viernes, 23 de noviembre de 2018

¿Para qué sirve hoy España?


Pablo Iglesias se planteaba en el diario El País la siguiente pregunta: “¿Para qué sirve hoy la Monarquía?. En el artículo no contesta a la cuestión, ni siquiera se aproxima un poco a la respuesta. Y esto es así porque el líder de Podemos no quiere darle respuesta. Si Pablo Iglesias quería plantear un debate sobre la forma del Estado, hubiera sido más correcto preguntarse: ¿por qué España es una Monarquía Parlamentaria? Quizás en la respuesta a esa pregunta hubiera tenido algún sentido sus invocaciones a la dictadura franquista o su particular revisionismo de la Transición. No obstante, tampoco hubiera podido soslayar las profundas raíces de la institución, que se hunden hasta la propia génesis de España.
Desde un punto de vista formal lo capcioso de la pregunta salta a la vista. Quiero decir que para responder bastaba con acudir al Título II de la Constitución. Ahí está recogida la entidad de la Corona, incluida la cuestión sucesoria y particularmente, en el artículo 62, las funciones del Rey. Es decir, era muy sencillo contestar “¿para qué sirve la Monarquía?”, igual de sencillo que resultaría contestar para qué sirven las Cortes, el Presidente del Gobierno o el Tribunal Constitucional. Está todo en la Constitución y Pablo Iglesias la conoce muy bien.
Entonces, si la repuesta no está en la Constitución (de hecho está totalmente fuera de la Constitución y ahora intentaré argumentarlo), tampoco puede estar en la reforma de la misma. Si, como argumenta Pablo Iglesias, los españoles aceptaron la Monarquía desde una visión pragmática para controlar a un Ejército predemocrático, qué legitimidad podemos otorgarle entonces al resto de instituciones que surgen de ese mismo proceso. Siguiendo la misma lógica ¿cómo explica el señor Iglesias el Título VIII de la Constitución? ¿Las Comunidades Autónomas también reciben “la aceptación implícita de una ciudadanía pragmática”? Así pues, no se trata tanto de un conflicto con la forma del Estado, se trata de un conflicto con el Estado mismo.
El cuestionamiento de la Corona mal disimula un embate contra la Constitución. Hubiera sido más honesto que el secretario general de Podemos se hubiera preguntado para qué sirve la Constitución. Pero entonces sus intenciones hubieran quedado al descubierto y resulta más fácil anatemizar contra la Monarquía antes que afirmar claramente que quieres derribar la Ley que garantiza nuestros derechos y nuestras libertades.
Como él mismo admite, que la Jefatura del Estado sea o no electiva no determina el carácter democrático de un régimen. Yo añadiría que ni siquiera la existencia de urnas, plebiscitos o consultas supone un síntoma constitutivo per se de que el régimen en cuestión sea ni por aproximación una democracia. No obstante, la excusa de “profundizar en nuestra democracia” le sirve para sembrar la duda, porque, nos explica el profesor de Ciencia Política, igual que diríamos que un Estado que permite el matrimonio entre dos personas del mismo sexo es más democrático que otro que no lo permite, “que a la jefatura del Estado se acceda por elecciones y no por fecundación sería profundizar en nuestra democracia”.
Es un buen intento para confundirnos. Mezcla una cuestión de derechos civiles con un dilema sobre la forma del Estado. Siguiendo esta lógica, ¿podríamos decir, por ejemplo, que elegir al Presidente del Gobierno mediante sufragio directo en vez de a través del Congreso nos conduciría a una democracia de mayor calidad?  O ¿estaríamos en condiciones de afirmar que Francia o Estados Unidos son países más democráticos que Reino Unido o Alemania porque sus ciudadanos eligen por sufragio directo al Jefe del Estado? (y eso ni siquiera es del todo así en la democracia americana).
Entonces, de qué estamos hablando. Por qué esa condescendencia con la que Pablo Iglesias nos trata a los españoles, sus compatriotas, al insistir en que después de madurar cuarenta años ahora nos vemos libres para decidir entre una disyuntiva inventada por él. Un debate ficticio por inexistente, el de Monarquía contra República, que enmascara el auténtico debate, que es entre democracia y tiranía, entre España y los que anhelan su liquidación.
Conviene decirlo a las claras y de una vez. Quieren acabar con el Rey porque quieren acabar con España.
La Corona se ha demostrado como una eficaz garantía contra los que quieren romper España saltándose la Constitución. No es cierto que el Rey fracasara el 3 de octubre. Al contrario, aquel día Felipe VI hizo patente no solo la utilidad, sino también el sentido profundo de la Monarquía. La parte solemne del Estado, que diría Bagehot, con toda su autoridad y toda su legitimidad señaló la hora difícil que se cernía sobre España.
Evidentemente el Rey no cuenta con las simpatías de los secesionistas de Cataluña y el País Vasco, como afirma Iglesias en su tribuna, pero no por ser Rey, sino por ser un Rey constitucional. El problema del secesionismo no es con la forma del Estado, como nos sugiere el líder de Podemos, el problema es con el Estado mismo.
Dudo mucho que la solución a las tensiones territoriales sea el exilio del Rey y la proclamación de una República, por muy plurinacional y feminista que esta quiera ser. España, la Nación española, no se agota en la forma que adquiera su Estado ni en la Constitución que se fundamente sobre ella. Resulta ahora evidente que tanto Pablo Iglesias como los secesionistas no tienen especial problema con el Título II de la Constitución, más bien sus frustraciones residen en el Título Preliminar. Por eso, más que preguntarse para qué sirve la Monarquía, lo que Pablo Iglesias se debería preguntar es para qué sirve España. Convendría que, esta vez sí, diera una respuesta cuanto antes.
Por Fígaro.

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