Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) es particularmente importante para la historia y la tradición liberal de España porque fue el principal artífice del sistema político liberal de más prolongada vigencia en nuestro país -el periodo conocido como la Restauración (1875-1923)-, en el que rigió una sola Constitución, la de 1876.
Cánovas fue un hombre muy inteligente y con gran capacidad de palabra: el diplomático Augusto Conte dijo de él que “era, sobre todo, excelente para descubrir los principios fundamentales de cualquier asunto, y exponerlos de una manera clara y precisa”. Además era muy trabajador. Se vio arrastrado desde su juventud por “el demonio de la política”, como él mismo dijo, pero sus intereses y aficiones fueron mucho más amplios: la literatura, las ciencias sociales y, sobre todo, la historia, acerca de la que escribió libros importantes sobre los siglos XVI y XVII en España. Hombre sociable, no particularmente atractivo físicamente, muy descuidado en el vestir, y con un notable sentido del humor, gozó de un enorme prestigio en su época, en la que fue conocido como “el monstruo”.
Había nacido en Málaga, en 1828, en el seno de una familia de clase media, de escasos medios económicos e ilustres antecedentes: su padre era maestro de escuela y su abuelo materno, fue Mayor de la plaza de Málaga que murió en defensa de la ciudad frente a los franceses, en 1810. Quedó huérfano de padre en 1843, y dos años más tarde se trasladó a Madrid, bajo la protección de un pariente, el político, historiador y escritor, Serafín Estébanez Calderón, conocido en el mundo literario como El Solitario (1799-1867). Comenzó sus estudios universitarios –que culminaría con la obtención de la Licenciatura en Derecho- y participó activamente en la vida cultural madrileña. Pronto consiguió valerse por sus propios medios, como periodista y escritor, trayendo a la capital a su madre y a sus cuatro hermanos.
En 1847, con diecinueve años, se integró en la vida política al sumarse a los llamados puritanos, dirigidos por Joaquín Francisco Pacheco. Eran el ala más liberal del Partido Moderado, favorable al entendimiento y la alternancia en el poder con el Partido Progresista. En 1851, Cánovas comenzó a trabajar para el general Leopoldo O’Donnell, ordenando su archivo, pero pronto se convirtió en su consejero. Participó activamente en el pronunciamiento iniciado por este general en julio de 1854, que acabó provocando una revolución. Fue precisamente el espectáculo de esta revolución en Madrid -con barricadas en las calles y asaltos a los palacios del marqués de Salamanca y de la Reina Gobernadora-, lo que le hizo aborrecer para siempre los procedimientos contrarios a la ley y le convirtió en conservador.
El liberalismo conservador fue la corriente política predominante en Europa occidental desde la tercera década del siglo XIX hasta terminar el siglo. La “gran reforma electoral” de 1832, en el Reino Unido, y la experiencia de la monarquía de Luis Felipe de Orleans en Francia, entre 1830 y 1848, demostraron la compatibilidad de las instituciones liberales y la monarquía, como también lo hicieron los reinos de Bélgica y de Piamonte-Cerdeña. El fracaso de las revoluciones de 1848 dio un nuevo prestigio en todo el continente al reformismo frente a la violencia revolucionaria. Tras las guerras de unificación de Italia y Alemania, en los años sesenta, los nuevos países adoptaron sistemas liberal-conservadores, lo mismo que el imperio Austro-Húngaro y la III República francesa, en sus primeras décadas. La libertad económica –practicada por el Reino Unido-, siempre fue considerada un ideal, y el proteccionismo, una medida temporal y transitoria. El crecimiento económico y la transformación social experimentados por todos estos países, aunque desiguales, fueron los mayores y más profundos registrados hasta entonces en la historia.
Cánovas participó en otra iniciativa liderada por el general O’Donnell, a finales de los años cincuenta, la Unión Liberal, y fue ministro de Gobernación y de Ultramar en la década siguiente. Se casó con Concepción Espinosa de los Monteros, pero pronto quedó viudo. (En 1887, se casaría por segunda vez, con Joaquina Osma y Zavala). Ante la deriva anticonstitucional y autoritaria de la monarquía de Isabel II, se apartó de la Corte pero no quiso sumarse a los trabajos revolucionarios que culminaron en la revolución de 1868, con la expulsión de España de Isabel II.
Fue en los seis años que siguieron a la revolución de 1868 cuando Cánovas cimentó su prestigio e ideó el sistema que pondría en práctica más adelante. Defendió sus ideas en las Cortes y pronunció discursos memorables en el ateneo de Madrid. Fue cabeza de un nuevo grupo, denominado liberal-conservador, que se mostró dispuesto a colaborar con las autoridades surgidas de la revolución y, más tarde, con la monarquía de Amadeo de Saboya. Pero ante el fracaso de esta, por la desunión y la deslealtad de sus propios partidarios, comenzó a trabajar por la restauración de los Borbones en la persona del príncipe Alfonso de Borbón, en quien su madre había abdicado. El desastre de la Primera República no hizo más que favorecer la Restauración como la mejor salida posible.
Para Cánovas lo que verdaderamente importaba era acabar con el golpismo militar al que se debían los grandes cambios políticos en España, desde la implantación del sistema liberal en 1834. Para ello era necesario que los partidos políticos se reconocieran mutuamente como legítimos representantes de las distintas opiniones del país, y que acordaran una Constitución y unas reglas del juego aceptables por todos. Su modelo era el bipartidismo británico. Consiguió que aquel proyecto se hiciera realidad, tras la proclamación de Alfonso XII por el general Martínez Campos, en Sagunto, a fines de 1874. Él mismo dirigió el Partido Conservador y gobernó alternándose con el Partido Liberal, liderado por Práxedes Mateo Sagasta que consiguió integrar al resto de las fuerzas liberales. Fue un nuevo comienzo del liberalismo en España.
Aquel sistema ha sido frecuentemente criticado por basarse en la “oligarquía y el caciquismo”. Pero esta acusación fue inicialmente más un insulto –popularizado por Joaquín Costa-, que un juicio certero de la realidad. Hubo, como en todos los demás países, presión oficial en las elecciones e influencias ejercidas por los propietarios y notables locales, pero existió libertad de asociación y de prensa, y la opinión pública se impuso siempre allí donde se fue creando.
El 8 de agosto de 1897 –en plena guerra de Cuba-, Cánovas fue asesinado en el Balneario de Santa Águeda (Guipúzcoa) por un anarquista italiano.
Por Fígaro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario