El descubrimiento de América se produjo gracias a los acontecimientos que impulsaron el apoyo hacia los proyectos de navegación, como la conquista del reino de Granada en 1492 con la rendición del rey Boab-dil en la ciudad de Santa Fe, de esta forma le quedó libre el camino a Castilla para adoptar una política agresiva que atajara los progresos obtenidos por Portugal en la conquista del Atlántico y en los mercados del África Negra.
Los Reyes Católicos estaban dispuestos a ayudar a cualquier empresa de navegación que alcanzase los objetivos que se proponían en su competencia con Portugal.
En esas circunstancias, aparece ante los reyes un piloto y navegante desconocido que promete villas orientales a cambio de una ilota con la que viajar hacia Occidente, para llegar a Cipango y Catay (China y Japón).
Los Reyes Católicos estaban dispuestos a ayudar a cualquier empresa de navegación que alcanzase los objetivos que se proponían en su competencia con Portugal.
En esas circunstancias, aparece ante los reyes un piloto y navegante desconocido que promete villas orientales a cambio de una ilota con la que viajar hacia Occidente, para llegar a Cipango y Catay (China y Japón).
Cristóbal Colón
Se cree que Colón nació en Génova, de donde en múltiples escritos afirmó proceder, a pesar de que jamás se encontró papel escrito de su puño y letra que no estuviese en castellano. La fecha exacta de su nacimiento se desconoce, pero se calcula alrededor de 1451. Varias ciudades de Italia se disputan su cuna. Se le ha considerado también gallego, extremeño o catalán, y no faltan quienes afirman un origen étnico hebreo.
Su convicción de que la Tierra era redonda (aunque la creía más pequeña de lo que en realidad es) y, en consecuencia, que el Atlántico tenía menos extensión, le llevaron a ofrecer sus servicios a Juan II de Portugal y a presentarle un proyecto de navegación hacia el oeste. Al consultar con sus asesores y consejeros marítimos, el monarca recibió una rotunda negativa, dado que Portugal se empeñaba en lo contrario, en encontrar un camino hacia Oriente, siguiendo las rutas de ccircunnavegación de África hacia el este.
En 1484 ó 1485, Colón solicitó hospedaje en el convento de La Rábida, donde conoció a fray Antonio de Marchena y a fray Juan Pérez, uno de los confesores de la reina Isabel. Convenció a los frailes de la viabilidad de su empeño y fray Juan Pérez lo puso en contacto con el prestigioso marino Martín Alonso Pinzón. Éste, después de escucharle, se adhirió a la empresa.
Algunos autores sostienen que Colón tenía la certeza de que existían tierras hacia occidente, lo cual habría participado a fray Juan Pérez, quien a su vez lo habría contado a la reina, suposición que explicaría la diligencia de los reyes y el apoyo que prestaron a Colón.
En 1486 consiguió una entrevista con los Reyes Católicos, quienes sometieron las ideas de Colón a dos consejos de expertos, uno en Córdoba y otro en Salamanca. En el segundo le sonreirá la suerte, gracias a la intervención de fray Diego de Deza, tutor del príncipe Juan, que apoyará plenamente su tesis. Dos años vivirá bajo la hospitalidad del duque de Medinaceli, terrateniente andaluz que quiso participar de la gloria que intuía en la empresa. La reina, celosa de la exclusividad de la Corona para auspiciar la tarea, decide acometerla por su cuenta. Pero, ante las peticiones excesivas de don Cristóbal, rechazó el proyecto.
Colón se retiró a La Rábida, con la decisión de marcharse de España. Pero el prior del convento de Santa María escribió a la reina rogándole que reanudara los tratos con el navegante. Colón regresó a Santa Fe para entrevistarse con Isabel y nuevamente fracasaron las negociaciones.
Gracias a la intervención de Luis de Santángel, escribano de la Corona de Aragón, la reina aceptó las onerosas condiciones de Colón. Una vez aprobadas por el rey Fernando, se firmaron las capitulaciones en Santa Fe (abril de 1492), compromiso más que beneficioso para Colón quien, según sus términos, de descubrir algo, se convertiría en el más rico e influyente personaje del país. Sus ilusiones, ideas y enorme ambición le convertirán en el Gran Almirante de la Mar Océana.
Su convicción de que la Tierra era redonda (aunque la creía más pequeña de lo que en realidad es) y, en consecuencia, que el Atlántico tenía menos extensión, le llevaron a ofrecer sus servicios a Juan II de Portugal y a presentarle un proyecto de navegación hacia el oeste. Al consultar con sus asesores y consejeros marítimos, el monarca recibió una rotunda negativa, dado que Portugal se empeñaba en lo contrario, en encontrar un camino hacia Oriente, siguiendo las rutas de ccircunnavegación de África hacia el este.
En 1484 ó 1485, Colón solicitó hospedaje en el convento de La Rábida, donde conoció a fray Antonio de Marchena y a fray Juan Pérez, uno de los confesores de la reina Isabel. Convenció a los frailes de la viabilidad de su empeño y fray Juan Pérez lo puso en contacto con el prestigioso marino Martín Alonso Pinzón. Éste, después de escucharle, se adhirió a la empresa.
Algunos autores sostienen que Colón tenía la certeza de que existían tierras hacia occidente, lo cual habría participado a fray Juan Pérez, quien a su vez lo habría contado a la reina, suposición que explicaría la diligencia de los reyes y el apoyo que prestaron a Colón.
En 1486 consiguió una entrevista con los Reyes Católicos, quienes sometieron las ideas de Colón a dos consejos de expertos, uno en Córdoba y otro en Salamanca. En el segundo le sonreirá la suerte, gracias a la intervención de fray Diego de Deza, tutor del príncipe Juan, que apoyará plenamente su tesis. Dos años vivirá bajo la hospitalidad del duque de Medinaceli, terrateniente andaluz que quiso participar de la gloria que intuía en la empresa. La reina, celosa de la exclusividad de la Corona para auspiciar la tarea, decide acometerla por su cuenta. Pero, ante las peticiones excesivas de don Cristóbal, rechazó el proyecto.
Colón se retiró a La Rábida, con la decisión de marcharse de España. Pero el prior del convento de Santa María escribió a la reina rogándole que reanudara los tratos con el navegante. Colón regresó a Santa Fe para entrevistarse con Isabel y nuevamente fracasaron las negociaciones.
Gracias a la intervención de Luis de Santángel, escribano de la Corona de Aragón, la reina aceptó las onerosas condiciones de Colón. Una vez aprobadas por el rey Fernando, se firmaron las capitulaciones en Santa Fe (abril de 1492), compromiso más que beneficioso para Colón quien, según sus términos, de descubrir algo, se convertiría en el más rico e influyente personaje del país. Sus ilusiones, ideas y enorme ambición le convertirán en el Gran Almirante de la Mar Océana.
Los viajes del descubrimiento de América
La Corona procuró dos carabelas que «encargó» a los vecinos de Palos de Moguer por mandato real, así como también «solicitó» a las ciudades costeras de Andalucía vituallas, abastecimientos y pertrechos militares para la empresa. Se eximió a Colón del pago de derechos y se le concedió la categoría de Embajador de Sus Majestades ante el Gran Khan.
No resultó fácil al genovés reunir una tripulación. Para los marineros, Colón era un desconocido con fama de iluso, por lo que les sorprendió el respaldo que suponía la real cédula leída en la iglesia de San Jorge, en mayo de 1492. Martín Alonso Pinzón prestó a don Cristóbal un apoyo decisivo, gracias a la intervención de fray Juan Pérez y procuró la leva de la tripulación para las tres carabelas, ya preparadas. En junio de 1492 comenzó el alistamiento.
No resultó fácil al genovés reunir una tripulación. Para los marineros, Colón era un desconocido con fama de iluso, por lo que les sorprendió el respaldo que suponía la real cédula leída en la iglesia de San Jorge, en mayo de 1492. Martín Alonso Pinzón prestó a don Cristóbal un apoyo decisivo, gracias a la intervención de fray Juan Pérez y procuró la leva de la tripulación para las tres carabelas, ya preparadas. En junio de 1492 comenzó el alistamiento.
Primer viaje
Con tres carabelas, la Pinta, la Niña y la Santa María (esta última propiedad de Juan de la Cosa, quien embarcó en ella como maestro o piloto), bajo el mando, respectivamente de Martín Alonso Pinzón, Vicente Yáñez Pinzón y del mismo Colón, se hicieron a la mar el 3 de agosto de 1492 en el puerto de Palos y se dirigieron hacia las islas Canarias, donde recalaron para reparar algunos desperfectos de la Pinta y la Niña y para que Colón realizara algunas visitas antes de arrostrar el océano.
Continuaron viaje el primero de septiembre desde Las Palmas, impulsados por vientos alisios favorables. Dos incidentes notables ocurrieron en la lenta travesía: la desviación observada en la aguja de la brújula (que achacaron a la variación de la latitud), y el creciente nerviosismo de los marineros, después de un mes de navegación sin resultados. La inquietud se hizo crítica el 7 de octubre, poco antes de avistar tierra, cuando ya indicaban su proximidad leños, pelícanos y plantas terrestres flotantes. Colón y los hermanos Pinzón colaboraron para sofocar algunos conatos de rebelión.
En la madrugada del 12 de octubre, Rodrigo de Triana, lanzó el grito de ¡tierra! La expedición arribó a una islita del archipiélago de las Lucayas o Bahamas, que los naturales conocían por Guanahaní y que el marino llamó San Salvador (probablemente la actual VVatling). Colón tomó posesión de ella en nombre de la Corona de Castilla y Aragón, treinta y dos días después de salir de las Canarias.
Tras recorrer varias islas, en las que se detuvo poco, llegó el 27 de octubre, guiado por las noticias recibidas de los arauacos, a una isla mayor, Cuba. Desembarcó en el puerto de Bariay en el extremo oriental de la isla, que bautizó con el nombre de Juana. A continuación, exploró la isla de Santo Domingo, que denominó La Española. En ella pierde la Santa María al encallar cerca de las costas septentrionales y con sus maderas fabrica el fuerte al que nombró Natividad, en el cual dejó una pequeña guarnición.
Colón inició el regreso a la Península el 16 de enero de 1493. La Pinta y la Niña se separaron en el camino debido a una tempestad. Los hermanos Pinzón llegaron en la Pinta a Galicia y el Almirante, en la «Niña» (que había recalado en las Azores, donde tuvo dificultades legales con los portugueses de las islas) arribó al puerto de Lisboa. Después de muchos inconvenientes regresó a Palos, desde donde se trasladó a Barcelona, para reunirse con los Reyes Católicos, que le recibieron como correspondía a la magnitud de la empresa realizada.
Continuaron viaje el primero de septiembre desde Las Palmas, impulsados por vientos alisios favorables. Dos incidentes notables ocurrieron en la lenta travesía: la desviación observada en la aguja de la brújula (que achacaron a la variación de la latitud), y el creciente nerviosismo de los marineros, después de un mes de navegación sin resultados. La inquietud se hizo crítica el 7 de octubre, poco antes de avistar tierra, cuando ya indicaban su proximidad leños, pelícanos y plantas terrestres flotantes. Colón y los hermanos Pinzón colaboraron para sofocar algunos conatos de rebelión.
En la madrugada del 12 de octubre, Rodrigo de Triana, lanzó el grito de ¡tierra! La expedición arribó a una islita del archipiélago de las Lucayas o Bahamas, que los naturales conocían por Guanahaní y que el marino llamó San Salvador (probablemente la actual VVatling). Colón tomó posesión de ella en nombre de la Corona de Castilla y Aragón, treinta y dos días después de salir de las Canarias.
Tras recorrer varias islas, en las que se detuvo poco, llegó el 27 de octubre, guiado por las noticias recibidas de los arauacos, a una isla mayor, Cuba. Desembarcó en el puerto de Bariay en el extremo oriental de la isla, que bautizó con el nombre de Juana. A continuación, exploró la isla de Santo Domingo, que denominó La Española. En ella pierde la Santa María al encallar cerca de las costas septentrionales y con sus maderas fabrica el fuerte al que nombró Natividad, en el cual dejó una pequeña guarnición.
Colón inició el regreso a la Península el 16 de enero de 1493. La Pinta y la Niña se separaron en el camino debido a una tempestad. Los hermanos Pinzón llegaron en la Pinta a Galicia y el Almirante, en la «Niña» (que había recalado en las Azores, donde tuvo dificultades legales con los portugueses de las islas) arribó al puerto de Lisboa. Después de muchos inconvenientes regresó a Palos, desde donde se trasladó a Barcelona, para reunirse con los Reyes Católicos, que le recibieron como correspondía a la magnitud de la empresa realizada.
Segundo viaje
Ante el éxito conseguido por el navegante genovés, los reyes, una vez obtenida la bula Inter caetera del papa Alejandro VI, que ratificaba, de iure y ante Dios, la posesión de las islas y tierras descubiertas en nombre de la Corona, se apresuraron a organizar una segunda expedición ya que los portugueses se disponían a preparar otra y a tratar de variar los términos de la bula. El 7 de junio de 1494 se firmó en Tordesillas un tratado, por el cual las nuevas tierras quedaban divididas por un meridiano a trescientas setenta leguas al oeste de las islas Cabo Verde, base de los derechos que reclamará Portugal para su colonia de Brasil. Toda la zona situada al oeste de la línea pertenecía a España; la del oeste, a Portugal.
Colón partió del puerto de Cádiz en su segundo viaje con una poderosa flota compuesta por diecisiete naves el 25 de septiembre de 1493. Los navios iban cargados de pertrechos, colonizadores y soldados, además de animales domésticos y plantas europeas. La empresa contaba con doce misioneros y con los célebres Antonio de Marchena, Juan de la Cosa, Diego Colón, Alonso de Ojeda (conquistador de Santo Domingo), el padre y un tío de fray Bartolomé de Las Casas y Juan Ponce de León, entre otros. La expedición, financiada por el duque de Medina Sidonia, recaló en la Gomera el 5 de octubre para proveerse de alimentos y agua. El domingo 3 de noviembre Colón tocó tierra americana por segunda vez, en una islita, a la que da por nombre Dominica y, posteriormente, en otras islas que bautizó como Marigalante y Guadalupe, en honor de la virgen extremeña. Descubrió la isla de Puerto Rico el 16 de noviembre del mismo año, a la que llamó San Juan (los naturales la llamaban Boriquén).
Al llegar a La Española, experimentó un profundo disgusto, pues encontró el fuerte de Navidad incendiado y muertos sus moradores por las tribus aborígenes, dirigidas por los caciques Caonabo y Guacanagi. Poco después de fundar otro fuerte, La Isabela, recorrió la costa sur de Cuba y denominó a sus innumerables cayos Jardines de la Reina. Convencido el navegante de hallarse en las Molucas o Indias Orientales, descubrió también la isla de Santiago (Jamaica).
La expedición —una proeza náutica— se mostraba cada vez más como un fracaso económico. Las duras condiciones del lugar, la escasez de comodidades, los desmanes de algunos expedicionarios y la hostilidad de los indios, le crearon muchos problemas al genovés.
Colón decidió poner proa de vuelta a la Península, después de convalecer durante cinco meses en el fuerte La Isabela, única colonia europea en el continente americano por entonces. Reemprendió el viaje de retorno, en medio de las dificultades y errores provocados por algunos abusos de los colonizadores y del propio navegante. Nombró a Bartolomé Colón, su hermano, Adelantado de la isla, y partió en la «Niña» el 10 de marzo de 1946. Después de un azaroso viaje, desembarcó en Cádiz el 11 de junio con un grupo de indios que había encabezado el propio Caonabo (fallecido durante la travesía). Los reyes le recibieron de buen grado y le concedieron las mercedes que solicitó; Colón rechazó, sin embargo, los títulos nobiliarios que le ofrecieron. A pesar de la mala fama que había adquirido por el trato que daba a sus subordinados, pudo montar otra expedición por cuenta de la Corona.
Colón partió del puerto de Cádiz en su segundo viaje con una poderosa flota compuesta por diecisiete naves el 25 de septiembre de 1493. Los navios iban cargados de pertrechos, colonizadores y soldados, además de animales domésticos y plantas europeas. La empresa contaba con doce misioneros y con los célebres Antonio de Marchena, Juan de la Cosa, Diego Colón, Alonso de Ojeda (conquistador de Santo Domingo), el padre y un tío de fray Bartolomé de Las Casas y Juan Ponce de León, entre otros. La expedición, financiada por el duque de Medina Sidonia, recaló en la Gomera el 5 de octubre para proveerse de alimentos y agua. El domingo 3 de noviembre Colón tocó tierra americana por segunda vez, en una islita, a la que da por nombre Dominica y, posteriormente, en otras islas que bautizó como Marigalante y Guadalupe, en honor de la virgen extremeña. Descubrió la isla de Puerto Rico el 16 de noviembre del mismo año, a la que llamó San Juan (los naturales la llamaban Boriquén).
Al llegar a La Española, experimentó un profundo disgusto, pues encontró el fuerte de Navidad incendiado y muertos sus moradores por las tribus aborígenes, dirigidas por los caciques Caonabo y Guacanagi. Poco después de fundar otro fuerte, La Isabela, recorrió la costa sur de Cuba y denominó a sus innumerables cayos Jardines de la Reina. Convencido el navegante de hallarse en las Molucas o Indias Orientales, descubrió también la isla de Santiago (Jamaica).
La expedición —una proeza náutica— se mostraba cada vez más como un fracaso económico. Las duras condiciones del lugar, la escasez de comodidades, los desmanes de algunos expedicionarios y la hostilidad de los indios, le crearon muchos problemas al genovés.
Colón decidió poner proa de vuelta a la Península, después de convalecer durante cinco meses en el fuerte La Isabela, única colonia europea en el continente americano por entonces. Reemprendió el viaje de retorno, en medio de las dificultades y errores provocados por algunos abusos de los colonizadores y del propio navegante. Nombró a Bartolomé Colón, su hermano, Adelantado de la isla, y partió en la «Niña» el 10 de marzo de 1946. Después de un azaroso viaje, desembarcó en Cádiz el 11 de junio con un grupo de indios que había encabezado el propio Caonabo (fallecido durante la travesía). Los reyes le recibieron de buen grado y le concedieron las mercedes que solicitó; Colón rechazó, sin embargo, los títulos nobiliarios que le ofrecieron. A pesar de la mala fama que había adquirido por el trato que daba a sus subordinados, pudo montar otra expedición por cuenta de la Corona.
Tercer viaje
Colón zarpó del puerto de Sanlúcar de Barrameda el 30 de mayo de 1498 con seis naves, hizo escala en La Gomera y, después de atrapar un bajel corsario, se dirigió al Nuevo Mundo. Una vez atravesadas las zonas de la calma chicha, que agotaron sus provisiones, avistó el 31 de julio una tierra agreste, a la que impuso el nombre de Trinidad (que aún conserva).
El día 1 de agosto desembarcó por primera vez en tierra firme venezolana en las penínsulas de Paria y Cumaná, a las que confundió con islas.
Remontó hacia La Española donde conoció la despoblación del fuerte La Isabela y la fundación de Santo Domingo, a orillas del río Ozama. Colón, muy enfermo de gota y de oftalmía, se enfrentó a la rebelión del justicia Francisco Roldán y se produjo un desorden general en la colonia que el almirante no pudo evitar.
La Corona mandó al comendador Bobadilla, quien acusó a Colón y le envió a España encadenado, pero al llegar a la Península se le devolvieron sus prerrogativas. Las medidas de Bobadilla quedaron anuladas y le sustituyó en su cargo Nicolás de Ovando.
Colón fue rehabilitado en sus antiguos privilegios, que se hicieron extensivos a sus herederos, si bien no se le confirmó como virrey de aquellas regiones, cargo que jamás volvió a recuperar, por lo que renunció a ejercer el mando en La Española.
Consecuente con su promesa de levantar un ejército para liberar los Santos Lugares del domino turco, intentó de su propio peculio realizar una leva, exaltado por su celo religioso y un profundo misticismo.
Pero su afán descubridor le impidió poner el plan en práctica y, aunque viejo, todavía enérgico, emprendió su cuarta y última aventura marinera, convencido todavía de que las tierras por él descubiertas antecedían a Asia, proponiéndose el descabellado plan de remontar el río encontrado cerca de Trinidad, el Orinoco, hasta llegar al mar Rojo y, desde allí, acceder a los Santos Lugares, para liberarlos de la opresión selyúcida.
El día 1 de agosto desembarcó por primera vez en tierra firme venezolana en las penínsulas de Paria y Cumaná, a las que confundió con islas.
Remontó hacia La Española donde conoció la despoblación del fuerte La Isabela y la fundación de Santo Domingo, a orillas del río Ozama. Colón, muy enfermo de gota y de oftalmía, se enfrentó a la rebelión del justicia Francisco Roldán y se produjo un desorden general en la colonia que el almirante no pudo evitar.
La Corona mandó al comendador Bobadilla, quien acusó a Colón y le envió a España encadenado, pero al llegar a la Península se le devolvieron sus prerrogativas. Las medidas de Bobadilla quedaron anuladas y le sustituyó en su cargo Nicolás de Ovando.
Colón fue rehabilitado en sus antiguos privilegios, que se hicieron extensivos a sus herederos, si bien no se le confirmó como virrey de aquellas regiones, cargo que jamás volvió a recuperar, por lo que renunció a ejercer el mando en La Española.
Consecuente con su promesa de levantar un ejército para liberar los Santos Lugares del domino turco, intentó de su propio peculio realizar una leva, exaltado por su celo religioso y un profundo misticismo.
Pero su afán descubridor le impidió poner el plan en práctica y, aunque viejo, todavía enérgico, emprendió su cuarta y última aventura marinera, convencido todavía de que las tierras por él descubiertas antecedían a Asia, proponiéndose el descabellado plan de remontar el río encontrado cerca de Trinidad, el Orinoco, hasta llegar al mar Rojo y, desde allí, acceder a los Santos Lugares, para liberarlos de la opresión selyúcida.
Cuarto viaje
A cargo del erario público una vez más, Colón armó cuatro naves (tres carabelas y una pequeña embarcación) que zarparon de Cádiz el 9 de mayo de 1502, con la recomendación de no acercarse a La Española salvo en caso de mucha necesidad.
Pisó América por postrera vez, el 13 de junio de 1502, en una isla que denominó Martinino (Martinica), pero tuvo que dirigirse, muy a su pesar, a La Española, donde Ovando le negó el permiso de atracar, por lo que hubo de protegerse de un ciclón en Puerto Bello, en el occidente de la isla. Ovando, ignorante de los consejos de Colón y de su experiencia en aguas tropicales, se hizo a la mar y perdió veinte naves con sus hombres y tesoros, incluidos los enemigos de Colón, Roldán y Bobadilla.
Desde La Española, el almirante partió hacia Jamaica, en busca de un paso hacia el océano índico. Atravesó los Jardines de la Reina y llegó a una isla que bautizó como Guanaja, a unas cuarenta millas de la costa de Honduras. Allí capturó una gran canoa cargada de ricos objetos de cobre y armas que anunciaban una cultura más importante que las conocidas por ellos hasta entonces, la del imperio maya. El afán de Colón por llegar a la India le impidió prestar atención a aquellos indígenas, que supuso pertenecían al imperio del Gran Khan.
Navegó hasta el cabo de Gracias a Dios (entre Honduras y Nicaragua) y el istmo de Panamá. Trató de colonizar la costa de Veragua, pero los mosquitos y la hostilidad de los aborígenes se lo impidieron. Tras más de dos meses de un mal tiempo que estropeó las naves y quebrantó la salud de muchos hombres, el almirante recaló en una bahía a la que llamó Belén, y en ésta intentó dejar una guarnición al mando de su hermano Bartolomé y pedir refuerzos a la Península. Pero la agresividad de los indios le obligó a reembarcar. Ante estos descalabros, volvió a Cuba en mayo de 1503. Después partió hacia Jamaica, donde le recibieron pacíficamente y permaneció allí durante un año. Su falta de salud y los abusos de su gente le crearon infinidad de problemas. Los indios le cortaron el suministro de víveres, pero lo volvió a conseguir astutamente al anunciar un eclipse que conocía de antemano.
El tardío socorro desde La Española llegó en junio de 1504. Colón permaneció en Santo Domingo hasta que una expedición lo condujo a España, el 7 de noviembre de 1504, tras mil penalidades y un fuerte ataque de gota que lo postró. A los pocos días fallecía su protectora, la reina. Colón acudió a ver al rey en Segovia, sede de la Corte, en mayo de 1505. Murió el 20 de mayo de 1506 en su quinta de Valladolid, en medio del olvido general y en la creencia de que había descubierto el camino occidental hacia las Indias y el Gran Khan, sin percatarse de que se trataba de un enorme continente intermedio, completamente nuevo y desconocido.
Pisó América por postrera vez, el 13 de junio de 1502, en una isla que denominó Martinino (Martinica), pero tuvo que dirigirse, muy a su pesar, a La Española, donde Ovando le negó el permiso de atracar, por lo que hubo de protegerse de un ciclón en Puerto Bello, en el occidente de la isla. Ovando, ignorante de los consejos de Colón y de su experiencia en aguas tropicales, se hizo a la mar y perdió veinte naves con sus hombres y tesoros, incluidos los enemigos de Colón, Roldán y Bobadilla.
Desde La Española, el almirante partió hacia Jamaica, en busca de un paso hacia el océano índico. Atravesó los Jardines de la Reina y llegó a una isla que bautizó como Guanaja, a unas cuarenta millas de la costa de Honduras. Allí capturó una gran canoa cargada de ricos objetos de cobre y armas que anunciaban una cultura más importante que las conocidas por ellos hasta entonces, la del imperio maya. El afán de Colón por llegar a la India le impidió prestar atención a aquellos indígenas, que supuso pertenecían al imperio del Gran Khan.
Navegó hasta el cabo de Gracias a Dios (entre Honduras y Nicaragua) y el istmo de Panamá. Trató de colonizar la costa de Veragua, pero los mosquitos y la hostilidad de los aborígenes se lo impidieron. Tras más de dos meses de un mal tiempo que estropeó las naves y quebrantó la salud de muchos hombres, el almirante recaló en una bahía a la que llamó Belén, y en ésta intentó dejar una guarnición al mando de su hermano Bartolomé y pedir refuerzos a la Península. Pero la agresividad de los indios le obligó a reembarcar. Ante estos descalabros, volvió a Cuba en mayo de 1503. Después partió hacia Jamaica, donde le recibieron pacíficamente y permaneció allí durante un año. Su falta de salud y los abusos de su gente le crearon infinidad de problemas. Los indios le cortaron el suministro de víveres, pero lo volvió a conseguir astutamente al anunciar un eclipse que conocía de antemano.
El tardío socorro desde La Española llegó en junio de 1504. Colón permaneció en Santo Domingo hasta que una expedición lo condujo a España, el 7 de noviembre de 1504, tras mil penalidades y un fuerte ataque de gota que lo postró. A los pocos días fallecía su protectora, la reina. Colón acudió a ver al rey en Segovia, sede de la Corte, en mayo de 1505. Murió el 20 de mayo de 1506 en su quinta de Valladolid, en medio del olvido general y en la creencia de que había descubierto el camino occidental hacia las Indias y el Gran Khan, sin percatarse de que se trataba de un enorme continente intermedio, completamente nuevo y desconocido.
Por Fígaro.
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