En estos tiempos donde ganar la batalla del relato parece realmente lo importante. En esta época en la que, como diría Sartori, el Homo Sapiniens, caracterizado por la cultura de lo escrito, ha dejado paso al Homo Videns, caracterizado por la cultura de lo visual. Donde se pasa de lo inteligible a lo tangible, donde ni siquiera los antiguos 140 caracteres de Twitter son suficientes para elaborar un mensaje frente al poder de una imagen o un vídeo. En esta estación de la cultura del vistazo, resulta primordial que el centro derecha o el liberal conservadurismo español sepa actualizar sus bases ideológicas y programáticas para afrontar algo que va más allá del efímero relato electoral, de lo inmediato: la batalla cultural, lo que permanece, lo que cala poco a poco en la sociedad como si de sirimiri se tratase.
¿Por qué es necesario dar la batalla cultural? ¿Por qué el centro derecha debe prepararse para ir más allá de lo inmediato, lo efímero? ¿Por qué debe dar la batalla cultural más allá de la batalla del relato? Porque aquel que gana la batalla cultural se hace con la hegemonía de eso que Antonio Gramsci definía como la filosofía de los no filósofos, el sentido común, “la concepción del mundo absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales en los que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio”. O mejor, aquello que Friedrich Hayek denomina el clima de opinión, ese conjunto de preconcepciones generales sobre la existencia.
La batalla cultural del centro derecha tiene que rescatar las ideas feministas secuestradas por una izquierda que retrata a la mujer como víctima de nacimiento del heteropatriacrado, el imperialismo o el capitalismo. El centro derecha tiene que dar respuesta a esas mujeres que no se encuentran cómodas en los tintes morados de un 8 de marzo capitalizado por una izquierda anti capitalista y anti liberal que es capaz de dominar las portadas de los periódicos y la apertura de los telediarios (que diría Pablo Iglesias Turrión en su libro Desobedientes). Es necesario generar un framing propio que vaya más allá de asumir el ajeno luciendo un lazo morado en la solapa (como ya dije en su día al recordar “don’t think of an elephant”) o intentar generar uno nuevo vistiendo una camiseta que reza “feminismo liberal” pero al que luego ni se le da contenido ni continuidad.
Es necesario rescatar y poner en valor desde el centro derecha el feminismo. Ese feminismo de John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill, en El Sometimiento de la Mujer (1869), que proponía no pedir “medidas proteccionistas ni aranceles a favor de las mujeres” y “que se revoquen las actuales medidas proteccionistas que favorecen a los hombres” o se preguntaba “¿A caso sobran tantos hombres cualificados para cargos elevados, que la sociedad se puede permitir rechazar los servicios de una persona competente?”. Porque rescatando este feminismo, generando un framing propio basado en los principios liberales del “laissez faire”, contrapuesto al de la izquierda o, como diría Estefanía Molina, con la presencia de más referentes en la sociedad que ejerzan liderazgos tanto desde la “auctoritas” (reconocimiento social) como desde la “potestas” (poder real); se conseguirá que no sea la izquierda la que acapare el foco mediático con el que se hegemoniza la filosofía de los no filósofos, de Gramsci, o el clima de opinión, de Hayek, y ampliar las bases del centro derecha más allá de las batallas coyunturales del relato o las travesías electorales del desierto derivadas de la democrática alternancia electoral.
Pero no solo hay que dar la batalla cultural respecto al concepto de feminismo en el que se sienten representadas miles de mujeres y a las que les cuesta identificar referentes e ideas en un liberal conservadurismo español que se define con un ideario bajo los principios de libertad e igualdad. También hay que dar la batalla cultural y generar referentes ideológicos en un mundo homosexual cansado de tener que vivir con una izquierda que determina como ser un buen homosexual. Hay que dar respuesta a todos los homosexuales liberal conservadores que quieren vivir su vida y su sexualidad libremente, como ellos decidan, alejados, o no, de los actuales clichés que copan el orgullo gay y que no les representa.
Pero volvamos al inicio, volvamos a las preguntas de ¿Por qué hay que dar la batalla cultural? Porque hacerse con la hegemonía cultural nos lleva a establecer los paradigmas por los que la sociedad se va a regir en las próximas décadas. El mejor ejemplo lo tenemos en la Tercera Vía del laborismo británico ¿Creéis que si el “thatcherismo” no hubiera ganado la batalla cultural Tonny Blair hubiera apostado por su tercera vía?
La Tercera Vía tiene su máximo exponente en el manifiesto “Europa: La Tercera Vía/El nuevo centro” firmado el 7 de junio de 1999 junto a Gerhard Schröder en favor de una nueva socialdemocracia que proponía cuestiones como: “la tarea esencial de la acción política es mantener la función esencial de los mercados […]sin interferencias indebidas de los gobiernos”, “ es imprescindible atemperar la presión fiscal y reformar los sistemas de protección social”, “el Estado no debe crecer, sino reducirse”, “la promoción de la Justicia Social se ha confundido algunas veces con la imposición de una igualdad en los resultados. El resultado ha sido ignorar la importancia de premiar el esfuerzo y la responsabilidad”.
¿Hubiera llegado el laborismo británico a tales conclusiones si el “thatcherismo” no hubiera ganado la hegemonía cultural en estas cuestiones? La respuesta es que no, no lo hubiera hecho. Por ello, en esta época del relato, en esta época del Homo Videns frente al Homo Sapiens es importante refundar los principios del centro derecha para dar la batalla cultural, una batalla cultural con marcos mentales propios, con referentes en la sociedad con “auctoritas” y “potestas” que se traducirán en programas políticos y de gobierno alejados del feminismo que ve a la mujer víctima, que impone un proteccionismo respecto del hombre con una legislación de cuotas, de gratuidad de matrículas o de hombre culpable como concepto.
Dar la batalla cultural y generar un discurso propio en estos puntos supone ocupar el centro tan ansiado y debatido en esta época del efímero relato electoral. Supone no ceder terreno ni a una izquierda que quiere patrimonializar a movimientos identitarios como el feminismo o el colectivo gay, ni a un extremismo nacido en el caldo de cultivo de la usencia de un discurso de centro sensato. Pero como dijo el Profesor Rodríguez Braun “Se merece ganar los votos aquella persona que por defender la libertad está incluso dispuesta a perder”.
Por Fígaro.
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