Allá por los años álgidos del tatcherismo, uno de los asesores más cercanos a la Dama de Hierro en Downing Street, en ocasiones también redactor de sus discursos, John O’Sullivan, acuñó un axioma político que, con el paso de los años, ha resultado contundentemente cierto. La conocida como “Primera Ley de O’Sullivan” declara que “all organizations that are not actually right-wing will over time become left-wing”.
Esta afirmación, tomada en conjunto con otros tantos libros, artículos y conferencias disponibles en los últimos años, quizá arroje un poco de luz en el difícil proceso de evolución que está sufriendo Occidente durante las últimas décadas. Los ya archi-manidos movimientos, mal llamados populistas, que como esporas se han multiplicado desde las riberas del Danubio hasta las del Mississippi han supuesto una ruptura de las clásicas concepciones en el juego de las políticas democráticas (entendiendo, eso sí, por clásicas las del siglo XX). La ciclogénesis generada por Trump et allii ha forzado la necesidad, sentida desde hace tiempo, de revaluar, revisar y pulir los conceptos de filosofía política configurados en la etapa de posguerra. Y “Conservadurismo” de Roger Scruton contribuye a esa tarea.
“En principio hay algo virtuoso en la misma noción de constancia, siendo el disgusto por el cambio no sólo la característica de una mente virtuosa sino en cierto sentido una virtud en sí misma”. Cuando John Henry Newman pronunció esta frase en una de sus homilías en St Mary, todavía era una de las luminarias del movimiento de Oxford, adalid de la cosmovisión conservadora dentro del anglicanismo. Scruton, sin llegar a suscribir esta versión estricta del espíritu conservador, bebe de ella. Enraizándose directamente en una tradición política puramente británica, o quizás más bien anglosajona, traza un recorrido sucinto y práctico por los fundamentos y la historia de lo que se ha convenido en llamar conservadurismo. Más que una labor arquitectónica, Scruton realiza una labor de poda, perfilando las aristas más selváticas de una filosofía política sin la que no se puede llegar a entender la configuración de la sociedad actual.
La principal virtud de la obra de Scruton se muestra a dos niveles. El primero, la accesibilidad con la que trata el material de base. Como buen profesor de filosofía, la habilidad de Scruton reside en su capacidad de ilustrar con bonhomía y sencillez conceptos, ideas o concepciones filosóficas normalmente obtusas y oscuras. En un segundo nivel, a esa facilidad de exposición se añade la cercanía temporal con las situaciones de hoy. Scruton no escribe un libro para los conservadores de todas las épocas, sino para los lectores del siglo XXI. Sin necesidad de expresarlo de una manera explícita, queda patente que las líneas filosóficas, los ejemplos y los modos de decir que utiliza no son baladí, sino que están claramente delimitados y dirigidos a personas que viven la realidad del gobierno de Merkel en Alemania y de Trump en Estados Unidos.
La estructura del libro es sencilla y su extensión, reducida. Se acerca más al opúsculo que a un ensayo propiamente dicho. La primera parte -sin estar como tal delimitada- comprende los dos primeros capítulos y aborda la génesis del movimiento conservador. Bebiendo directamente del realismo filosófico de la Grecia clásica, sobre todo de Aristóteles, Scruton sitúa el nacimiento de su criatura en los albores de la Ilustración, si bien no de la francesa sino de la inglesa y escocesa. Así dice: “el conservadurismo moderno es un producto de la Ilustración, pero en él resuenan aspectos de la condición humana que pueden encontrarse en todas las civilizaciones y períodos de la historia.” Para Scruton, el conservadurismo moderno surge de la teorización política y filosófica que acompaña al desarrollo económico, social e intelectual de finales del siglo XVII y, sobre todo, del siglo XVIII. Figuras como Locke, Hume, Montesquieu, Thomas Jefferson y Edmund Burke van desfilando y aportando su granito de arena en la construcción de este edificio.
La segunda parte (que podría situarse a partir del tercer capítulo) examina cómo fue germinando el “genio conservador” por otras latitudes, concretamente en Francia y en Alemania. En cada una de ellas, con sus particularidades y delicadezas propias, acabó adoptando una modalidad autóctona, una marca propia, dentro de la fisonomía conservadora. En Francia, señala Scruton, la impronta de Chateaubriand se dejó sentir con fuerza, mientras que en Alemania fueron Kant y Hegel los que aportaron más al acervo conservador.
El siguiente bloque, la tercera parte, comprende los tres últimos capítulos. Del plano puramente teórico e histórico, Scruton pasa al terreno social y cultural. Analiza el influjo que las diversas manifestaciones del conservadurismo han tenido en las realidades culturales donde ha estado presentes. Aquí cobran protagonismo Ruskin, Matthew Arnold y T.S. Eliot. Y tras la cultura aparece, no podía ser de otra manera, la economía. En este caso, defiende Scruton, el movimiento conservador metamorfosea como reacción a las corrientes socialistas tan en boga tras concluir las contiendas mundiales; es el turno de Hayek y de Friedman. Y su labor, una vez más en el plano cultural, es completada por luminarias de la talla de Maritain y Ortega, entre otros. Concluye el libro con un somero y recomendable análisis de la salud del conservadurismo en el siglo XXI: “el conservadurismo seguirá siendo un ingrediente necesario de cualquier solución que se ofrezca a los problemas actuales”.
En las épocas de zozobra política y cultural a las que asistimos, obras como la de Scruton contribuyen a calmar la marejada. Lejos de dogmatismos y apriorismos, Scruton construye un esbozo más que satisfactorio de lo que, claramente, es una manera de entender el mundo muy cercana a su corazón. El autor defiende su objeto de análisis con la convicción de quien vive como piensa y piensa como vive. Se agradece su candidez y su sinceridad, pues resulta refrescante un intelectual que, sin complejos ni recovecos, invita al lector a adoptar una forma de pensar, de concebir la sociedad. En el plano puramente técnico quizás se echa en falta una fundamentación antropológica de más raigambre. En todo caso, Scruton, como buen filósofo de tradición inglesa, se siente más cómodo en el plano de la filosofía moral, la puramente práctica.
Roger Scruton es un filósofo inglés, profesor de Cambridge y prolijo escritor y divulgador en distintos medios. A lo largo de su dilatada carrera ha publicado más de cuarenta libros, la mayoría relacionados con la filosofía política y estética, sus dos principales áreas de estudio. En su faceta de colaborador en televisión, su documental “Why Beauty Matters” fue objeto de mucha polémica tras su retrasmisión por la BBC.
Por Fígaro.
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