Se suele escribir que la Casa de Austria empieza a reinar en España en 1516 con el advenimiento de Carlos I. En realidad, el primer soberano de la Casa de Austria fue Felipe I el Hermoso, padre del Emperador. Felipe I reinó oficialmente menos de dos años, desde la muerte de la reina doña Isabel, el 26 de noviembre de 1504, hasta su propia muerte, que ocurrió el 25 de septiembre de 1506; pero el reinado efectivo fue más breve todavía, ya que Felipe I sólo llegó a la Península el 26 de abril del mismo año.
En rigor, después de la muerte de Isabel la Católica, el trono lo ocupa no Felipe I el Hermoso, sino su esposa, doña Juana. Una serie de desgracias familiares hicieron que la herencia de los Reyes Católicos recayera en ella, que era su tercera hija.
En rigor, después de la muerte de Isabel la Católica, el trono lo ocupa no Felipe I el Hermoso, sino su esposa, doña Juana. Una serie de desgracias familiares hicieron que la herencia de los Reyes Católicos recayera en ella, que era su tercera hija.
Proceso de Sucesión de la Corona de Castilla y Aragón
El 4 de octubre de 1497 murió el príncipe heredero, don Juan, cuando apenas contaba diecinueve años de edad. La heredera de los Reyes Católicos vino a ser entonces la hija mayor de don Fernando y doña Isabel, la infanta Isabel, nacida en 1470, casada, primero, con el príncipe heredero de Portugal, Alfonso; luego, con el rey Manuel de Portugal. Las Cortes de Toledo (1497) la juraron como heredera de la Corona de Castilla. La princesa murió al dar a luz el 23 de agosto de 1498, al infante don Miguel, que en aquel momento se convirtió en heredero único de tres coronas: Portugal, Castilla y Aragón, y como tal fue jurado por las respectivas Cortes en 1498 y 1499. Pero el príncipe falleció antes de cumplir los dos años, el 20 de julio de 1500. La herencia de los Reyes Católicos recayó entonces en su tercera hija, doña Juana, nacida en 1479, y casada desde 1496 con el archiduque Felipe I el Hermoso, hijo del emperador Maximiliano.Matrimonio de la Infanta Juana con Felipe I «El hermoso»
A raíz del viaje que emprendió entonces para reunirse con su marido en los Países Bajos empezó a dar señales de desequilibrio mental. Parece que en los primeros tiempos los dos esposos se querían mucho. Luego, Felipe I dio la impresión de apartarse de su mujer y reanudó las relaciones que mantenía con varias queridas. Esta situación llenó de celos a doña Juana, que además no se sentía a gusto en aquellas tierras y se creía cercada de rivales y espías. Empezó entonces a mostrar cierta propensión a la melancolía y a la vida retirada. Esta situación no dejó de preocupar a sus padres, informados por sus embajadores. Las circunstancias exigían que doña Juana viniese a España para ser reconocida oficialmente como futura reina. Emprendió el viaje con su marido en enero de 1502. Las Cortes de Toledo no pusieron ninguna dificultad para jurar a doña Juana como heredera de la Corona de Castilla. Felipe I el Hermoso regresó a Flandes el 14 de diciembre, pero doña Juana, encinta, tuvo que esperar hasta la primavera de 1504 para ir a reunirse con él.
Nada más llegar a Flandes, otra vez se encendieron sus celos. Menudeaban los conflictos con su marido y con la gente de palacio. La correspondencia del embajador de los Reyes Católicos en Flandes, Gómez de Fuensalida, se hace eco de tales disputas. En ella se alude con frecuencia a desconciertos, descontentamiento y desamor, desabrimientos y palabras ásperas entre los esposos. La situación preocupa mucho a los Reyes Católicos. Felipe I el Hermoso envía a España una información detallada, en la que se hace mención por primera vez de la salud mental de doña Juana.
Opina entonces Felipe I el Hermoso que su mujer debería estar recluida en alguna fortaleza. Estas circunstancias explican la cláusula del testamento de la reina doña Isabel, otorgado el 12 de octubre de 1504, un mes y medio antes de morir. Dicho testamento instituye a doña Juana como heredera del trono de Castilla, pero con una limitación importante: en caso de que la nueva reina «no pueda o no quiera atender en la gobernación», el rey don Fernando quedaría encargado de la gobernación en Castilla hasta que el hijo mayor de doña Juana, el príncipe don Carlos, haya alcanzado la mayoría de edad —«a lo menos veinte años cumplidos».
Nada más llegar a Flandes, otra vez se encendieron sus celos. Menudeaban los conflictos con su marido y con la gente de palacio. La correspondencia del embajador de los Reyes Católicos en Flandes, Gómez de Fuensalida, se hace eco de tales disputas. En ella se alude con frecuencia a desconciertos, descontentamiento y desamor, desabrimientos y palabras ásperas entre los esposos. La situación preocupa mucho a los Reyes Católicos. Felipe I el Hermoso envía a España una información detallada, en la que se hace mención por primera vez de la salud mental de doña Juana.
Opina entonces Felipe I el Hermoso que su mujer debería estar recluida en alguna fortaleza. Estas circunstancias explican la cláusula del testamento de la reina doña Isabel, otorgado el 12 de octubre de 1504, un mes y medio antes de morir. Dicho testamento instituye a doña Juana como heredera del trono de Castilla, pero con una limitación importante: en caso de que la nueva reina «no pueda o no quiera atender en la gobernación», el rey don Fernando quedaría encargado de la gobernación en Castilla hasta que el hijo mayor de doña Juana, el príncipe don Carlos, haya alcanzado la mayoría de edad —«a lo menos veinte años cumplidos».
Doña Juana, «La Loca»
¿Era loca de verdad doña Juana? Unos la describen como una mujer histérica, llevada a la locura por los celos y la pasión erótica. Otros se inclinan hacia la tesis del complot: doña Juana sería víctima de la razón de Estado y de una maquinación política destinada a apartarla del poder: su marido, primero; su padre, después, y luego su hijo se las arreglaron para gobernar en su nombre. A todas luces, doña Juana padecía de alguna enfermedad mental como su abuela materna, Isabel de Portugal. No era loca en el sentido vulgar de la palabra, pero carecía de la voluntad y energía que se exigen de los gobernantes. Ni su madre, ni su padre, ni luego su hijo se resignaron a ver el reino confiado a manos tan débiles.La reina Isabel muere el 26 de noviembre de 1504. Fernando el Católico se dispone a gobernar en Castilla en nombre de su hija. Pero, desde Flandes, Felipe I el Hermoso se opone a la tesis de la locura. Su cálculo es evidente: confesar que su mujer esta loca significaría atenerse al testamento de la reina Isabel y confiar la regencia a Fernando el Católico; en cambio, si se acepta la tesis de que doña Juana está en condiciones de gobernar, Fernando el Católico queda descartado y Felipe I el Hermoso, como mando de la reina, puede tener parte en la gobernación del reino. Se trata, pues, de una lucha por el poder entre Fernando el Católico y Felipe I el Hermoso, entre el padre y el marido de la desdichada reina. Las Cortes, reunidas en Toro, en enero de 1505, están divididas; acabaron reconociendo a doña Juana como reina de Castilla y a don Fernando como «legítimo curador, administrador y gobernador de estos reinos y señoríos».
Conflicto entre Fernando, «el Catolico» y Felipe I, «el hermoso»
Fernando el Católico se convierte entonces en blanco de críticas feroces por parte del partido felipista. Pronto queda claro que no hay acuerdo posible entre él y don Felipe I, sobre todo a partir del momento en que el rey de Aragón se ve abandonado por un amplio sector de opinión en Castilla. Son muchos los que quieren aprovecharse de las circunstancias para saldar cuentas atrasadas. Casi todos los grandes señores sueñan con recobrar las posiciones perdidas desde el advenimiento de los Reyes Católicos y esperan que Felipe I el Hermoso les quedará agradecido si le ayudan a reinar solo, echando al Rey Católico. Por fin, la política internacional vino a complicar todavía más el panorama político castellano. En septiembre de 1504, meses antes de morir la reina Isabel, sin consultar a ésta ni a su marido, se había concluido en Blois un tratado entre Luis XII, rey de Francia, el emperador Maximiliano y el archiduque Felipe I el Hermoso, tratado que constituía una amenaza para los intereses españoles en Italia. Estaba claro que, en la lucha por el poder en Castilla, don Felipe I buscaba el apoyo de Francia. La réplica del Rey Católico fue fulminante: en octubre de 1505 firmaba la paz con Francia y, lo que era más insólito y grave, se comprometía a casarse con Germana de Foix, sobrina del rey de Francia; a cambio, Luis XII cedía a don Fernando los derechos que decía poseer sobre el reino de Nápoles. Ya por aquellas fechas, don Fernando daba por perdida la lucha por mantenerse en Castilla como gobernador. Don Felipe I y doña Juana llegaron a La Coruña el 26 de abril de 1506. Casi todos los grandes señores de Castilla salieron a reunirse con don Felipe I y a ponerse a sus órdenes; el Rey Católico no tuvo más remedio que renunciar a la soberanía en Castilla y marchar a sus dominios de Aragón y Nápoles. Pero en septiembre Felipe I el Hermoso cayó enfermo en Burgos y moría seis días después, el 25 de septiembre de 1506.
Sucesión de la Corona a favor de Carlos I
El brevísimo reinado de Felipe I el Hermoso nos enseña cuán frágil era todavía la ordenación del reino realizada por la reina Isabel, conjuntamente con el rey Fernando, después de su victoria en la guerra de Sucesión de 1476-1479. Lo que pudo desaparecer entonces fue la unión de las coronas de Castilla y Aragón. En 1505, don Fernando, al casarse con Germana de Foix, sobrina de Luis XII, acepta que los hijos nacidos de este matrimonio heredarían los reinos y señoríos aragoneses. La doble monarquía Castilla-Aragón estaba, pues, amenazada de muerte; Castilla y Aragón volverían a ser separadas como antes del matrimonio de los futuros Reyes Católicos. Afortunadamente para el futuro político de la monarquía, el hijo de don Fernando y Germana de Foix, don Juan de Aragón, nacido el 3 de mayo de 1509, sólo vivió unas horas, y don Carlos, hijo de doña Juana y Felipe I el Hermoso, pudo recoger en su día las dos coronas.
Por Fígaro.
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