La lucha contra el socialismo real es una constante en la Historia. Como se ha encargado de señalar Antonio Escohotado en su monumental trilogía Los enemigos del comercio, la utopía comunista ni empieza en Marx, ni acaba con la caída del muro de Berlín. El tema es mucho más complejo. Con todo, el siglo XX fue un siglo intenso en malas ideas hasta el punto de que el historiador Paul Johnson habló de la era del colectivismo. Un colectivismo que tuvo dos hitos centrales en la Primera Guerra Mundial, una tragedia en dos grandes actos –de la que este año hemos celebrado 100 años de su armisticio– y la Revolución de octubre de 1917, que derrocó el gobierno provisional de la incipiente República rusa y que dio el pistoletazo de salida a la peor forma de totalitarismo de la Historia, y no era empresa fácil. Este fue el adverso entorno social y político en el que desarrollará Ludwig von Mises su espectacular y ejemplar trayectoria intelectual; será el más brillante de su generación, el que tendrá las contribuciones más esplendorosas y, al mismo tiempo, ejercerá una influencia positiva más clara tanto entre acólitos como entre adversarios.
En la década de los 1920s, con una Europa en ruinas y Rusia en plena Guerra Civil entre bolcheviques y el resto del país, Mises publicaba uno de sus artículos seminales “Economic Calculation in the Socialist Commonwealth”: una pieza sucinta en donde el economista austríaco, apoyado en las teorías desarrolladas por sus maestros Mengery Böhm-Bawerk, demostraba la imposibilidad científica del cálculo económico en una economía planificada: sin competencia por los recursos, argumentaba Mises, sin una correcta asignación de los derechos de propiedad, es imposible que surja un sistema de precios que permita disciplinar la acción económica lo que, irremediablemente, llevará a un ineficiente uso de los recursos que, eventualmente, acabaría en colapso económico. Dos años después, coincidiendo con la constitución oficial de la URSS, se publicaba Socialismo. Análisis económico y sociológico. Entonces no solo era una opinión minoritaria, Wilson había felicitado a Rusia por su emancipación, y durante los años siguientes el movimiento bolchevique iba a despertar las simpatías de buena parte de la intelectualidad europea.
En Socialismo se realiza una pormenorizada crítica al socialismo desde un punto de vista económico, social, y moral. El sistema socialista consistente en la colectivización de los medios de producción, la eliminación de la propiedad, en mayor o menor grado, y la instauración de un orden económico basado en el intervencionismo del Estado en todas las esferas de la vida económica y social. Una cosmovisión del mundo que fue la corriente dominante en Europa y el mundo durante buena parte del siglo XX y que Mises experimentó en primera persona.
Aprendizaje en primera persona
Durante la Gran Guerra, Mises sirvió como capitán de artillería defendiendo el estandarte Austríaco, siendo testigo directo de la derrota de su patria víctima del nacionalismo. Su participación en la Guerra (en la que también combatió un joven Hayek, como soldado raso, igual que su igualmente célebre primo Wittgenstein) confirmó las críticas que había desarrollado de joven a medida que el nacionalismo identitario se entremezclaba en la política nacional, una tendencia que él asociaba al debilitamiento social y económico de su país. Más tarde, a medida que se avanzaba en el periodo de entreguerras sufrió en propia piel la persecución nazi en su doble condición de judío y librepensador, –no dejó de escribir notas críticas contra Hitler hasta que prácticamente los Nazis estaban entrando en Viena–, y la del KGB soviético después, teniendo que emigrar finalmente a Estados Unidos en 1940 como tantos y tantos otros en la mayor descapitalización del viejo continente de su historia.
La vida de Mises estará muy marcada por su compromiso con la libertad, la convivencia pacífica basada en el intercambio libre y la búsqueda de la verdad científica. De alguna forma, Mises será lo más parecido a Howark Roark, el personaje creado por Any Rand en El Manantial, con la salvedad que si Rand pondrá el acento en el “egoísmo”, Mises lo puso en la cooperación. El héroe austríaco nunca se dejo tentar por la fama fácil que otorga la espectacularidad de promesas irrealizables y cargadas de falsas expectativas que conducen a la servidumbre de la inflación, los impuestos y regulaciones superfluas y excesivas, y se mantuvo siempre firme en sus hondas convicciones intelectuales y morales.
Socialismo
La crítica de Mises al socialismo parte de la premisa científica de que esta no consiste únicamente en buscar la verdad, sino que también tiene la obligación de desenmascarar falacias. Socialismo es un perfecto ejemplo de esto último: una obra de marcado rigor científico donde el autor se dedicó a desarmar los argumentos colectivistas del credo socialista a partir de un sólido método individualista. El libro consta de cinco partes que pueden leerse como libros independientes. Su punto de partida es la importancia de la propiedad como reconocimiento mutuo y su relación con la cooperación pacífica o, en su ausencia, la inevitabilidad del uso coercitivo del poder y de la violencia. A continuación, Mises expone los fundamentos del socialismo y su imposibilidad para operar y analiza la supuesta “inevitabilidad del socialismo”, uno de los credos que defendió Marx. La obra (como siempre en los textos de Mises), tiene un marcado fondo moral, realizando una marcada crítica ética del socialismo que incluye sus lazos con los orígenes de las primeras comunidades cristianas, dando un marco teórico que va más allá que lo que entonces estaba ocurriendo en la Unión Soviética.
Este marcado tono científico de la obra misiana contrasta con la inconsistencia teórica del marxismo. En su impotencia por desarmar la lógica del liberalismo clásico, el marxismo fue tendiendo con el tiempo a los excesos de la retórica y hasta hoy, donde podemos relacionar esta impotencia con el manido tema de la postverdad. Esta impotencia intelectual empieza con el propio Marx, que recibió un fuerte correctivo de su volumen III de El Capital por parte de Böhm-Bawerk, el primero en realizar una crítica completa a la absurda teoría del valor-trabajo. Marx no llegó a completar su obra magna, que acabó incompleta y llena de incoherencias. Uno de los elementos centrales en la crítica misiana será al polilogismo marxista por el cual, sin saberlo explicar, los marxistas justificaban que grupos distintos (léase capitalistas y trabajadores) piensan de forma distinta; esquema que se sitúa también en la base del pensamiento nacionalista o en las modernas tesis de la política identitaria. El concepto de ciudadano se diluye, igual los principios de imperio de la ley, elementos esenciales sin los cuales no puede existir una verdadera sociedad abierta.
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