Apuntaba un interesante debate sobre la hegemonía del discurso de izquierdas en la vida cultural de nuestro país. Me parece un acierto que ahora aborde una serie de artículos sobre medio ambiente, terreno en el que la discusión pública adolece de idéntico escoramiento ideológico. Este sesgo tiene consecuencias negativas evidentes para el centro-derecha, que parece dar por perdida -aquí también- la batalla de las ideas, la imagen y la iniciativa política; pero tiene, además, un efecto pernicioso para el medio ambiente, ya que el cuasimonopolio que la izquierda ejerce sobre la defensa de la Naturaleza y su instrumentalización en favor de una agenda política anticapitalista provocan que amplios sectores sociales se muestren escépticos, cuando no reacios, a comprometerse con objetivos conservacionistas. Aunque algo más difuso, se trata de un rechazo similar al que genera el cine español en buena parte de la sociedad, debido al sectarismo anti-PP de algunos conspicuos cineastas que el público ha llegado a identificar con la totalidad del gremio: “un error total”, según el director Manuel Gutiérrez Aragón, que ha causado un enorme daño a nuestro sector audiovisual.
Si bien es cierto que algunos destacados grupos ecologistas son -sin duda, en el legítimo ejercicio de su libertad de expresión-, radicalmente militantes contra el capitalismo (incluso contra la “economía verde”), me apresuro a aclarar que, afortunadamente, no todas las asociaciones vinculadas a la defensa del medio ambiente comparten dicha militancia. Al contrario, son mayoría las que trabajan con rigor para promover mejoras reales de nuestra calidad ambiental, en lugar de dedicarse a lanzar soflamas contra el libre mercado, la iniciativa empresarial, la propiedad privada y, en definitiva, contra los fundamentos de la actividad económica y la prosperidad.
Sin embargo, es la retórica antiliberal la que lleva la voz cantante en los medios de comunicación y las redes sociales cuando de medio ambiente se trata, entre otras razones, porque sus abanderados apenas encuentran oposición. Y el mejor ejemplo es la buena acogida que los dislates y aberraciones del populismo podemita han tenido entre numerosas personas sensibilizadas con la protección de la Naturaleza, ante la clamorosa ausencia de un discurso alternativo potente.
Una vez más, no es que falten muestras de buena gestión por parte de los gobiernos del Partido Popular en esta área. Lo que se echa de menos es la articulación de un discurso ambiental coherente y reconocible por los ciudadanos, asumido por el conjunto de la organización y que esté presente en todos los medios donde se informa y se genera opinión al respecto. La tarea es compleja y requiere de la participación de muchas personas de perfiles diversos, tanto técnicos como políticos, pero señalaré algunas ideas que creo que se deberían tener en consideración.
Desde una perspectiva conservadora, la preservación de la Naturaleza debería constituir un objetivo esencial, dada la evidente afinidad entre los conceptos de conservadurismo y conservacionismo. En pocos asuntos como éste resplandece tanto la idea de Edmund Burke de la sociedad como “una asociación entre los vivos, los que han muerto y los que van a nacer”. La extraordinaria biodiversidad y la riqueza paisajística de España constituyen un activo de valor incalculable que hemos recibido de nuestros antepasados. Legarlo en las mejores condiciones posibles a las generaciones venideras es, también, una muestra de patriotismo.
Para una cierta interpretación del liberalismo, la política ambiental puede resultar poco grata, debido a que en algunas de sus vertientes requiere de regulaciones y restricciones a la actividad humana, medidas que a los liberales, por regla general, nos producen una incomodidad casi instintiva. Sin embargo, este tipo de intervención pública resulta necesaria e inevitable en numerosos órdenes, caso de la protección del patrimonio histórico-artístico, y por idénticas razones es perfectamente defendible para preservar nuestro patrimonio natural. Otra cosa es el peso y el enfoque que debe darse al papel del Estado, y que no tiene por qué ser, ni mucho menos, el defendido por la izquierda más dogmática. Por ejemplo, es muy difícil conseguir el nivel de cuidado y conservación de un terreno forestal que garantiza un propietario particular orgulloso de su finca, de manera que lo mejor que pueden hacer los poderes públicos es ayudarle a mantener su actividad, en lugar de ponerle todo tipo de cortapisas que muchas veces sólo se explican por una aversión ideológica a la propiedad privada.
Frente a un ecologismo de izquierdas que parte de la consideración del hombre como “gran depredador” y principal enemigo de la Tierra, la política ambiental liberal-conservadora debe representar una alternativa integradora, que entienda el desarrollo humano como parte esencial de la Naturaleza, a cuyo cuidado puede y debe contribuir el hombre, como parte de su propia y legítima búsqueda de un mayor bienestar para él y sus descendientes. No tiene sentido, por ejemplo, el empeño de los activistas más radicales de plantear la necesaria protección del lobo ibérico como una guerra abierta contra los ganaderos, sin preocuparse lo más mínimo por los graves perjuicios que les llega a causar esta especie. Preferir la confrontación a la conciliación es tanto como pretender la mejora de la biodiversidad a costa de arruinar una actividad como la ganadería extensiva que, bien gestionada, contribuye decisivamente al cuidado de los montes y a la prevención de incendios. ¿O acaso se aspira al despoblamiento total y definitivo del medio rural para “retornar” a una Arcadia libre de la molesta presencia de la especie humana?
En casos como éste, al centro-derecha le corresponde ofrecer pragmatismo y buen sentido para ponderar intereses legítimos, buscando soluciones eficaces en la defensa de la fauna silvestre desde la cooperación con la gente del campo, que en muchos casos actúan como custodios del territorio, demostrando con su quehacer diario el amor que sienten por la Naturaleza. Son numerosas, y en franca progresión, las iniciativas a favor del medio ambiente que parten de agricultores y ganaderos, del sector forestal, del ecoturismo… Desde viñedos capaces de capturar carbono y de producir sus propios fertilizantes hasta olivares acondicionados para favorecer la presencia del mochuelo, pasando por la contribución de los criadores de razas ganaderas autóctonas a la biodiversidad o la de los apicultores a la polinización de la flora, por mencionar tan solo algunos casos ilustrativos.
Cada vez son más los emprendedores del medio rural comprometidos con el cuidado del que, en definitiva, es su medio de vida, y a los que una formación liberal-conservadora debería mimar, más allá de su peso en el PIB o en el cuerpo electoral, por su contribución al equilibrio territorial y por el modelo de desarrollo económico sostenible que representan. Y, junto a ellos, los técnicos y gestores -tanto públicos como privados-, la prensa especializada o las numerosas ONG conservacionistas sin adscripción política, que realizan una loable labor en aras del bien común y con quienes se ha de mantener una comunicación fluida y, por tanto, de ida y vuelta.
Por Fígaro.
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