“Una liberalización inteligente, no sólo desde el punto de vista económico sino también político, ha de dictar medidas cuyos efectos beneficiosos alcancen a la totalidad de la población, o por lo menos a la mayor parte de la misma ya desde el principio. Ha de evitar que algunos sectores de la población sólo resulten beneficiados al final del proceso liberalizador. Y no debe olvidar en ningún momento que la política es el arte de lo posible”. Estas frases de Lucas Beltrán, extraídas de sus “Ensayos de economía política” (1996), obra publicada poco antes de su muerte y prologada por Jesús Huerta de Soto, son representativas de su pensamiento. Representativas de un liberalismo generoso, que es economía pero también política, que acude al posibilismo y por ello resulta en concordia, y que tiene como objetivo, ante todo, la prosperidad del mayor número de personas.
La vida del catalán de Alcanar Lucas Beltrán Flórez (1911-1997), uno de los más importantes liberales españoles del siglo XX, estuvo desde muy temprano marcada por esa dualidad—teoría y práctica, ideas y política—que acompañaría su razonar por siempre, liberándole de dogmatismos y dotándole de una marcada humildad intelectual, premisa imprescindible en la búsqueda de la verdad.
Desde muy temprano tuvo que ser consciente de la importancia de un pragmatismo bien fundamentado en lo teórico. Ello se debió a su formación jurídica—se licenció en Derecho por la Universidad de Barcelona—y a su paso por la London School of Economics, donde tuvo el privilegio de aprender el valor de la libertad y de las positivas consecuencias de su aplicación económica y política, de manos de Lionel Robbins y Friedrich von Hayek. Nada menos.
Esta formación intelectual interdisciplinaria, abierta y rigurosa pronto tendría la oportunidad de ponerse a prueba en el terreno de lo posible: la política y el servicio a la Administración. De 1932 a 1936 Beltrán trabaja mano a mano con la que había sido la mayor figura política de Cataluña antes del advenimiento de la República, Francesc Cambó, quien, con un sentido político moderno, entonces desconocido en España, había formado en torno suyo un grupo de asesores entre jóvenes de la Lliga, entre los que estaban, además de don Lucas, Salvador Millet i Bel, Narcís de Carreras o Marcel·lí Moreta. Todos ellos bebieron de lo que Beltrán denominó en un artículo publicado en La Vanguardia española en 1976 y que mereció el premio Aznar de periodismo, “la escuela política centrista catalana” de Capmany, Balmes, Mañé i Flaquer y Joan Maragall. Estos autores conjugaron el amor y servicio a Cataluña y a España, su catolicismo con el respeto a la libertad de conciencia, su conservadurismo con el impulso renovador, y el idealismo con el pragmatismo.
Las experiencias de Beltrán durante los años de la guerra civil, que pasa como consejero económico del presidente de la Generalidad, Josep Tarradellas, matizarían y enriquecerían aún más sus posiciones intelectuales. En mitad del torbellino de calamidades que azotaba a España, aprendió por ejemplo que la inflación es una embriagante copa de coñac, un peligroso mecanismo de redistribución de renta y un impuesto encubierto, como escribiría tiempo después, no sin relacionar, incluso, la inflación con el desenlace de la guerra española.
Su amistad con Cambó, y con otro gran liberal catalán pasado al bando nacional, Joan Sardá, evitaron que Beltrán fuera represaliado y que pudiera buscar acomodo en el mundo académico. Tras varios intentos, consiguió la cátedra de Economía Política en Murcia, Salamanca, Valladolid y, bastantes años después, en Madrid, al tiempo que dirigía el Servicio de Estudios del Banco Urquijo. También escribe y publica con éxito obras como “Economistas modernos” (1951) e “Historia de las doctrinas económicas” (1960), aún hoy un referente de historia del pensamiento económico à la Robbins.
La serie de artículos de Hayek, Popper, Röpke y tantos otros liberales de primera línea que Beltrán prologa y coordina para Ordo (1962) —la revista de cabecera del “milagro alemán” que acometería Erhard— así como su informe sobre el Plan de Estabilización franquista (1966), llaman la atención de López Rodó y de los tecnócratas del gobierno español, llevando una vez más a Beltrán de lo teórico a lo práctico, del mundo de las ideas al de su ejecución política. Es así nombrado, primero, Secretario General del Plan Estabilización y de los Planes de Desarrollo, contribuyendo de manera esencial al desarrollo económico moderno de España, y, después, presidente del Sindicato Vertical de la Enseñanza y procurador en Cortes.
Desde su cátedra, como miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras o a través de muchas iniciativas junto a otros grandes liberales como Luís Reig y Juan Marcos (con quien fundó Unión Editorial), Beltrán buscó siempre vías para difundir las ideas de la libertad y cultivar un ánimo abierto, humanista y curioso en muchos jóvenes, y no tan jóvenes, españoles. Gracias a los brillantes discípulos que formó Beltrán, entre los que figuran economistas y juristas como Francisco Cabrillo, Jesús Huerta de Soto, Bernaldo de Quirós, Josep María Castellá o Ana Yabar, su legado perdura y se engrandece.
Desde la Sociedad Mont Pelerin hizo lo propio en el ámbito internacional. Siendo una de las figuras más respetadas de la institución, intercambiaba ideas y opiniones con premios Nobel o estudiantes con exacta lucidez, amabilidad y caballerosidad. Fue un gran maestro porque siempre fue un gran aprendiz; como señala Pedro Schwartz—el primer español en haber sido presidente de la Sociedad Mont Pelerin (2014-2016)—el contacto con Hayek en la Sociedad “confirmó a Beltrán en su actitud de precaución contra esa soberbia de la razón tan característica de planificadores e intervencionistas”.
Este fue un tema que impregnó muchas de sus obras postreras, entre las que cabe destacar “Cristianismo y economía de mercado” (de 1986, mismo año en que se publica en inglés la señera obra de Alejandro Chafuen, “Raíces cristianas de la economía de libre mercado”). Beltrán trata de explicar las razones que atraen a muchos cristianos al colectivismo y defiende la plena compatibilidad entre cristianismo y liberalismo. En esta línea, dedicó varios ensayos a glosar las aportaciones de los frailes de la Escuela de Salamanca, verdaderos padres del liberalismo económico.
La vida de Lucas Beltrán Flórez, defensor del liberalismo por católico amor al prójimo, se apagó hace ahora veinte años. Que este aniversario encienda su ejemplo en todos aquellos que creemos y pensamos que la práctica política tiene que estar asentada en sólidos principios y valores; que la tolerancia y la solidaridad son componentes centrales del liberal-conservadurismo que merecen ser resaltados; y que la complejidad del ser humano debe ser tratada con prudencia y esperanza.
Por Fígaro.
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