicamente situada en los corredores productivos de Europa, como destinada a aumentar su poder político y económico. Sin embargo, no le gustaba el modelo belga, que según él se fundaba “sobre la gran empresa cuyos garantes son, a la vez, sus parásitos.”
El autor que más influyó en las opiniones de Polo sobre la riqueza es George Gilder. Siempre hay peligro con etiquetas ideológicas, pero es justo describir a Polo como un filósofo de la economía de la oferta (supply side economics). Promovía el abandono de la mayor parte del keynesianismo; prefería el enfoque de Jean-Baptiste Say (1767-1832). Éste enfatizaba la importancia de la oferta más bien que la demanda, la receta mágica de keynesianos de todo tipo.
Polo mantiene que la esencia del verdadero capitalismo es el dar, ofrecer. Este tipo de dar requiere tomar riesgos sin saber si se podrá recuperar la inversión. El verdadero empresario y el capitalismo sano se corrompen en la visión keynesiana. Mientras el verdadero empresario ve una oportunidad de crear y tiene el talento y coraje para atraer recursos e invertirlos antes de ver el resultado, el empresario keynesiano es, según Polo, alguien que busca sumarse a la ola de tasas más altas de crecimiento sin arriesgar mucho.
Las políticas keynesianas conducen a “suscitar lo que podríamos llamar empresarios por conveniencia, no por vocación. Ese tipo de gentes, en los que el afán de riesgo es muy limitado, han sido los verdaderos promotores de la sociedad de consumo.” Por “sociedad del consumidor” Polo quiere decir una sociedad en que la mayoría se concentra en el aspecto material de la economía. Este tipo de empresario se interesa más en ser “espías de los signos de demanda (prácticas de marketing)” sin asumir el riesgo de crear y descubrir.
Polo tiene puntos de vista particulares sobre la justicia distributiva, que a diferencia de las interpretaciones redistributivas típicas son coherentes con una sociedad libre. Para él, “la justicia distributiva garantiza lo que se suele llamar el bien común, esto es, que el juego de los esfuerzos humanos en la sociedad sea un bien para todos.” Los dos actores principales que promueven este tipo de justicia son la familia, con su desigualdad funcional, y el empresario que toma riesgos. Estos dos actores se basan más en dar que tomar; y dado que el trabajo del empresario beneficia a personas ajenas de su familia, parece que el emprendimiento implica más generosidad que la de un miembro de familia.
Polo subraya que la redistribución y los subsidios tienden a empeorar más bien que resolver el problema de la pobreza. Señala que, a pesar de su ineficacia, a los keynesianos y burócratas les encanta este enfoque. Polo escribe, “Como tampoco el riesgo atrae a la burocracia socialista, tanto el empresario keynesiano como el político socialdemócrata son incapaces de promover la dignidad humana: están aquejados de inautenticidad, su actividad está íntimamente desasistida, olvida la justicia distributiva.”
El dar que es esencial para una sociedad libre y justa no es sólo material, sino también espiritual; y lo que damos debe ser nuestro y no de lo común. Añade Polo: “En rigor, la justicia distributiva impulsa a atreverse: en el caso del empresario, a no esperar a tener comprador garantizado para producir, a confiar en la oferta.” Las visiones de Polo difieren de la perspectiva clásica aristotélica y tomística de la justicia distributiva—la que trata de las reglas necesarias para mantener y distribuir lo que se posee en común (edificios públicos, ingresos tributarios, nombramientos de gobierno, etc.)—pero no la contradicen. Polo es consciente de que la justicia conmutativa, a pesar de su importancia, no garantiza una sociedad libre y justa. También los contratos se deben complementar por la justicia distributiva. Las reglas que determinan la justicia distributiva son aún más difíciles de discernir que las de justicia conmutativa.
Las perspectivas de Polo sobre la justicia distributiva se alinean más con conceptos descuidados de la justicia social, que ven la redistribución como un problema pero consideran como una virtud el trabajar por el bien común. El empresario que tome el riesgo de ofrecer sin tener la demanda asegurada puede ser visto favorablemente como filántropo, y aún más que eso. Este tipo de justicia social y distributiva es esencial, pero va más allá de la justicia de los tribunales. Nadie puede ser llevado a juicio por no querer tomar riesgos.
Las teorías de Polo se beneficiarían de un mayor énfasis en el papel de los precios libres para guiar a empresarios para que “los esfuerzos sociales sean para el bien de todos” (p. 343) o al menos para la mayoría. Eso era una visión clave en las enseñanzas del premio Nobel F. A. Hayek, y también las de Ludwig von Mises. Polo no cita a von Mises pero llega a conclusiones semejantes al escribir que “la acumulación de capital es una actividad de naturaleza espiritual.” En La acción humana, su tratado más importante, von Mises escribe: “Las ‘fuerzas productivas’ no son materiales. La producción es un fenómeno espiritual, intelectual e ideológico. Es el método que el hombre, dirigido por la razón, emplea para eliminar sus incomodidades de la mejor manera posible. Lo que distingue nuestras condiciones de las de nuestros antepasados ​​que vivieron hace mil o veinte mil años no es algo material, sino algo espiritual. Los cambios materiales son el resultado de los cambios espirituales.”
Polo es un fuerte crítico de las ideas actuales de la justicia distributiva, según las cuales la misma consiste en tomar de los ricos y darle a los pobres. Veía correctamente que la debilitación del espíritu empresarial conduce a la debilitación del bien común. Se preocupaba mucho por la burocracia que a su parecer afectaba no sólo al gobierno sino también a las grandes corporaciones.
Relevancia para la España de hoy
Adam Smith, el economista más famoso de todos los tiempos, a veces llamado “el padre de la economía”, era un filósofo moral. Su visión influyó mucho en la política económica desde la Ilustración escocesa del siglo XVIII en adelante. Desde entonces, sin embargo, hay cada vez menos economistas que se esfuerzan por entender los fundamentos filosóficos y los incorporan en su trabajo. Del mismo modo, los filósofos tienden a evitar los temas económicos. Leonardo Polo es una sana excepción: no abandonó nunca su lenguaje filosófico, difícil y a veces único, pero alimentaba sus análisis leyendo a algunos de los mejores economistas.
Su filosofía económica puede servir de guía importante en la confección de las plataformas económicas y sociales de diversos movimientos y partidos políticos en España. Tiene buenos fundamentos económicos e incluye intuiciones profundas sobre la condición humana.
Dada la reconstitución de la escena política en España y con el creciente interés en el legado de este filósofo, es posible que las enseñanzas de Polo ganen en influencia. No era un conservador típico; su padre murió exiliado por apoyar a los adversarios de Francisco Franco. Es probable que sus visiones económicas atraigan más a los partidos que favorecen el mercado libre, como el rejuvenecido Partido Popular, que después de algunos debates decidió nombrar como jefe a Pablo Casado Blanco, capaz y atrayente, de solo 37 años. El naciente partido Vox, el movimiento más conservador pero todavía muy pequeño, puede aprender también de las opiniones de Polo. Ciudadanos, el partido dirigido por Albert Rivera, otro líder atrayente, quizá estaría más de acuerdo con la economía de Polo que con su visión en temas sociales y de familia. Ciudadanos todavía está en búsqueda del justo balance en sus principios que le permita aumentar su atractivo nacional.
En la izquierda el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que dirige la actual coalición de gobierno, puede también aprender de Polo, pero debería abandonar algunas de sus banderas socialistas burguesas. Polo escribió que durante los años 80 el PSOE rechazaba el keynesianismo pero endosaba todavía la redistribución porque “al socialismo histórico le pone nervioso que alguien tenga más que otro.” Alberto I. Vargas, cofundador del Leonardo Polo Institute of Philosophy (EEUU), afirma que el PSOE podría adoptar algunas de las visiones sociales y comunitarias de Polo y también sus ideas sobre los obreros, que cuando desempeñan su labor en entornos con información adecuada se convierten también en empresarios creadores. El empezar por la desigualdad no nos conduce al camino que lleva a la reducción de la pobreza. Es necesario enfocarse en la creación de riquezas a través de la liberación y el aumento del espíritu generoso y empresarial de trabajadores y empresarios. Vargas concluye: “La perspectiva de Polo sobre la ‘ayuda’ es muy rica y muy lejana al paternalismo, Polo más bien va en la línea de la libertad, de la capacidad de oferta y de la donación.”
Por Fígaro. 

LA ECONOMÍA DE AZERBAIYÁN



  1. INTRODUCCIÓN
En relación a la economía de Azerbaiyán, se remite la siguiente valoración.

  1. ANÁLISIS
La economía de Azerbaiyán, la más importante de los tres países del Cáucaso, está marcada por su dependencia de las exportaciones de hidrocarburos, del que el país es un importante productor. La volatilidad de los precios del petróleo supone un elemento de inestabilidad que influye fuertemente en el desempeño económico del país. En este sentido, la bajada de los precios del petróleo en 2014 afectó fuertemente a Azerbaiyán, revertiendo lo que hasta entonces había sido un ciclo de crecimiento económico notable. Aunque las principales variables se están estabilizando, cabe destacar que la crisis afectó a la actividad en el sector de la construcción, en el aumento de la inflación e incluso en la devaluación en dos ocasiones de su moneda nacional.
A pesar de esta dependencia de las exportaciones energéticas, el país ha continuado el desarrollo de este sector estratégico. En colaboración con Georgia y con Turquía, se han establecidos nuevos proyectos de exportación y transporte de hidrocarburos que pueden llegar a más mercados internacionales, con el objetivo de dar salida a la cada vez mayor producción gasífera del país. Otros sectores como el agrícola presentan buenas perspectivas de crecimiento, con el punto de mira en exportar a mercados como el de los países del Golfo Pérsico. También el sector logístico o el turismo son otros posibles vectores de crecimiento que podrían ayudar a diversificar la estructura económica de Azerbaiyán.
Precisamente, la diversificación económica es uno de los retos de Azerbaiyán, junto con otros como la lucha contra la corrupción, la creación de un ambiente más favorable para los negocios, o la búsqueda de nuevos mercados. En este sentido, la solución del conflicto de Nagorno Karabaj y la mejora de la relación con Armenia, tendría repercusiones positivas en el ámbito económico, especialmente de cara a la construcción de infraestructuras energéticas y a la contención del gasto militar.
En relación a las empresas españolas, la economía de Azerbaiyán ofrece buenas oportunidades en sectores como el agroalimentario, el turismo, las energías renovables o las infraestructuras, sin olvidar el sector petrolero y del gas.



  1. CONCLUSIÓN
El sistema objeto de estudio es en principio inestable y está determinado por la gran producción de gas del país. Las variables de riesgo principales son por un lado la construcción de la infraestructura para transportar el gas, fundamental para poder exportar la ingente producción, y por otro lado, el aumento de la dependencia del país del sector energético. A más largo plazo, el sistema tiende a la estabilidad.
Por Fígaro. 

sábado, 25 de agosto de 2018

45sindespidos: manifiesto

Nuestro Manifiesto



Desde la creación de la figura del militar de empleo en 1989 hasta hoy han pasado 28 años en los que se han promulgado ya hasta cuatro leyes de personal en el proceso de plena profesionalización de las Fuerzas Armadas, proceso que, no obstante, consideramos inacabado. Y decimos inacabado, porque se nos sigue negando a los soldados el reconocimiento pleno como los empleados públicos que somos, imponiéndosenos una temporalidad que no viene justificada por ningún criterio objetivo.
En la primera de las leyes se estableció un periodo máximo de ocho años de servicio que una segunda ley, en vigor diez años después, ampliaba a los doce años de servicio o una edad máxima de 35 años. Con esa ley se cerraba el periodo del servicio militar obligatorio.
En el periodo de transición, de un ejército de levas o conscripciones a un ejército plenamente profesional, se constató un primer problema, derivado de la escasez de aspirantes a cubrir la plaza de soldado, que resulta del todo insuficiente el número de efectivos para mantener las plantillas fijadas. Entre las diversas soluciones… o parches… se recurrió a la utilización de personal extranjero, al diseño de planes de mejora de la calidad de vida y a la relajación de los requisitos para el ingreso. Ninguna de estas medidas hicieron más atractiva la carrera de soldado y, más aún, cuando la situación económica del país era por entonces muy favorable, existiendo ofertas de empleo mucho más atractivas en la vida civil. Esta situación obliga a promulgar la actual Ley de Tropa y Marinería de 2006. Esta norma ampliaba hasta 45 los años de servicio y se creaba la figura del Reservista de Especial Disponibilidad (RED) con un compromiso de disponibilidad para los soldados de más de 45 años para poder ser activados por el Gobierno en caso de necesidad.
La temporalidad en las FFAA ha ido variando en este periodo de 28 años que hemos comentado, pasando de los 8 años de servicio a los 12 años de servicio o a los 35 de edad; y de ahí a los 45 años con una disponibilidad desde los 45 a los 65 años. Es evidente que las modificaciones no obedecen a criterios objetivos, ya que no se permite al soldado servir en tempos de paz más allá de los 45 años… pero puede ser activado como reservista entre los 45 y la edad de la jubilación en caso de guerra o de necesidad si así lo estima el Gobierno de turno.
La ley de 1999 introdujo la figura del soldado de carácter permanente, con la consideración de Militar de Carrera, y que con las mismas funciones que el temporal puede ejercerlas hasta la edad de retro. El contingente de “Permanentes” se fija en el 15% de la plantilla total, sin que conste que la cifra atienda a criterios objetivos, profesionales o de servicio.
La ley de 1989 definía la Función Militar y a los que la ejercían, siendo estos el personal militar que mantiene una relación de servicios profesionales y es de aplicación a los militares de carrera, que constituyen los cuadros permanentes de las Fuerzas Armadas, y a los militares de empleo. La Ley de la Carrera Militar creaba las Escalas de Tropa y Marinería, siendo ambas un reconocimiento explícito de que los militares de tropa y marinería formaban parte de la Función Militar, constituyendo una escala propia dentro de esa función pública. La pertenencia a esta escala dentro de la función pública está sujeta a una constante reválida mediante informes personales bajo la subjetividad de tus mandos inmediatos, la superación de pruebas físicas periódicas que acreditan un permanente y excelente estado de forma física y unos reconocimientos médicos periódicos que acreditan y certifican el adecuado estado de salud, bajo un riguroso cuadro de exclusiones.
Es aquí donde encontramos otro campo donde se aplica, sin la menor piedad, otra de las discriminaciones que sufrimos con respecto al resto de los militares, las CLASES PASIVAS. Por el Real Decreto 1186/2001 los militares temporales ven recortados las pensiones que les corresponderían en caso de enfermedad o lesión, siendo muchas veces expulsados con minusvalías valoradas a la baja por los tribunales médicos y que obtienen con mucha frecuencia valoraciones superiores por los tribunales médicos de las comunidades autónomas con competencias en la evaluación de las minusvalías. Son tantos los casos en los que se dan estas circunstancias que podría hablarse de un “ERE encubierto”. Nosotros los soldados hemos permanecido en silencio durante tres décadas bajo las premisas de que nuestra principal hazaña es obedecer y el modo cómo ha de ser es ni pedir ni rehusar, aceptando la tutela del que tiene encomendada la labor de conocer velar por los intereses de sus subordinados, confiando en que los que nos niegan la capacidad de lucha sindical velaran por nuestros derechos a la hora de legislar. Ni una cosa ni la otra. Nosotros los soldados hemos sido abandonados por los unos y por los otros, siendo relegados a la exclusión de unas leyes que amparan a todos los empleados públicos, menos a nosotros. Hemos sido discriminados con respecto al resto de militares (los de carrera) con una dualidad de leyes de personal que suponen un castigo injustificado a quienes están dispuestos a los mayores sacrificios.
HA LLEGADO EL MOMENTO en que nosotros, los soldados, nos organicemos para pedir con nuestra propia voz lo que entendemos que son nuestros legítimos derechos que se nos ha venido negando de manera sistemática
  • EL DERECHO A SER RECONOCIDOS COMO EMPLEADOS PÚBLICOS DE LA ADMINISTRACIÓN DE DEFENSA, EN LA FUNCIÓN MILITAR, FUNCIONARIOS DE CARRERA, mediante la debida consolidación de nuestros empleos y cumpliendo con cuantos requisitos se nos exija, dándonos el tiempo y la formación necesarios para que el que no cumpla esos requisitos tenga la oportunidad de conseguirlos en un tempo razonable.
  • Que se potencien los mecanismos para permitir una SALIDA VOLUNTARIA a quienes deseen abandonar las FFAA para ingresar en puestos de otras administraciones públicas, Cuerpo Nacional de Policía, Guardia Civil, etc., incentivando estas salidas para que, junto con un adecuado sistema de ascensos por promoción interna, se produzca un “drenaje” en número suficiente para facilitar un rejuvenecimiento de las escalas.
  • Que se eliminen los límites de edad y número máximo de convocatorias para la promoción interna y que se pondere la experiencia y trayectorias profesionales, de forma que se garantice el ascenso en la escalera social de aquellos mejor preparados.
Nosotros, los soldados, no podemos permanecer por más tempo en silencio, viendo como más de 400 compañeros se encuentran en situación de desempleo en una franja de edad de las más vulnerables del mercado laboral, sin una formación adecuada ni los apoyos comprometidos por una ley que se incumple de forma sistemática y que, ni tan siquiera, se ha esforzado en homologar la formación y experiencia de sus soldados. No se han promovido los acuerdos necesarios con otras administraciones públicas para buscar una salida estable y, los pocos que han firmado, no han puesto los medios necesarios para garantizar su cumplimiento.
Para nosotros será condición innegociable LA REINCORPORACIÓN DE TODOS LOS RED.
Necesitamos unas FFAA donde la mujer tenga una presencia similar a la que ocupa en el resto de la sociedad. Necesitamos y esperemos que con el tempo lleguen mujeres almirantes, mujeres generales, mujeres oficiales, mujeres suboficiales y mujeres soldado. Por eso y porque gran parte de la culpa del bajísimo índice de incorporación de la mujer a las FFAA Armadas lo tiene la arbitrariedad a la que se someten las medidas de conciliación familiar. Por eso, por nuestra parte, nosotras, las soldados, reivindicamos
  • Nuestro de derecho a ser madres.
  • Que nuestros compañeros sean padres.
  • Que podamos atender a nuestros familiares enfermos.
  • Que se amplíen las plantillas para que cumplan las medidas de conciliación familiar y podamos ser sustituidas en los periodos de maternidad, lactancia, cuidado de hijos menores o personas mayores a su cargo.
Nosotros, los soldados, nos dirigimos a los sindicatos de policía local, que tanto parecen temer la “militarización” de sus cuerpos de policía por la incorporación de soldados mediante la reserva de plazas y el reconocimiento de méritos, les decimos que están invitados a apoyarnos en nuestras aspiraciones; les decimos que nos conozcan y vean en nosotros a personas acostumbradas a confiar nuestra vida a nuestro compañero y a hacernos responsables de la suya; les decimos que somos los mejores compañeros que se puede tener y que, con la formación preceptiva como policías locales, serán ellos quienes estarán encantados de tenernos a su lado. Un soldado no puede ni quiere militarizar un cuerpo de policía… pero tiene mucho que aportar en lo relativo a valores, conocimientos y experiencia, que sólo pueden enriquecer a la institución en la que sirva.
Queremos tender la mano a las Asociaciones Profesionales de Militares para que se unan a nosotros en una lucha que nos es común, reconociéndoles el arduo trabajo realizado hasta ahora y los sacrificios personales que han brindado.
Somos perfectamente conscientes de las limitaciones impuestas por un órgano consultivo que rechaza sistemáticamente cualquier propuesta y que sólo acepta aquellas que son irrelevantes o meramente estéticas. Lo somos de la falta de apoyo y colaboración con la que el Ministerio desprecia la labor asociativa. Lo somos de la esterilidad de PNL´s que en nada vinculan.
Vamos a trabajar para conseguir una solución global y definitiva para TODOS los miembros de la escala. No es nuestra intención contentarnos con soluciones parciales, parches o chapuzas. Nosotros, los soldados, no dejaremos nunca a ningún compañero atrás, pero no caminaremos junto a los que hayan decidido TRAICIONAR a esta escala aceptando soluciones sólo para unos pocos.
Una sociedad democráticamente madura necesita que se afronten con seriedad las decisiones que afectan a su Seguridad Nacional, que se conozcan, amen y admiren sus FFAA y que exista un debate sobre el tipo de ejército que se quiere y sobre las misiones que el Gobierno debe encomendar. Es indispensable abrir el debate sobre la conciencia de la Defensa Nacional y que la sociedad sea consciente de que las FFAA están a su exclusivo servicio, a las órdenes de un Gobierno elegido democráticamente y del interés porque ese servicio se preste en las mejores condiciones.
Nosotros, los soldados, queremos agradecer a los todos los colectivos y personas que nos están apoyando, a los sindicatos de la Policía Nacional y Local, a los Mossos, a las Asociaciones Profesionales de la Guardia Civil, a los grupos políticos de todas las ideologías que quieran implicarse, a nuestros familiares y amigos, a multitudes de ciudadanos anónimos y a los medios de comunicación.
A quienes puedan sentirse molestos por nuestro ímpetu y perseverancia, DISCULPEN LAS MOLESTIAS… PERO ESTAMOS REIVINDICANDO LO QUE ENTENDEMOS SON NUESTROS LEGÍTIMOS DERECHOS.
Nos presentamos a la sociedad tomando la voz por nosotros mismos ante el fracaso de nuestros mandos, nuestros políticos y nuestros representantes asociativos en la defensa de nuestros derechos. Lo hacemos de manera temporal… solamente hasta la consecución de nuestros objetivos;
  • EL RECONOCIMIENTO PLENO COMO FUNCIONARIOS PÚBLICOS DE LA ADMINISTRACIÓN DE DEFENSA.
  • LA PROMOCIÓN DEL SINDICALISMO MILITAR como fórmula de representación.
Estamos dispuestos a acabar con la temporalidad, discriminación y precariedad del empleo de soldado, siempre con un respeto escrupuloso con el marco legal que rige nuestra actividad, pero también siempre con el firme propósito de cambiarlo por todos los medios permitidos en derecho.
Hoy nos constituimos en una asociación profesional para conseguir con las miras en la consecución de un derecho de sindicación que tanto la Constitución Española como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos nos reconocen.
Solo depende de la voluntad política para resolver nuestros reales problemas e inquietudes el tempo que tardemos en volver a guardar el silencio que nos caracteriza, a replegar nuestras velas, a volver a nuestros cuarteles, de manera que el único ruido que de nosotros se escuche sea el de nuestras botas marcando nuestro orgulloso paso en los desfiles.
NOSOTROS LOS SOLDADOS SOMOS #45SINDESPIDOS.
Gracias a esta plataforma, que representa a los militares que cuando cumplen los 45 años, son echados del ejercito o relegados injustamente por el Ministerio de Defensa, os invitamos a que, sigan a esta asociación para que, la sociedad vea la labor que hacen los militares españoles. 
Por Fígaro. 

45sindespidos



La PLATAFORMA CUARENTA Y CINCO SIN DESPIDOS, “P45SD”, nace a finales del 2017, como resultado de un proceso iniciado por unos cuantos militares de tropa y marinería de diferentes puntos de España cansados por las injusticias cometidas por el incumplimiento de la ley 08/2006, por la que nuestros compañeros que finalizan sus compromisos de larga duración a la edad de 45 años, se ven abocados a entrar a un mercado laboral sin el seguimiento ni la formación que la propia ley arriba citada establece.
Y viendo que por este incumplimiento de la ley muchos compañeros ya se han visto afectados quedando en el desamparo, al igual que el resto de compañeros que en los próximos años nos veremos en la misma situación, nos hemos visto en la obligación de informar al resto de militares y civiles de este incumplimiento.
Por eso demandamos la derogación de la ley 08/2006 y la incorporación de todos los compañeros que ya se han visto afectados.
Para este fin, y bajo el amparo de la Ley Orgánica 9/2011 de derechos y deberes de los miembros de las Fuerzas Armadas donde se establece:
Que los militares tenemos derecho a asociarnos libremente para la consecución de fines lícitos de acuerdo con lo previsto en la Ley Orgánica 1/2002.
Y que estos fines son la defensa de los intereses profesionales y los derechos establecidos en la Ley Orgánica 9/2011.
La PLATAFORMA CUARENTA Y CINCO SIN DESPIDOS adquiere personalidad jurídica y capacidad de obrar al formalizar un acta fundacional, convirtiéndonos así en una asociación sin ánimo de lucro con el C.I.F. G88002712.
Además para cumplir con el marco legal delimitado por el Título III, Capítulo I de la Ley Orgánica 9/2011, la PLATAFORMA CUARENTA Y CINCO SIN DESPIDOS se inscribe en el Registro de Asociaciones Profesionales de miembros de las Fuerzas Armadas (RAPFAS) desde el 13 de marzo del 2018, con el número 09‐2018.
Así que damos a conocer a esta asociación 45sindespidos que es una asociación sin animo de lucro, que esta defendiendo los intereses de los militares retirados. Un deber, un compromiso. 
Por Fígaro. 

Un sembrador del caos

Foto: Gage Skidmore / Flickr

Ha sembrado el desconcierto entre amigos, vecinos y aliados. Con los enemigos, un día presume de proximidad y al otro amenaza con holocausto nuclear. Despista a sus conmilitones interiores pensando en su «base» doméstica, alimentada con el odio al extranjero, el desprecio al originario de «agujeros de mierda» y el populismo nacionalista del «America primero». Insulta a la prensa, a los servicios de Inteligencia, a los responsables de la justicia. Hace todo lo posible por desmontar la protección del medio ambiente, la regulación del sistema financiero, la libertad de comercio o la cooperación internacional al desarrollo. Ha rebajado los impuestos a las rentas más altas e incrementado el número de ciudadanos sin cobertura sanitaria. Ha conseguido que su domicilio más que la Casa Blanca sea la de los líos. Presume de ser un «genio estable». Admirador de Putin y Erdogan. Y sin declaración de impuestos conocida. ¿Hay quien dé más?

Por Fígaro. 

Kennedy Conservador



El interés por la figura y el legado político de John Fitzgerald Kennedy sigue gozando de buena salud cinco décadas después de su magnicidio. Su poliédrica figura y los numerosos puntos ciegos de su presidencia -corta, pero intensa- han contribuido a fomentar el interés por el personaje político. Uno de estos ángulos ciegos, en donde aún persisten diferentes interpretaciones, es el relativo a su sesgo ideológico; un sesgo ambivalente en algunos casos y cambiante según el ámbito pero que, en su conjunto, puede clasificarse mayormente como conservador. Kennedy, por ejemplo, fue en su juventud, y durante su trayectoria política previa, un “halcón” en la lucha contra los soviéticos. También fue lo que hoy llamaríamos un “liberal-conservador” en lo que respecta a su política económica.
Cuando Kennedy llega a la Casa Blanca en enero de 1961, la economía americana mostraba claros síntomas de agotamiento. La última gran crisis había tenido lugar en 1958. Durante la década de 1950, la producción industrial había crecido a tasas medias del 2,5 y 3%. Desde el advenimiento de la crisis, la tasa de desempleo se había mantenido peligrosamente alta en torno al 6,8%, habiéndose destruido 1,2 millones de empleos durante los meses previos a su toma de posesión. Había que “poner al país de nuevo en marcha” como prometió el entonces senador Kennedy en su reñida campaña electoral contra el candidato republicano Richard Nixon.
Pese a tener a priori una formación económica de corte keynesiano -su padre ejerció de embajador en Londres y su mandato se encuadra dentro del apogeo de los neokeynesianos liderados por Paul Samuelson o James Galbraith, entre otros-, lo cierto es que en el ámbito económico y fiscal podemos clasificar a Kennedy dentro de la definición clásica de liberal conservador. Como señala su biógrafo Robert Dalleck, Kennedy fue siempre defensor de un dólar fuerte, estando durante toda su presidencia preocupado por el déficit comercial y la inflación. Siempre abogó por la contención del gasto público y el equilibrio presupuestario. La pieza central de su política económica sigue siendo la bajada de impuestos más importante en la Historia de Estados Unidos, más relevante incluso que la de Ronald Reagan en los años 80.
Estos objetivos de política económica, dólar fuerte, control del presupuesto y bajadas de impuestos, impulsó a Kennedy a nombrar como Secretario del Tesoro a Douglas Dillon, conservador y hombre de confianza de Wall Street partidario de mantener bajo control el binomio deuda-déficit como única manera de favorecer un dólar fuerte en el largo plazo. Este nombramiento se complementó con otras voces netamente keynesianas como la de Walter Heller, Presidente del Council of Economic Advisers, economista de demanda más preocupado por alentar la producción y el consumo; David Bell, economista formado en Stanford y con experiencia en la administración, como responsable del presupuesto; James Tobin, premio Nobel de economía en 1981 y los citados Galbraith y Samuelson.
Pese al completo elenco de asesores, Kennedy acabará imponiendo su criterio personal en las decisiones clave. La mayor preocupación de JFK era la espiral del déficit, que rondaba ya los 7 millardos a principios de 1961 en un presupuesto público que superará, por primera vez, los 100 en el ejercicio siguiente. Ante este escenario, el presidente era partidario de una fuerte bajada de impuestos como principal política en materia económica.
John F. Kennedy en el debate del Estado de la Unión de 1963
En diciembre de 1962, el presidente señaló su determinación de bajar impuestos con una ley que haría más simple y liviana la carga fiscal en todos los tramos. Ésta era la mejor manera y la más sólida, argumentaba Kennedy, de reanimar la economía en el largo plazo. La proposición fue recibida con escepticismo por parte del Congreso. Este rechazo inicial venía motivado por dos razones. En primer lugar, por miedo a que las finanzas públicas quedasen comprometidas en un entorno de escalada militar con la Unión Soviética y con un déficit ya abultado. En segundo lugar, porque los líderes de la mayoría en la cámara no veían con urgencia la necesidad de ampliar los objetivos de crecimiento de la nación -si la economía no crecía, pero tampoco presentaba el cuadro recesivo de 1958, ¿porqué correr riesgos innecesarios? -.
Sin embargo, JFK consideraba fundamental que la economía recuperase la musculatura y la vitalidad perdida para que EE.UU. consolidase su posición de líder global moral frente al bloque comunista. La supremacía del sistema democrático y capitalista tenía que demostrarse de manera contundente, con hechos y no únicamente con palabras.
Después de un periodo de intensas discusiones, Kennedy impuso su criterio y anunció una fuerte rebaja impositiva en el discurso sobre el Estado de la Unión de 1963. La propuesta de ley incluía la rebaja del tipo marginal máximo del impuesto sobre la renta de las personas físicas del 90% al 65%, para pasar del rango del 20-90% vigente hasta entonces al 15-65%. El impuesto de sociedades se rebajaba del 52% al 47% y se ampliaban algunas deducciones.
Kennedy, además, estaba convencido de que su propuesta fiscal fortalecería las finanzas públicas. En un discurso en la Cámara de Comercio de Nueva York, remarcó de manera contundente: “la paradoja es que los impuestos son muy altos y la recaudación muy baja, y la mejor manera de incrementar los ingresos fiscales en el largo plazo es bajar los tipos marginales ahora.” Kennedy se avanzaba dos décadas a la lógica lafferiana: las bajadas de impuestos incrementan la recaudación fiscal, tal y como explicaría en 1974 el propio Arthur Laffer a unos jóvenes Donald Rumsfeld y Dick Cheney, a la sazón staffers del presidente Gerald Ford, en el restaurante Two Continents de Washington donde el economista dibujaría por primera vez su popular curva en forma de seno (“Laffer curve“) en una servilleta de papel.
Kennedy no vivió para ver confirmada su intuición. La Revenue Act (1964) no se promulgó hasta meses después de su asesinato en Dallas, con Lyndon Johnson ya como presidente. Los resultados de dicha bajada de impuestos han sido estudiados con posterioridad mostrando un efecto positivo en términos de recaudación fiscal, crecimiento económico y empleo. El propio Laffer demostró en un estudio (Heritage Foundation) cómo la media en el incremento de los ingresos fiscales saltó del 2,6% (1960-1964) al 9,0% (1965-1968); el crecimiento del PIB, del 4,6% al 5,1%; y la tasa de desempleo se redujo del 5,8% a un 3,9%.
No sabemos qué hubiese sido de la historia si Kennedy hubiera disfrutado de un segundo mandato. Muchas de sus iniciativas quedaron en el aire y hoy, en muchos casos, sólo nos quedan sus inspiradoras palabras y su imagen de líder joven y enérgico. Lo que sí podemos concluir es que su acción en política económica estuvo anclada en firmes convicciones de corte liberal-conservador.
Por Fígaro.

The Conservative Heart de Arthur C. Brooks

The Conservative Heart

“La libertad de empresa y la globalización, en el corazón del conservadurismo estadounidense, son responsables de la mayor reducción de la pobreza desde que la humanidad comenzó su larga subida hacia las estrellas.”
Arthur C. Brooks

Algún ingenuo se extraña, aún hoy, de la aparición de Donald Trump en la escena política americana. Con todo, el surgimiento de este nuevo y sorprendente liderazgo en el Partido Republicano viene a confirmar por la vía de los hechos lo que en Washington ha sido un clamor durante décadas: primero, que los conservadores, convencidos de antemano de que la batalla cultural está perdida, han decidido salir a empatar, apostando por un antipolítico que se jacta –o se jactaba- de no haber sido conservador; segundo, que hartos de sacudirse el sambenito de Ebenezer Scrooge, los republicanos han resuelto aceptarlo y convertir el papel impuesto por la progresía en su verdadera identidad. La inteligencia conservadora asume, entre el desahogo y la autocomplacencia, que en el tapete político le ha tocado hacer de nasty party; una cueva de desengaño que da cobijo a pragmáticos sin corazón y a ricos con sed de venganza de clase.
Arthur C. Brooks, presidente del think tank American Enterprise Institute y, hasta la fecha, uno de los activistas más influyentes en las filas republicanas, trata en The Conservative Heart de citar a sus correligionarios a un combate distinto. En su papel de economista pop, a medio camino entre el académico y el lobista, ofrece contraargumentos a la falacia progre del conservadurismo sin corazón. Reniega, de hecho, del marco del “conservadurismo compasivo”, hecho suyo por George W. Bush y David Cameron, entre otros, por considerarlo redundante y cínico. “El conservadurismo americano es compasivo por naturaleza”, esgrime, “y la historia y la estadística me dan la razón”.
En una narración unidireccional, entretenida y preñada de anécdotas personales -sin recurrir al storytellinghoy es imposible vender un solo libro en Estados Unidos-, el autor reivindica la tradición intelectual conservadora, de Edmund Burke a Barry Goldwater, pasando por Russell Kirk y su “The Conservative Mind”, y la presenta como una propuesta antropológica totalizadora. Las posiciones económicas no son más que aplicaciones concretas de esa concepción holística asentada, como la Constitución de los Estados Unidos, sobre tres principios: vida, libertad y búsqueda de la felicidad. Arthur Brooks aprovecha este último objetivo, la búsqueda de la felicidad, para evaluar el éxito de las políticas sociales implantadas por los últimos moradores de la Casa Blanca.
El objetivo de la libertad de empresa es el florecimiento humano, no el materialismo. Brooks se declara enemigo de los postulados cientificistas de aquellos economistas obsesionados con que el mundo se parezca a sus modelos predictivos. Enemigo, por igual, del socialismo científico de Engels y del enfoque científico de la administración pública de Robert McNamara. A su juicio, las diferentes versiones de este pensamiento materialista son las responsables del aumento de la pobreza en los Estados Unidos. Frente a ello, la aspiración política de los padres fundadores no fue otra que la de ofrecer las condiciones humanas propicias para el florecimiento individual. En este sentido, Brooks construye su particular “Happiness Portfolio” para una vida lograda o eudaimonía: fe, familia, trabajo y comunidad. La Administración, en consecuencia, ha de limitarse a garantizar que todos puedan alcanzar el éxito en condiciones de igualdad; nada que ver, por tanto, con la distópica Great Society alumbrada por Lyndon Johnson. Así las cosas, la red de seguridad del Estado restringiría su ámbito de protección a los realmente necesitados, puesto que nadie elige como opción de vida la dependencia existencial y asistencial del poder público pudiendo no hacerlo.
Libre mercado, propiedad privada, emprendimiento, estado de derecho y globalización; recetas poco intuitivas y difíciles de digerir pero que, en opinión del autor, han servido para sacar de la pobreza a ochocientos millones de personas durante los últimos treinta y cinco años. Recetas, al tiempo, que hunden sus raíces en una filosofía moral compleja con el ser humano en la médula. Arthur Brooks cree que ha llegado la hora de que los conservadores vuelvan a hablar de justicia y de pobreza en una suerte de movimiento conservador para la justicia social porque, aunque cueste aceptarlo, combatiendo en ese terreno, a la postre combaten en casa.
Por Fígaro. 

La gran revolución americana de Pedro F.R. Josa

En la cuarta temporada de la serie de Aaron Sorkin, The West Wing, tiene lugar este curioso diálogo entre un asesor del Presidente y un alto cargo del Departamento de Estado:
– “How long have you been in Public Affairs at State?
(¿Cuánto tiempo ha estado en Departamento de Estado?)
– Under the last three Presidents.
(Con los últimos tres Presidentes).
– You worked for both parties.
(Ha trabajado para ambos partidos)
– You know the difference? Republicans want a huge military but they don’t want to send it anywhere. The Democrats wants a small military and they want to send it everywhere”.
(¿Sabe la diferencia? Los Republicanos quieren un ejército enorme pero no quieren enviarlo a ninguna parte. Los Demócratas quieren un ejército pequeño pero quieren enviarlo a todos los sitios)
porta
Sorkin es capaz de condensar, con tan solo una frase, la política exterior de los Estados Unidos en la última centuria. Por supuesto, la reflexión es muy simplificada y requiere matices pero no se aleja tanto de la realidad: republicanos y demócratas llevan manteniendo durante décadas un afanoso debate, iniciado ya durante los primeros compases de la independencia (cuando ni tan siquiera existían ambos partidos), acerca de la implicación que la nación americana ha de tener en el contexto internacional.
Raro es que en una conversación sobre política internacional no se comente, criticando o alabando (suele predominar lo primero), la actitud estadounidense frente a cualquier conflicto. En España tenemos el dudoso honor de contar con tantos “expertos” como problemas hay en el mundo, a los que solemos aproximarnos con prejuicios y lugares comunes. Ahora bien, ¿conocemos, más allá de lo que aparece en los periódicos, cuál ha sido la evolución de la política exterior americana a lo largo de su historia? ¿Sabemos qué principios ha seguido? Si somos sinceros, seguramente ambas preguntas serán contestadas con sendos noes. Por esta razón son de agradecer obras como la de Pedro F.R. Josa, La gran revolución americana. Raíces ideológicas de la política exterior de Estados Unidos (Ediciones Encuentro, 2015) que nos acercan, bajo una perspectiva académica y rigurosa, al proceso de construcción de la política exterior estadounidense desde sus orígenes hasta nuestros días.
Como acertadamente señala el profesor Florentino Portero en el prólogo de la obra, “La política exterior norteamericana no es solo el resultado de la visión de emigrantes cristianos que dejaron Europa hace siglos, ni siquiera de las experiencias diplomáticas y bélicas a lo largo del siglo XX. Es la expresión de una cultura política que se ha forjado a lo largo del tiempo”. Por lo tanto, para poder comprender los mecanismos que rigen la actual política americana es necesario acudir a sus raíces y estudiar los principios que la han inspirado durante las dos últimas centurias. Pedro F. R. Josa acomete esta tarea centrándose en el aspecto teórico de las tradiciones ideológicas subyacentes en las relaciones internacionales. Advertimos al lector que si únicamente busca una mera relación de hechos, la obra de Pedro F.R. Josa puede terminar por frustrarle dado el carácter predominantemente teórico de su contenido.
Ya desde el inicio de la Independencia estadounidense, y muy enraizadas en la propia concepción de la joven república, se enfrentaron dos formas de entender la acción exterior: el idealismo de raíz jeffersoniana, que abogaba por mantener una pequeña nación para salvaguardar el proyecto democrático; y el idealismo de raíz hamiltoniana, partidario de la expansión territorial de la república. Ambas posiciones son imprescindibles para comprender los debates que se produjeron durante las siguientes centurias entre internacionalistas y aislacionistas.
Durante los primeros años la visión hamiltoniana se impuso, favorecida por la compra de la Luisiana en 1803 o la guerra contra Inglaterra de 1812. El resto del siglo XIX, como explica Pedro F.R. Josa, “puede entenderse como una búsqueda de ese interés nacional en la expansión continental, en cuyo transcurso los Estados Unidos debieron crear nuevas tradiciones políticas para no perder su raíz democrática y republicana, al mismo tiempo que aseguraban su preeminencia en el continente americano”. El resultado de llevar a la práctica estas ideas fue el surgimiento del denominado “unilateralismo aislacionista”, que se vería reflejado en la Doctrina Monroe o en la teoría del Destino Manifiesto.
A finales del siglo XIX, sin embargo, dos acontecimientos alteraron profundamente la política seguida hasta entonces: por un lado, la publicación de la obra de Alfred Mahan Influence of Sea Power upon History, 1660-1783 (1890) y, por otro, la guerra hispano-estadounidense que va a dotar por primera vez a Estados Unidos de un imperio ultramarino. Ambos sucesos condujeron a la aparición de una nueva modalidad de política exterior: el Internacionalismo Conservador, que de la mano de T. Roosevelt fue paulatinamente imponiéndose al unilateralismo aislacionista previo. Los principios de la nueva doctrina postulaban la existencia de una nación a la altura de las grandes potencias mundiales pero conocedora de sus limitaciones, lo que llevó al ejecutivo americano a intervenir más en los asuntos europeos y en el continente americano. La llegada al poder de Woodrow Wilson, la guerra civil de México y la I Guerra Mundial implicarían, por su parte, la adopción de una nueva política exterior.
La doctrina Wilson defendía un “universalismo unilateral basado en la piedad y generalización de los valores estadounidenses, la necesidad imperiosa de democratizar los regímenes políticos de los Estados vecinos, la ausencia de egoísmo en la política exterior estadounidense, basada en el bien de la humanidad, y la ineludible participación armada americana para lograr dichos objetivos”. Ahora bien, el idealismo del presidente estadounidense hubo de enfrentarse (y admitir su derrota) a un Congreso dirigido por el Partido Republicano que hizo suyas las premisas del realismo y el aislacionismo. La década de los años veinte y treinta supuso volver a la Gran Regla que había defendido George Washington, la de no enredar al país en alianzas permanentes.
Ronald Reagan y Mikhail Gorbachev (Foto: White House Photographic Office / Creative Commons)
La victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría obligaron, una vez más, a replantear las estrategias. Estados Unidos ya se había convertido en una gran superpotencia mundial y el presidente Truman se vio forzado a construir una nueva doctrina, más realista, que permitiese a todas las naciones “desarrollar un modo de vida libre de la coerción” frente a la amenaza totalitaria y que, por tanto, suponía la implicación americana allí donde la democracia se viese coaccionada (su gran logro fue la creación de la OTAN). La conformación de dos grandes bloques comenzaba a perfilarse. Pedro F. R. Josa realiza una valoración muy positiva de la política de Truman, a quien considera responsable de crear una estrategia exterior madura que “aceptó el fardo del mando democrático, legando a la nación el marco estratégico para el resto del siglo XX”.
Los dos últimos capítulos de la obra, los más extensos, abordan la Guerra Fría y el período comprendido entre la caída del Muro y nuestros días. El análisis que realiza Pedro F. R. Josa es meticuloso y pocas cosas se le escapan. Analiza el pragmatismo de Eisenhower, la flexibilidad de Kennedy, el continuismo de Lyndon B. Johnson, el realismo de corte rooseveltiano de Nixon, el paréntesis de Ford, el idealismo de Carter y la contundencia de Reagan. Todos optaron por una estrategia propia para hacer frente a la Unión Soviética pero, como señala el autor, “Durante la Guerra Fría los líderes de Estados Unidos fueron incapaces de mantener una línea de política exterior estable a pesar de contar con una estrategia de seguridad coherente como la contención”.
Desde el derrumbamiento del bloque comunista los Estados Unidos han intentado, sin mucho éxito, establecer una política coherente que les permita adaptarse a la reciente realidad. El Nuevo Orden Mundial de G. H. Bush, la globalización de Clinton, el neoconservadurismo de G. W. Bush y el “liderazgo indolente” (palabras del autor) de Obama no han logrado dar respuesta a los nuevos retos a los que ha de enfrentarse la única superpotencia del planeta. Desde 1989 Estados Unidos se ha embarcado en distintos conflictos (Somalia, Irak, Yugoslavia o Afganistán) cuyos resultados o bien no han sido del todo satisfactorios o bien han acabado en sonados fracasos. Por otro lado, la rivalidad entre republicanos y demócratas en materias de política exterior cada vez es más intensa, de lo que dan fe los recientes debates parlamentarios sobre el acuerdo con Irán. La consecuencia, como señala, Pedro F. R. Josa, es que Estados Unidos se ve “incapaz por el momento de presentar un nuevo proyecto que pueda ser aceptado interna y externamente”.
En el prólogo del primer tomo de sus extensas Memorias (que cubre sólo los años 1969 a 1973) Henry Kissinger, el todopoderoso asistente del presidente Nixon para asuntos de seguridad nacional y después Secretario de Estado con el propio Nixon y con Ford, reflexionaba sobre las dificultades existentes para escribir la historia de las relaciones exteriores en el siglo XX. Afirmaba que “una de las paradojas de la era de los memorándums y de las máquinas Xerox [aún no existían los ordenadores], de la proliferación de las burocracias y la compulsión por registrarlo todo, es que escribir la historia se haya convertido tal vez en una tarea casi imposible”. Pues bien, libros como el de Pedro F. R. Josa nos ayudan a levantar la mirada sobre aquellos documentos y centrarnos en las líneas directrices de la presencia internacional de los Estados Unidos, potencia mundial indiscutible en la historia del siglo XX.
Por Fígaro.