En las últimas décadas se ha asentado en la vida política la infundada esperanza de que se podría llegar a acuerdos con el PSOE. La nostalgia por el papel desempeñado en la Transición por este partido ha llevado a los actores políticos a confundir pasado con realidad y a obviar la historia del Partido Socialista Obrero Español. En este imaginario juegan un papel especial los Gobiernos de Felipe González, con sus luces y sus sombras. Sin embargo, el PSOE de Felipe González, un PSOE más socialdemócrata que socialista, es un paréntesis en la historia del socialismo español.
Y aunque la distancia del tiempo invite al olvido, sería un error político omitir el papel de los “antiguos” en el PSOE de hoy. Zapatero y Pedro Sánchez no surgen de la nada, y Felipe González y sus históricos no están al margen del devenir del PSOE y su deslealtad con la nación y la Constitución de 1978. González, en sus conversaciones con Cebrián en El futuro no es lo que era (2002), hace palmaria su dificultad para aceptar la alternancia de Gobierno propia de los regímenes democráticos, tal y como demostró en 1996. Pero, además,introduce el sesgo que regirá en la posterior Ley de Memoria Histórica: “Me siento responsable de parte de la pérdida de nuestra memoria histórica, que permite que ahora la derecha se niegue a reconocer el horror que supuso la dictadura”.
Hasta aquí, dos elementos del felipismo que han gozado de vigencia en la actitud política del PSOE y en su intento de continua transformación de lo político: excluir al centroderecha de la legitimidad democrática (futuro pacto del Tinell) y memoria histórica como instrumento necesario para alcanzar la exclusión. Se puede argüir que, sin embargo, sería Zapatero el máximo responsable de lo acontecido en Cataluña y que hoy ha tenido su despliegue en el golpe de Estado. Así es. Pero en esto, Felipe González también ha tenido su papel. En 2010, escribió junto con Carmen Chacón (q. e. p. d.) en El País un artículo que llevaba por título Apuntes sobre Cataluña y España. En este, criticaban la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña (sentencia 31/2010, de 28 de junio de 2010) y, por supuesto, “el problema sigue estando en la resistencia del PP a reconocer la diversidad de España”. El causante era el partido al que el TC había dado la razón y no quienes redactaron un estatuto inconstitucional (tesis que más tarde compartiría la exvicepresidenta del Gobierno de Mariano Rajoy, Soraya Saénz de Santamaría, al manifestar que “fue un error no buscar un acuerdo con el PSOE”).
Los quehaceres de Zapatero y Pedro Sánchez en detrimento de la nación son de sobra conocidos y, en el caso de Pedro Sánchez, muy recientes. La cuestión, sin respuesta, es si el problema del PSOE, ante la imposibilidad de asumir la alternancia en el Gobierno, degenera en la necesidad de crear problemas que puedan socavar la legitimidad democrática de la derecha en el reino de las percepciones, o si el PSOE quiere desnacionalizar España para revertir la identidad nacional de lo español en lo no español. Sea cual sea la respuesta, lo que está claro es que la nación y la democracia liberal no pueden contar con el PSOE.
Por Fígaro.
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