El principal instrumento de conservación de la biodiversidad de la Unión Europea, la Red Natura 2000, promueve precisamente que la conservación de nuestros espacios naturales vaya acompañada de beneficios para los ciudadanos y para la economía en general, ofreciendo nuevas oportunidades al desarrollo de actividades productivas tradicionales o de un turismo vinculado al conocimiento y disfrute de la naturaleza. Esta línea de actuación puede ser un buen referente a la hora de perfilar un programa político de centro-derecha más sensible a las cuestiones ambientales y que, al tiempo, sea capaz de rebatir las posturas maximalistas que tratan de identificar el desarrollo económico con la destrucción inmisericorde del medio ambiente, como si fueran las dos caras de la misma moneda.
Lo cierto es que los países que disfrutan de mayor calidad ambiental son siempre democracias liberales y economías de libre mercado, mientras los experimentos de socialismo real o de corte populista se cuentan por fracasos, también en lo que se refiere al cuidado del medio ambiente. Un hecho que la propaganda de estos regímenes se ha cuidado siempre de escamotear a la opinión pública, como denunciaba Jean-François Revel en su libro “El renacimiento democrático”, a principios de los años noventa:
“En Alemania, después de la caída del Muro y del Telón de Acero, emergió de las tinieblas una revelación que dejó las conciencias occidentales estupefactas: el espectáculo repentinamente desvelado de la espantosa contaminación de los países comunistas, incomparablemente más grave que la de los países capitalistas”. “En abril de 1990, los ministros de la Comunidad Europea, auscultando al moribundo, diagnosticaron que Alemania oriental era el país más contaminado del continente”. “El Elba, su principal río, arrastraba ocho veces más mercurio y cien veces más pesticidas peligrosos que el Rin. También la tierra estaba contaminada, como revela el descubrimiento, en algunas regiones, de suelos hasta tal punto contaminados que incluso las lombrices se encontraban en vías de extinción. Las superficies ultrafertilizadas de Alemania oriental producen solamente la mitad del rendimiento de las de Alemania occidental que, sin embargo, limita estrictamente el empleo de abonos químicos”. Concluía Revel aceradamente: “Uno de los misterios del socialismo consiste en que contamine tanto produciendo tan poco”.
Ante retos como la lucha contra la contaminación, la gestión de los residuos o el uso eficiente de los recursos naturales, los mejores aliados son -como en tantos otros terrenos- la transparencia y solidez de las instituciones democráticas, el alto nivel educativo y el desarrollo tecnológico que sólo las sociedades abiertas y el sistema económico capitalista son capaces de proporcionar. No es cierto que la prosperidad y el progreso se alcancen necesariamente a costa del medio ambiente. Véase la mejora sustancial para la calidad del aire de nuestras ciudades que supuso la masiva sustitución de las antiguas calderas de carbón en los edificios. Ahora el problema principal se centra en las emisiones producidas por el tráfico, y será en la extensión de los vehículos híbridos y eléctricos donde se encuentre en buena medida la solución. De igual modo, pensemos en la actual implantación del reciclado, impensable hace tres décadas, o en lo que hoy son los centros de tratamiento de residuos comparados con los vertederos que entonces proliferaban en nuestro país por los lugares más disparatados.
Evidentemente, queda mucho por hacer y nada de esto se habría conseguido sin el afán de mejora constante que requiere el cuidado del medio ambiente. Guy Sorman ha recordado en diversas ocasiones que la civilización occidental se distingue por la capacidad de crítica y de autocrítica. Pero es precisamente en los valores que sustentan nuestra civilización, nuestro sistema político y nuestro modo de vida en los que debemos apoyarnos para configurar y hacer visible una propuesta conservacionista alternativa al ecologismo “izquierdista” basado en la permanente impugnación de esos valores y en la búsqueda sistemática del conflicto como enésimo remedo de la lucha de clases.
El objeto de estas líneas es subrayar la importancia de dicha tarea ante el inaplazable proceso de renovación al que está abocado el Partido Popular si quiere recuperar el atractivo político, como tan lúcidamente ha explicado José Ruiz Vicioso en esta misma página. La actualización del ideario exige incorporar nuevas prioridades y el medio ambiente tiene que ser necesariamente una de ellas. Éste es el camino que están siguiendo todas las sociedades avanzadas y España no va a ser ninguna excepción, con mayor intensidad en la medida en que se vaya consolidando la recuperación económica. Pero este nuevo programa ambiental, más ambicioso y más comprometido, debe construirse sobre los valores propios del centro-derecha, contraponiendo el realismo a la utopía, los hechos a las intenciones, el humanismo al “animalismo”, el emprendimiento al asistencialismo, el apoyo a la sociedad civil frente al intervencionismo, la moderación frente al radicalismo, y el aprecio a las tradiciones frente al “adanismo”.
En la última campaña electoral, la nula preocupación de los grandes partidos por el medio ambiente resultó desoladora. Ni siquiera el candidato de Podemos, pese a tener a buena parte del público predispuesto a su favor en esta materia, se dignó articular una sola propuesta, evidenciando su total y absoluto desinterés por las cuestiones ambientales. Ante semejante vacío, el Partido Popular tiene a la vez la oportunidad y la responsabilidad de elevar el contenido cívico del debate político rescatando a la Naturaleza del ostracismo en el que se encuentra. Desde Floridablanca se ha venido insistiendo en que el PP cuenta entre sus filas con talento de sobra para ganar la batalla de las ideas y esto es perfectamente aplicable a la política ambiental. Lo que hace falta es que toda la organización asuma como un objetivo prioritario definir su propio modelo de protección de la Naturaleza y, además, disponerse a defenderlo.
Por Fígaro.
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