Entendida la prospectiva como una herramienta científica que nos permite atisbar las imágenes de los futuros posibles relativos a un problema social concreto, la crisis sistémica que ha supuesto la irrupción del covid 19 en nuestra aparentemente moderna e hiperconectada sociedad occidental, nos ha retrotraído en apenas unas semanas a un modo de vivir propio de otras épocas, caracterizado por la incertidumbre, el aislamiento y la desinformación.
¿Supone acaso un fallo de la prospectiva que acaso no vio venir una pandemia protagonizada por un virus relativamente desconocido? ¿Es acaso un fallo en el engranaje de la comunicación que debería existir entre técnicos y miembros del staff de la clase política? ¿Son accesibles los políticos en sus torres de marfil o por el contrario su guardia pretoriana les aísla más y más de los problemas, ubicándoles en una especie de burbuja artificial? ¿Se toma en serio la sociedad los avisos, procedentes de científicos, acerca de amenazas relativas a meteoritos en trayectorias cercanas a la tierra o a epidemias venideras (¡) para las que no tenemos respuesta antibiótica puntera?
Seguramente una mezcla de las cuatro preguntas conforma la respuesta a las mismas. En todo caso, la prospectiva, quizá anquilosada en los últimos tiempos y superada por acontecimientos, hoy llamados “Cisnes negros”, de difícil pronóstico, ha realizado un enorme esfuerzo de readaptación, modificando sus paradigmas, modernizando su metodología y afinando en la elaboración y descripción de escenarios, dando entrada en sus equipos de trabajo a expertos hasta hace poco vedados a los mismos, tales como matemáticos, economistas, filósofos o informáticos.
Y es que los posibles futuros están ahí, pronosticados algunos de ellos por los prospectivistas y amplificados por los medios, pero los efectos cada vez más imprevisibles y hasta contradictorios de esos futuros son más difíciles de escudriñar, aun afinando las herramientas más potentes de las que la prospectiva se dota.
Por tanto, y haciendo un símil con la llegada a un nuevo mundo, el problema no está tanto en la pericia del vigía en atisbar tierra firme, ni en la comunicación con el capitán, sino en elaborar un plan lo suficientemente realista pero ambicioso, que aborde todas las posibilidades, por muy extrañas que nos parezcan, de cara a las posibilidades que la isla descubierta, con sus ventajas, incertidumbres y peligros, ofrecerá tanto a sus pobladores como a la civilización que traerá tras ellos.
Hoy más que nunca el reto de la prospectiva se vuelve capital en una sociedad que, como se ha demostrado, es muy vulnerable ante amenazas difusas, muy veloces y no necesariamente hipertecnificadas.
Por Fígaro.
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