Los ciudadanos cumplimos con nuestro deber: se nos convocó a las urnas antes de que la legislatura extinguiera su mandato y en buen número fuimos a votar mostrando nuestras preferencias. Desde entonces no ha sido posible conformar una mayoría que permita la constitución de un gobierno estable capaz de hacer frente a los muchos temas pendientes de solución. La situación se hace aún más crítica si tenemos en cuenta que desde la moción de censura que acabó con el gobierno de Mariano Rajoy no hemos tenido un Ejecutivo que pudiera ejercer con plenitud sus competencias, incluida la más importante, la presentación y aprobación de unos Presupuestos nacionales. España se encuentra empantanada en un período de interinidad del que no parece fácil pueda salir en un tiempo breve.
El sueño anarcoliberal de un estado sin gobierno se está haciendo realidad entre nosotros, sino fuera porque las autonomías sí tienen quien las dirija. En momentos críticos el liderazgo es una necesidad perentoria. España, como el conjunto de Europa, está viviendo uno de esos momentos. Tenemos que adoptar decisiones que van a marcar nuestro futuro, que nos van a permitir adaptarnos a un nuevo entorno o, por el contrario, condenarnos al callejón sin salida reservado a los que por cobardía, irresponsabilidad o ineptitud no se enfrentaron a la realidad en toda su crudeza para orientar la nave hacia el curso correcto.
Uno de los frentes que se nos han abierto es el de la política de seguridad y defensa. Hasta la fecha era un espacio cubierto por el Tratado de Washington, constitutivo de la Alianza Atlántica, y por el Tratado de la Unión Europea. A esos tratados, con sus respectivas organizaciones, había que sumar el trabajo realizado por nuestra diplomacia en clave bilateral. Pongo como ejemplo el desarrollado en las áreas del Magreb y Sahel.
La Alianza Atlántica está viviendo su período de mayor debilidad estructural desde su momento fundacional. Al problema que ha venido marcando su agenda interna en las dos últimas décadas, la falta de inversión en capacidades por parte de la gran mayoría de los socios europeos y la consiguiente inoperatividad de sus Fuerzas Armadas, se ha sumado otro de mayor calado, la pérdida de cohesión estratégica. EE.UU. ha abandonado el acuerdo nuclear con Irán mientras que los europeos tratan de mantenerlo en pie apoyándose en Rusia y China, los rivales estratégicos de la potencia americana. Washington reclama la formación de una flota multilateral para asegurar el tráfico marítimo en el Golfo Pérsico, el Estrecho de Ormuz y el Golfo de Omán y buena parte de sus aliados europeos se niegan. ¿De qué Alianza estamos hablando si las Partes mantienen posiciones enfrentadas sobre éste y otros temas críticos para nuestra seguridad? ¿Contra quién o a favor de qué está la Alianza?
Si España se suma al bloque antinorteamericano tiene que ser plenamente consciente de lo que está haciendo, de cuáles serán sus consecuencias y de cómo garantizar nuestra seguridad en ese nuevo entorno. Por mucho que se insista en la alternativa europeísta la realidad está muy lejos de poder satisfacer nuestras necesidades. Historias distintas, preocupaciones y sensibilidades diferentes, actitudes ante el uso de la fuerza no coincidentes, ausencia de un liderazgo natural… todo ello nos lleva a una falta de cohesión crítica. La iniciativa francesa de una cooperación reforzada, la PESCO, acabó convertida en una operación industrial por influencia alemana, que finalmente parece no satisfacer a nadie. El Presidente Macron ha vuelto a retomar el protagonismo con la Iniciativa Europea de Intervención, más centrada en la defensa, que está todavía en desarrollo y que se establece fuera del ámbito de la Unión Europea.
Una época toca a su fin. El orden liberal se desmorona y con él las instituciones que lo caracterizaron. Nuestra clase política tiene el deber de centrarse en estos problemas y acordar estrategias a desarrollar durante las próximas décadas. No podemos seguir perdiendo un tiempo precioso mientras el resto del planeta toma posición y las grandes potencias se aprovechan de nuestra falta de visión.
Es una frivolidad seguir como hasta ahora, con un gobierno débil incapaz de asumir su responsabilidad. Los retos que tenemos ante nosotros exigen mayorías sólidas conformadas por una clase política responsable y competente. Nuestro futuro no puede depender de extraños equilibrios con partidos independentistas y antidemocráticos que tienen como único objetivo garantizar la permanencia en el poder del Partido Socialista. De un partido que no es capaz de ofrecernos una alternativa de futuro en un momento crítico.
Por Fígaro.
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