La conquista de Hispania por los musulmanes se desarrolló con suma facilidad dando inicio al Emirato de Cordoba. Apoyándose en las calzadas romanas, Tariq y Muza, dirigentes de los islamitas invasores, efectuaron, entre los años 711 y 714, incursiones victoriosas hasta la meseta norte y el valle del Ebro, dejando guarniciones en los puntos clave. En verdad, apenas encontraron en sus recorridos la menor resistencia por parte de la población romano-visigoda. Es más, muchos miembros de la nobleza hispanogoda pactaron con los invasores, como aconteció con un aristócrata de la región murciana, llamado Teodomiro, el cual aceptó el patronato islamita «con la condición de que no se impondrá dominio sobre él ni sobre ninguno de los suyos». No hay que olvidar que los musulmanes se mostraron tolerantes con los cristianos, que eran, al fin y al cabo, «gentes del Libro». Es preciso señalar, asimismo, que la minoría judía, quejosa de la actitud persecutoria mostrada contra ellos por los últimos monarcas visigodos, ayudó a los invasores islamitas.
Disputas al inicio del Emirato de Cordoba
De todos modos no faltaban las disputas en el seno de los vencedores, ya fuera la pugna entre los árabes y los beréberes o entre las diversas facciones de la aristocracia árabe, los qaysíes y los yemeníes. Precisamente a los pocos años de la presencia islámica en al-Andalus tuvo lugar una espectacular sublevación de los beréberes, que se sentían discriminados por la minoría dirigente árabe. Para intentar sofocar dicha revuelta llegaron a al-Andalus refuerzos militares procedentes de Siria, los cuales, una vez cumplida su misión, terminaron por establecerse en suelo hispano, en concreto en diversos distritos del sur de la península Ibérica. Pese a todo, los musulmanes lanzaron en la primera mitad del siglo VIII diversas campañas ofensivas en las zonas situadas al norte de al-Andalus. En el año 720 conquistaron la ciudad de Narbona, que se hallaba en el sur de las Galias, pero en el 722 fueron sorprendidos en Covadonga, en las montañas de Asturias, por los cristianos. Unos años más tarde, en el 732, sufrieron una aparatosa derrota en Poitiers ante el dirigente franco Carlos Martel. Aquel fracaso supuso el punto final del intento islamita de adentrarse en el territorio de la Europa cristiana.
Fin del Emirato Dependiente
El gobierno de al-Andalus, que desde el año 716 tenía como centro del poder a la ciudad de Córdoba, estaba dirigido por un emir, el cual obedecía las órdenes del califa, a la sazón instalado en Damasco. Entre los años 714 y 756, fase conocida como la del «Emirato dependiente» o Emirato de Cordoba, se sucedieron en el gobierno de al-Andalus nada menos que unos veinte emires. Pero a mediados del siglo VIII se produjo una profunda conmoción en el mundo musulmán. Los omeyas, familia en la que hasta entonces había recaído la dirección del islam y por lo tanto el cargo de califa, fueron eliminados de forma violenta por los abasíes, los cuales instalaron su poder en la ciudad de Bagdad. No obstante, un miembro de la familia omeya, que pudo escapar de la catástrofe, se refugió en tierras hispanas, logrando, tras una dura lucha, hacerse con el poder emiral de al-Andalus en el año 756. Se trataba de Abderramán I (756-788), con quien se iniciaba la etapa del «Emirato independiente», así llamado por cuanto los emires de al-Andalus habían roto sus relaciones con los califas de Bagdad, al menos en el ámbito de la acción política.
Consolidación del poder Islam
Durante la fase del «Emirato independiente» o Emirato de Cordoba, que duró cerca de dos siglos, se consolidó el poder del islam de Hispania. Sólo escapaban al control de los emires musulmanes las comarcas montañosas del norte de la península Ibérica, en donde a duras penas subsistían las gentes allí establecidas, ya fueran miembros de los pueblos prerromanos de aquel territorio (galaicos, astures, cántabros, vascones, etc.) o godos refugiados. Al-Andalus se incorporó al sistema económico del mundo islámico, lo que ofrecía indudables ventajas. Paralelamente penetraban en tierras hispanas elementos propios de las estructuras sociales orientales. Por otra parte aumentaba de día en día el numero de los habitantes hispa-novisigodos, lógicamente cristianos, que aceptaban la religión musulmana, en buena medida por las ventajas fiscales que ello suponía. Asimismo la fluida comunicación mantenida con los restantes países del islam permitió a al-Andalus participar de la extraordinaria riqueza cultural que circulaba por ellos. Un símbolo de la firmeza alcanzada por al-Andalus lo constituía, sin duda alguna, la mezquita mayor de Córdoba, cuyas obras dieron comienzo precisamente en tiempos del emir Abderramán I.
Conflictos Internos en al-Aldalus
A lo largo de la etapa del «Emirato independiente» o Emirato de Cordoba los musulmanes llevaron a cabo, en determinadas ocasiones, campañas contra los cristianos del norte, cuyo principal propósito era evitar que éstos progresaran hacia el sur. La mayor parte de esas campañas o aceifas penetraban por el alto valle del Ebro. Los enfrentamientos con los cristianos fueron unas veces victoriosos para los musulmanes, como sucedió, por ejemplo, el año 856 en la batalla de Morcuera; otras negativos, así la derrota sufrida en Clavijo el año 860. Ahora bien, al-Andalus fue también testigo, en esa etapa, de importantes conmociones internas. Hubo conflictos frecuentes entre el poder central, establecido en Córdoba, y los gobernadores de las marcas, que eran los territorios fronterizos de al-Andalus, localizados en torno a las ciudades de Zaragoza, Toledo y Mérida. Pero también se produjeron tensiones, básicamente de contenido social, con los muladíes, nombre que se daba a los conversos al islam, y con los mozárabes, es decir, los cristianos de al-Andalus. Los primeros síntomas de esos conflictos apuntaron en tiempos del emir Hisham I (788-796), que fue el introductor en al-Andalus de la doctrina malikí, la cual terminaría por convertirse en la versión ortodoxa del islam hispano. A comienzos del siglo IX, coincidiendo con la presencia en el Emirato de al-Hakam I (796-821), hubo serias revueltas en al-Andalus. La primera en el tiempo fue la llamada «jornada del Foso», que tuvo lugar en Toledo en el año 807. Unos años después, en el 818, se produjo el denominado «motín del Arrabal», que aludía al arrabal de Secunda, de la ciudad de Córdoba, y que fue objeto de una feroz represión por parte de las autoridades.
Conflicto con los Mozárabes y los Muladíes
Durante el gobierno del emir Abderramán II (821-852) pasó a primer plano el conflicto con los mozárabes. Algunos dirigentes de la minoría cristiana, entre los que cabe mencionar a Paulo, Speraindeo o Eulogio, salieron en defensa de su propia identidad, a punto de perecer ante la creciente e imparable arabización. Incluso llegaron a defender los dirigentes mozárabes la oportunidad del martirio frente a la presión de los infieles. No podemos olvidar, por otra parte, que en el año 844 aparecieron en las costas de al-Andalus los normandos, concretamente en las proximidades de Lisboa y de Sevilla. En la segunda mitad del siglo IX, coincidiendo con el emir Muhammad I (852-886), hubo fuertes tensiones entre el poder emiral y las marcas. El dirigente de la marca de tierras extremeñas, Ibn Marwan, el Gallego, un muladí, se sublevó, resistiendo con gran bravura los ataques de las tropas cordobesas. Pero quizá era más grave la situación existente en la marca aragonesa, a cuyo frente se encontraba la poderosa familia de los Banu Qasi, que descendían de antiguos nobles visigodos convertidos al islamismo. La fuerza alcanzada por los Banu Qasi era tal que un miembro de dicha familia, Musa ibn Musa, llegó a ser considerado nada menos que el «tercer rey de España». De todos modos la revuelta de mayor enjundia de todo el «Emirato independiente» o Califato de Cordoba fue la que inició, en el año 879, Umar ibn Hafsun, líder de los muladíes andaluces descontentos. Unos años más tarde, Umar ibn Hafsun se convirtió al cristianismo, lo que lo erigió en adalid de los mozárabes de al-Andalus.
Por Fígaro.
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