En estos tiempos de anomia, desorden moral y confusión de ideas, resulta difícil establecer una serie de (correctas) prioridades políticas. Los líderes políticos están cautivos de la inmediatez. Obsesionados con ganar espacios y alcanzar el poder –cosa legítima–, y más presos de las cadenas que se ponen que de las necesidades a largo plazo de los ciudadanos, olvidan que la casa se empieza por el suelo y no por el tejado, que el proyecto va antes que lo comunicado, que lo político domina la política y que las elecciones se ganan pensando más allá de las mismas. En estos parámetros, el último libro de José María Aznar, expresidente del Gobierno (1996-2004) y presidente de la fundación Faes, se presenta como una contribución a contracorriente en el panorama político actual.
Nada queda fuera del análisis: el orden internacional, Europa y España. Y todo ello con una clara unidad que da sentido a los problemas de nuestro tiempo. Si el miedo por lo desconocido mueve a las sociedades a abrazar el populismo, la comprensión –unida a la ambición y al sacrificio– permite dominar y hacernos cargo de nuestro presente. Ya escribió Isaiah Berlin en sus apuntes sobre el nacionalismo que “aquello que no es comprendido, no puede ser controlado: domina a los hombres en lugar de ser dominados por ellos” y que “si se trata de refutar al marxismo, algo que creo posible y deseable, primero debemos comprenderlo” en su carta al editor del New York Times. Y Aznar no se queda atrás.
El populismo no es un fenómeno inmediato. Surge del descrédito de las sociedades occidentales –de sus élites, especialmente– hacia sus sistemas políticos, unido a la frustración de las expectativas vitales (la inmovilidad social), el temor ante el mundo que viene (consecuencias, todavía por conocer, de la revolución tecnológica; sobre todo en lo relativo al empleo) y el movilizador electoral por excelencia, la indignación, que parece reciente pese a que sentó cátedra Stéphane Hessel con su aportación intelectual ¡Indignaos! (2010), o la indignación a modo de inventario: “Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivo de indignación”.
Los cataclismos de orden político y social no llegan sin avisar. El problema se da cuando no se atiende a las señales y no se emprenden las reformas necesarias para el fortalecimiento de las instituciones. Incluso el descuido de éstas puede fomentar el populismo, herramienta necesaria y alentada por los enemigos del orden liberal. Por ejemplo, cuando no se da cumplimiento a una orden de detención europea y a los procedimientos de entrega entre los Estados miembro de la UE, que descansa en la confianza entre estos, determinados vectores de la sociedad pueden preguntarse acerca de la utilidad y sentido de formar parte de esa comunidad.
OBEDIENCIA
El descontento es legítimo y no asumir esa preocupación es un error. La solución tampoco pasa por asumir la agenda del populismo –de derechas o de izquierda–, sino por ofrecer respuestas desde los principios y valores de la democracia liberal. Si queremos dar continuidad al proyecto europeo, a nuestra comunidad de derecho, hagamos obediencia de nuestros propios acuerdos, puesto que la Unión, como señala Aznar, “no es algo superpuesto a cada uno de los Estados miembros, sino injertado en ellos, y constituido en su verdadero sistema político”. Y lo que amerita para la UE también vale para España, puesto que la política exterior es reflejo de la interior. Si las leyes no se cumplen ni se hacen cumplir en el territorio nacional –no olvidemos las palabras de Aznar, la Unión está en los Estados y está constituida en nuestro sistema político–, ¿cómo podemos esperar una reacción distinta de la que nosotros mismos ejemplificamos? ¿Qué fiabilidad tienen nuestras cuentas presupuestarias cuando la propia ministra de Hacienda del Gobierno de España se saltó la regla de gasto? ¿Y cuando uno de los socios del Gobierno se reúne con un delincuente –un golpista– en la prisión para obtener su apoyo a los Presupuestos Generales del Estado? (Operación a todas luces avalada por el Gobierno, que está moviéndose para sacar a los presos si atendemos a determinados editoriales publicados en medios afines al PSOE).
De seguir el actual camino, iniciado en 2004 con José Luis Rodríguez Zapatero y no enmendado hasta la fecha, el futuro se va a tornar más difícil de lo que anticipa el cambio de época que tan bien detalla el expresidente en su libro. Este cambio va a afectar a todos los órdenes que atañen a los proyectos vitales de los ciudadanos: el político, el social y el laboral. El tiempo apremia y no permite fallos. Por ello, es necesario un centroderecha fuerte y amplio bajo un liderazgo con un proyecto claro, definido y listo en todo momento para impulsar todas y cada una de las reformas necesarias. Aznar pone futuro al presente y no es mal punto de partida. Todo lo contrario.
Por Fígaro.
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